Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Algo cambia
Fue una pregunta sencilla. Pero era la pregunta más dura que nos podía plantear. “¿Quien de nosotros ha llorado por la muerte de todo aquellos que viajaban sobre la barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto… La ilusión por lo insignificante, por lo provisional nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”.
Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, puso así el dedo en la llaga durante su visita a Lampedusa, la pequeña isla del sur de Sicilia en la que intentan encontrar su imposible paraíso miles de inmigrantes africanos. La denuncia sirvió para que se conociera que más de 25.000 personas han muerto ya en el canal de Sicilia durante las últimas dos décadas mientras luchaban por alcanzar ese otro mundo imaginado; también sirvió para que al menos durante un día nos viéramos abocados a pensar en los cadáveres que se amontonan en Lampedusa donde casi no encuentran sitio para enterrarlos.
Por eso fue una oportuna decisión que el papa realizara su primer viaje oficial a un lugar especialmente olvidado por las autoridades italianas (si a lo de Italia se puede llamar autoridades) y europeas, que también hacen caso omiso de un drama muy presente en nuestro día a día. Y si eso ocurrió el 8 de julio, tres días después conocimos la difusión del motu propio (documento papal) que modifica el código penal vigente en el Estado Vaticano para adecuarlo a la legislación internacional y acabar con la impunidad con la que se venía actuando hasta ahora en todo lo relacionado, por ejemplo, con abusos de menores o blanqueo de capitales.
Esto es, cuando el documento entre en vigor el próximo septiembre habrá algo más que penas de tipo “espiritual” contra los curas y empleados del vaticano que cometan delitos relacionados con la trata de personas, con la prostitución, con la violencia sexual, con la pornografía infantil o con los abusos de menores. También quedará abolida la cadena perpetua, se contemplará el delito de tortura hasta ahora inexistente para ellos y se fijarán penas de cárcel para todos aquellos miembros de la curia o funcionarios vaticanos implicados en casos de corrupción, cobro de comisiones ilegales o blanqueo de dinero.
Además, ya sabemos que cinco religiosos que gozan de la confianza de Francisco, están desarrollando una auditoria sobre el Instituto para las Obras de la Religión, el controvertido banco vaticano que se ha involucrado en graves y continuos escándalos. Sin ir más lejos, este mismo mes fue detenido el prelado Nunzio Scarano por presuntos delitos de corrupción, fraude y calumnia, cuando intentaba introducir 20 millones de euros desde Suiza. Después, presentaron su dimisión, sin que nadie se lo haya discutido, el director general del IOR y su vicedirector.
Parece pues evidente que este papa, que se ha dolido de que la cultura del bienestar nos convierta en insensibles y que ha recordado que san Pedro nunca tuvo cuenta en un banco, va a romper con nuestra indiferencia. Me gusta por eso. Sus pasos, sus decisiones, sus gestos en el poco tiempo que lleva al frente del Estado Vaticano (apenas cuatro meses) demuestran tener prisa para cambiar las cosas que huelen mal porque están mal, porque están podridas en una iglesia que demasiado a menudo parece haberse olvidado de las ideas de su fundador.
Francisco muestra – al menos hasta ahora - un claro mensaje de cambio que contrasta con el caduco, rancio y algo fascista del presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, que confunde – lo hizo el pasado día 10- los CIES (Centros de Internamiento de Extranjeros) con las islas Cíes o que se ve tan impotente contra la corrupción que, según confiesa, lo único que le cabe a la iglesia es “rezar” para que los gobernantes acierten…¡Uff!
Fue una pregunta sencilla. Pero era la pregunta más dura que nos podía plantear. “¿Quien de nosotros ha llorado por la muerte de todo aquellos que viajaban sobre la barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto… La ilusión por lo insignificante, por lo provisional nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”.
Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, puso así el dedo en la llaga durante su visita a Lampedusa, la pequeña isla del sur de Sicilia en la que intentan encontrar su imposible paraíso miles de inmigrantes africanos. La denuncia sirvió para que se conociera que más de 25.000 personas han muerto ya en el canal de Sicilia durante las últimas dos décadas mientras luchaban por alcanzar ese otro mundo imaginado; también sirvió para que al menos durante un día nos viéramos abocados a pensar en los cadáveres que se amontonan en Lampedusa donde casi no encuentran sitio para enterrarlos.