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Un poco de coherencia ¡por favor!

Si no falla la memoria, es la tercera vez que utilizo estas líneas para hablar de Greta Thunberg, la educación y la juventud inquieta. Y todo apunta a que no será la última. El pasado viernes, en diversas ciudades españolas, cientos de jóvenes salían por segunda vez a la calle para reivindicar otro tipo de política medioambiental, secundando así el llamamiento mundial 'Fridays for Future', movimiento nacido del ejemplo de protesta pacífica iniciado por la joven sueca.

Desde una óptica claramente optimista, podríamos considerar que la juventud española comienza a tomar partido por una preocupación social que ya lleva varios meses rondando miles de jóvenes cabezas por el resto del planeta: No es este el mundo que queremos heredar; haced algo que frene el deterioro de nuestras costas y bosques, parecen querer decir sus aplastantes eslóganes.

Algo en el ambiente parece insinuar, sin embargo, que la llama española (la vasca también) es aún muy débil. De un lado, que la convocatoria de este segundo viernes reivindicativo ha llegado con mucha menos fuerza y ha supuesto un menor seguimiento, en número de ciudades involucradas, actos programados y participantes. Del otro, que el mismo seguimiento de la jornada del pasado 15M -con el atractivo mediático de una convocatoria de huelga juvenil universal- solo sirvió para llenar algunos titulares de medios audiovisuales y abrir escasos noticiarios televisivos.

Pocos artículos de opinión, reflexiones sosegadas o incluso tertulias mañaneras han mantenido el foco en este acontecimiento. Llegó, de nuevo, el silencio. Ahora los espacios de interés buscan nuevos temas que deglutir; la actualidad tiene que señalar otros asuntos (elecciones generales, Brexit, juicio del procés…) no importa que sean recurrentes, sólo que sean variados –al menos cada dos-tres días-. Que haya pensadores que señalen que las primeras acciones cuasi revolucionarias de este siglo XXI estén siendo el feminismo y el ecologismo no supone ningún problema: el sistema imperante podrá con ello. Servirán periódicamente como argumentos recurrentes para llenar vacíos informativos. Todo está controlado, siempre que no adquieran nuevos protagonismos émulos de 'la Manada' o aumente significativamente el agujero de la capa de ozono. En cualquiera de los casos, serán titulares y portadas por un par de días, con cierto optimismo.

Pero no podemos permitir que sea así; quienes dedicamos nuestro tiempo a la educación, cuantas personas estamos en contacto con las inquietudes de las y los jóvenes no podemos hacer lo mismo, mirar hacia otro lado y esperar que el circo mediático vuelva a fijar el foco en otro destello luminoso con el medioambiente como referencia. No podemos sustraernos –ni a nuestro alumnado- de la política. Mark Lilla en, 'El regreso liberal' (Debate, 2018), afirma que cualquier educador que enseñe (la curiosidad sobre el mundo que hay fuera de tu propia cabeza y por la gente distinta a ti; la preocupación por tu país y por sus ciudadanos y una disposición a sacrificarte por ellos; y la ambición de imaginar un futuro común para todos) está implicado en el trabajo político, en el trabajo de construir ciudadanos.

No podemos seguir contribuyendo como docentes a la farsa capitalista del crecimiento infinito y del consumo necesario. Debemos, estamos obligadas/os, a introducir racionalidad, a trabajar el conocimiento crítico de cuantos nos rodean, a explicar los riesgos de un progreso dañino con la naturaleza. Más nítidamente lo explicaba hace un tiempo la filósofa neoyorkina Marta Nassbaum ('Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las Humanidades', 2010) al resaltar la importancia que las Humanidades tienen en la conformación del carácter ciudadano. Desde estas disciplinas deberíamos ser capaces de capacitar la deliberación de los problemas políticos, capaces de pensar en el bien de una nación como un todo y no sólo del propio grupo social y capaces de preocuparse por la vida de los otros. En el fondo se trata de introducir valores humanistas en nuestro currículo escolar, de tal modo que impregne las mentes de la juventud.

En la misma línea, insiste Francisco Ibernón (Ser docente en una sociedad compleja. Graó, 2017) cuando señala las cualidades que cualquier docente debe poner en juego: conocimiento reflexivo (saber qué se hace y para qué), compromiso (cambiar la realidad, pensar en el futuro) y contexto (no quedarnos en el hecho, profundizar en los márgenes).

Es importante asumir cuanto antes que el rol docente ha cambiado y no podemos seguir viviendo de recuerdos. Ni el mundo es el mismo de hace treinta años ni el alumnado vivirá conforme a nuestro modelo. Jaume Funes en su reciente libro, 'Quiéreme cuando menos merezca', detalla una observación sobre el mundo adolescente que creo ampliable al juvenil: “Es una etapa de la vida para hacer preguntas impertinentes, para poner en cuestión nuestros andamios ideológicos. Es un momento vital suyo que nos obliga a ser sinceros con nosotros mismos y tomar conciencia de nuestras incoherencias”.

Porque de eso se trata; llevamos demasiado tiempo mostrándonos incoherentes; desoyendo mensajes de organizaciones medioambientales e informes científicos que nos alertan de la inevitabilidad del cambio climático, mientras nos obstinamos en encabezar listados de consumos perecederos; participamos en campañas puntuales, como el Día mundial del Medio Ambiente, recogemos desperdicios de playas y riberas cuando el resto del año, dilapidamos plástico no reutilizable. Hasta 500.000.000.000 de bolsas cada año, según confirma la ONU.

De ahí que sea crucial abrir caminos de esperanza, de reflexión y de crítica. De no ser así, tendremos que aceptar que visiones pesimistas como la de Marina Garcés (Nueva Ilustración radical. Anagrama, 2017) acaben por confirmarse: “La escuela del futuro ya se ha empezado a construir y no la están pensando los estados ni las comunidades, sino las grandes empresas de comunicación y los bancos. No tienen paredes ni vallas, sino plataformas online y profesores las veinticuatro horas (…) Será individualizadora de talentos y de recorridos vitales y de aprendizaje. Practicará la universalidad sin igualdad”.

Tenemos una ardua tarea, como docentes, por delante. Esforzarnos por dar un giro a nuestra metodología educativa, acercar coherencia entre discurso escolar y vida personal, observar y alentar iniciativas rompedoras juveniles sólo requiere voluntad, deseo de cambio, porque está al alcance de cualquiera. No hagamos de las amargas palabras de Noam Chomsky ^[La (des)educación. Crítica, 2000] pura profecía: Si la escuela fuera un auténtico servicio público y general, nos proporcionaría técnicas de autodefensa, pero eso quiere decir enseñar la verdad sobre el mundo y la sociedad. Y se dedicaría, con mucha más asiduidad y energía.

Si no falla la memoria, es la tercera vez que utilizo estas líneas para hablar de Greta Thunberg, la educación y la juventud inquieta. Y todo apunta a que no será la última. El pasado viernes, en diversas ciudades españolas, cientos de jóvenes salían por segunda vez a la calle para reivindicar otro tipo de política medioambiental, secundando así el llamamiento mundial 'Fridays for Future', movimiento nacido del ejemplo de protesta pacífica iniciado por la joven sueca.

Desde una óptica claramente optimista, podríamos considerar que la juventud española comienza a tomar partido por una preocupación social que ya lleva varios meses rondando miles de jóvenes cabezas por el resto del planeta: No es este el mundo que queremos heredar; haced algo que frene el deterioro de nuestras costas y bosques, parecen querer decir sus aplastantes eslóganes.