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El conflicto de la 'memoria'

No sé si fue un acierto señalar un día concreto para la Memoria en Euskadi, no tanto porque el fatídico hecho del terrorismo vivido lo requiera o no, sino porque nos hemos empeñado en juntar a las churras y las merinas en el mismo rebaño, en mezclar el tronco y las hojas, sin darnos demasiada cuenta de las diferencias. El empeño en equiparar el terrorismo de ETA con las acciones asimilables a él llevadas a cabo por el GAL, Batallón Vasco Español y demás improvisaciones, obedece a una estrategia disculpatoria de quienes saben, y están convencidos, de que el terrorismo en Euskadi (y en España) tiene una marca: ETA.

Sin embargo, ahora que incluso ETA ha dicho que abandona la acción armada, no conviene insistir en ese adocenamiento de los diferentes modos de actuar de los terroristas, a sabiendas de que hubo acciones que fueron respuestas, equivocadas e igualmente abominables, a las acciones del terrorismo vasco más genuino del que ejerció durante cuarenta años (sólo poco más de quince durante la Dictadura) la organización ETA. Toda narración que pretenda igualar las intenciones y resultados prácticos fe ETA y las organizaciones que surgieron con su disculpa (nada exculpatoria, insisto), no hace más que tergiversar la Historia de los últimos cincuenta años, la mayoría de ellos vividos en Democracia. A fuerza de ser sinceros hay que aceptar y subrayar que en Euskadi la gran mayoría de los vascos hemos detestado y rechazado el terrorismo, aunque hubiera quienes solo lo hicieran con su silencio. Y hay que subrayar también que esa mayoría se acrecentó tras la muerte del dictador Franco y la implantación de la democracia en España. Por fin, hay que subrayar que la ideología mayoritaria, el nacionalismo (PNV), jamás dio por buena ni aceptó ser representada por ETA. La aquiescencia que en algunas ocasiones se ha achacado al nacionalismo del PNV ha estado únicamente fundamentada en algunos silencios, ciertamente inapropiados, ante algunas acciones de ETA cuyo destino fueran los Cuerpos de Seguridad del Estado. Por otra parte, el hecho de que ETA y las organizaciones afines captaran con sus falsas añagazas (conseguir la independencia de Euskadi mediante la lucha armada) a tantos jóvenes, tan inexpertos como inmaduros, pertenecientes a familias meramente nacionalistas, convirtió muchos senos familiares en antros silenciosos en los que padres e hijos se cuestionaban unos a otros a base de miradas y de silencios.

Así lo he percibido yo. En mi propia casa y en las casas de muchos de mis amigos. Hasta hoy en que todo ha cambiado porque ha cambiado una sola cosa: ETA ha dicho que no vuelve a matar, porque se va a disolver para siempre (supongo). De modo que los libros de Historia deberán incluir un nuevo y extenso capítulo dedicado a la negrura del tiempo en que algunos perversos iluminados, cobardes e incapaces de levantarse en armas y guerrear, se empeñaron en sembrar el terror matando a indefensos inocentes. ¿Cabe mayor miseria moral? Pero claro, esto será cosa que deberán hacer los historiadores a los que hay que exigir rigor y respeto, tanto ante los que hemos vivido y sufrido el terrorismo, como ante las generaciones que vienen detrás.

Otra cosa es la Memoria, la que pretendemos manosear y construir con el fin de que sea una sola, a pesar de que en el “hecho terrorista” haya habido víctimas y victimarios, y de que el terrorismo etarra provocara acciones terroristas (tan abominables como rechazables) que no hubieran tenido lugar si ETA no hubiera existido. Pero la memoria construye recuerdos y revive vivencias pasadas. Y esos recuerdos pertenecen al alma de cada cual porque forma parte del bagaje cultural y social de cada uno. Por eso me parece tan difícil construir una Memoria colectiva que sirva para todos, juntando tantas memorias personales e individuales que sirven, mucho mejor, para completar un anecdotario.

El terrorismo fue vivido por los vascos de muy diversos modos, pero hay algo incuestionable: unos éramos los amenazados sin causa alguna que lo justificara, y otros eran los amenazadores sin razón consistente que lo pudiera justificar. Ante esta situación la Memoria (con mayúscula, es decir colectiva) corre el riesgo de surgir resquebrajada y, por tanto, inservible. Por eso me temo que el Relato que aporte significado auténtico a esa Memoria, habrá de ser abierto, más bien narrativo, y más moralizante por el rigor de lo que narre que por las conclusiones que se den ya empaquetadas. La sociedad vasca, y la española también, respiran hondo tras tanto tiempo de miseria que no ha servido para nada. Las víctimas, cuyas reacciones han respondido a impulsos familiares e individuales, no pueden ser sometidas a un ejercicio de creencia a ciegas de los diagnósticos que les suministren desde las Instituciones y los Partidos Políticos.

Cada afectado, a quien mataron a su ser querido, ha reaccionado a su manera, como buenamente ha podido. “Mi aita era una lápida en un cementerio”, ha dicho una de las víctimas vivas. Seguro que cuando esa víctima acude al cementerio, ante la lápida, escribirá la crónica de su memoria, que quizás no coincide con la de ninguna otra víctima.

No sé si fue un acierto señalar un día concreto para la Memoria en Euskadi, no tanto porque el fatídico hecho del terrorismo vivido lo requiera o no, sino porque nos hemos empeñado en juntar a las churras y las merinas en el mismo rebaño, en mezclar el tronco y las hojas, sin darnos demasiada cuenta de las diferencias. El empeño en equiparar el terrorismo de ETA con las acciones asimilables a él llevadas a cabo por el GAL, Batallón Vasco Español y demás improvisaciones, obedece a una estrategia disculpatoria de quienes saben, y están convencidos, de que el terrorismo en Euskadi (y en España) tiene una marca: ETA.

Sin embargo, ahora que incluso ETA ha dicho que abandona la acción armada, no conviene insistir en ese adocenamiento de los diferentes modos de actuar de los terroristas, a sabiendas de que hubo acciones que fueron respuestas, equivocadas e igualmente abominables, a las acciones del terrorismo vasco más genuino del que ejerció durante cuarenta años (sólo poco más de quince durante la Dictadura) la organización ETA. Toda narración que pretenda igualar las intenciones y resultados prácticos fe ETA y las organizaciones que surgieron con su disculpa (nada exculpatoria, insisto), no hace más que tergiversar la Historia de los últimos cincuenta años, la mayoría de ellos vividos en Democracia. A fuerza de ser sinceros hay que aceptar y subrayar que en Euskadi la gran mayoría de los vascos hemos detestado y rechazado el terrorismo, aunque hubiera quienes solo lo hicieran con su silencio. Y hay que subrayar también que esa mayoría se acrecentó tras la muerte del dictador Franco y la implantación de la democracia en España. Por fin, hay que subrayar que la ideología mayoritaria, el nacionalismo (PNV), jamás dio por buena ni aceptó ser representada por ETA. La aquiescencia que en algunas ocasiones se ha achacado al nacionalismo del PNV ha estado únicamente fundamentada en algunos silencios, ciertamente inapropiados, ante algunas acciones de ETA cuyo destino fueran los Cuerpos de Seguridad del Estado. Por otra parte, el hecho de que ETA y las organizaciones afines captaran con sus falsas añagazas (conseguir la independencia de Euskadi mediante la lucha armada) a tantos jóvenes, tan inexpertos como inmaduros, pertenecientes a familias meramente nacionalistas, convirtió muchos senos familiares en antros silenciosos en los que padres e hijos se cuestionaban unos a otros a base de miradas y de silencios.