Carta a una víctima de ETA

Querida víctima,

Desde que ETA diera el pasado 20 de octubre de 2011 el primero de los pasos que estamos viviendo al anunciar el “cese definitivo de la actividad armada”, no he dejado de pensar ni un solo día en ti. En tu sufrimiento. En tu valentía. En tus principios. En tus valores. En la llamada que una tarde recibiste para comunicarte que nunca más le volverías a ver. En esa última despedida arrebatada. En ese rostro desgarrado que cada mañana se reflejaba en el espejo de tu casa y te devolvía decenas de preguntas sin respuesta. En las lágrimas que tratabas de ocultar para hacerte fuerte en público. En tus porqués. En tus recuerdos. En tus aniversarios. En los cumpleaños. En tus silencios. En tu rabia contenida por observar cómo la sociedad miraba para otro lado. En tu soledad. En la carga por sentirte estigmatizada. En tus miedos.

Desde que hace ahora tres años ETA nos comunicara que ponía fin a casi medio siglo de terror e inútil sufrimiento, no he dejado de pensar que necesitamos tu testimonio para ser conscientes de la gravedad del problema que hemos tenido y de nuestros deberes de solidaridad. Estos días en los que escucharás hablar mucho del final del terrorismo, te necesitamos para saber que lejos de eufemismos y de grandilocuentes expresiones, todos hemos estado amenazados por una lacra por la que un día otros vecinos vascos decidieron voluntariamente asesinar a tus familiares, herirte, perseguirte, amenazarte, injuriar a personas como tú.

Pienso en la rabia que sentirás al recordar cómo decían que lo hicieron por defender la patria, por instaurar un orden socialista y revolucionario que nos ató a su totalitarismo. Pienso en el dolor que te recorrerá el cuerpo al confirmar que su ideología de exaltación del odio no les ha servido para nada. Que como a ti, a muchos otros, os rompieron la vida. Mataron a tu familiar porque creían que su adoctrinamiento, su fanatismo y su intolerancia eran más importantes que la vida humana, que la pluralidad de opciones o que la convivencia pacífica entre diferentes.

Pienso y siento que, pese a que la crisis económica lo eclipsa todo, en tu todavía dolor diario, toca movilizar las conciencias de quienes cuando pasaban a tu lado, se encogían de hombros o miraban al suelo. De quienes se te acercaban simplemente para contabilizarte como víctima. De quienes, como ETA hoy ya no mata, se han olvidado de ti. Desde aquella tarde del 20 de octubre de 2011, toca la batalla del relato. Es hora de mostrar a las futuras generaciones cómo algunos iniciaron el camino que conduce al derrumbe moral. Es hora de la memoria.

Cuando, siendo una niña, la ex secretaria de Estado norteamericana entre 2005 y 2009, Condoleezza Rice, fue con su madre a comprarse un vestido, preguntó si la menor podía probárselo. La dependienta le indicó un lugar al fondo del establecimiento reservado para negros. La madre de Condoleezza, señalando el probador le replicó: “Si se lo voy a comprar, veré cómo le queda ahí”. La vendedora tenía miedo de perder su empleo si alguien les descubría, así que montó guardia mientras la niña se probaba la prenda. Al fin y al cabo, con su actitud, madre e hija proyectaban principios. Y en esta Euskadi sin ETA es tiempo de memoria, pero también de no perder los principios.