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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Las campanas tañen por el clima

La pancarta del proyecto

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El pasado 21 de junio fue presentada públicamente en el municipio navarro de Villava-Atarrabia el proyecto ‘Campanas por el clima’ puesto en marcha por la recientemente creada Fundación Clima/Klima Fundazioa, que nace de la sociedad civil navarra y de la que forman personas diversas, pero que está abierta a todas aquellas del resto de Euskal Herria y de más latitudes que estén dispuestas a ponerse a la obra frente al mayor reto que tiene la Humanidad en las próximas décadas.

Mediante el repique de campanas, como recordamos muchas personas desde pequeños, ya que se han usado para múltiples cuestiones, el objetivo de esta iniciativa es utilizar las campanas de las iglesias y edificios públicos o sistemas de altavoces de cualquier institución para, mediante una sintonía de repique de campanas original y específica se convierta en referencia universal de aviso a la población, y que la ha compuesto la Asociación Navarra de Campaneros y Campaneras. Dicha sintonía se activaría en aquellos momentos en los que las temperaturas rebasen el umbral de seguridad marcado por las autoridades sanitarias para cada localidad o hubiese riesgo por inundaciones. 

Tal y como desde la Fundación Clima se plantea, la iniciativa funcionaría además como recordatorio colectivo de que estamos inmersos en una crisis global que pone en juego nuestro bienestar y calidad de vida y sobre todo el de las generaciones venideras. Sería una sonora llamada de atención para la protección de las personas vulnerables y un recordatorio de la necesidad de cambio a nivel individual, colectivo y corporativo para reducir las emisiones en todas las actividades cotidianas. Se trata de visualizar que las campanas tocan por toda la sociedad y debemos aspirar a que toquen el menor número de veces en el futuro.

El cambio climático es, sin duda, el mayor desafío al que tendrá que enfrentarse la humanidad en las próximas décadas. Las proyecciones de cambio climático escenifican un futuro muy problemático para nuestras vidas -recientemente un estudio del ISG de Barcelona calculó como aumentan los ingresos hospitalarios, hasta un 50%, cuando llega el calor- y de algunos sectores clave para nuestra subsistencia, como es la agricultura, o aquellas relacionadas con la gestión del territorio y el agua. Un planeta 2ºC más caliente respecto a la referencia preindustrial (1850), que pueden ser 3º-4ºC en el suroeste europeo, como lo vienen a señalar diversos estudios científicos que se podría alcanzar antes de mediados de este siglo, puede suponer la pérdida de una buena parte de nuestra superficie cultivable y forestal, con las consecuencias que ello conlleva. 

La estrategia de lucha contra el cambio climático se basa en un doble pilar: la mitigación, es decir la reducción de los gases de efecto invernadero a las que contribuyen en una proporción muy alta la combustión de los combustibles fósiles, y la adaptación, en la medida que el cambio climático esta aquí. Reducir emisiones es muy importante, y tenemos que hacerlo mucho más en Euskadi, que aporta el 0,5% de las emisiones totales de la UE, aunque hay que tener en cuenta que las emisiones se dan en el conjunto de planeta. En este sentido, la adaptación es fundamental, y se puede adoptar muchas medidas a nivel local, con más profusión, intensidad y contundencia que hasta ahora, como refugios climáticos para el calor, sistemas de alerta temprana para inundaciones y sequías, renaturalización de nuestras ciudades y municipios, planificación urbanística y movilidad sostenible, planes de autoprotección en el caso de incendios, etcétera. Por ejemplo, existe bastante evidencia de que cortar o reducir el tráfico funciona contra el efecto 'isla de calor' en las ciudades.

En los últimos días hemos escuchado alguna noticia que es necesario mencionarla. El pasado 20 de junio se hizo pública la mayor encuesta de la historia realizada sobre la crisis climática por parte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de Naciones Unidas,  en la que se concluía que el 80% de la población global pide a los gobiernos medidas más contundentes para salvar la Tierra. En dicho sondeo, han participado 75.000 personas que hablan hasta 87 idiomas y pertenecientes a 77 países diferentes. La muestra representa el 87% de la población mundial. 

“Los resultados de este sondeo sin precedentes revelan un nivel de consenso realmente asombroso”, ha expresado Achim Steiner, administrador del PNUD. “La ciudadanía en todo el mundo quiere que sus líderes trabajen más allá de sus diferencias y que actúen de manera urgente, con valentía, para luchar contra la crisis climática”.

Una encuesta es una encuesta, y tampoco nos tenemos que dejar llevar al cien por cien por sus respuestas y pensar que nos encontramos con una conciencia ambiental internacional muy grande y movilizada, aunque en los últimos tiempos esa conciencia ha aumentado. Si esa conciencia internacional fuera mucho mayor, la presión sobre los gobiernos sería mucho mayor para que estos cumplieran con los objetivos climáticos fijados en el Acuerdo de París en 2015.  

Por otra parte, soy de la opinión que es imprescindible avanzar en otro modelo ecosocial donde la producción y el crecimiento no sean el paradigma. Como ya se dijo en 1972 en la publicación “Los Límites del Crecimiento”, redactado por 17 científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), a petición de la organización conocida como Club de Roma, no se puede seguir con “el crecimiento ilimitado en un planeta de recursos finitos”.

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