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Los cuerpos silenciados: hablemos de menopausia

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Me despierto a las 5:00, no porque tenga que levantarme pronto, sino porque es un día más de insomnio, de despertar cada hora, con la cabeza atiborrada de tareas, preocupaciones, ideas y planes. Lo que quiero no es precisamente pensar; solo quiero dormir una noche completa. A este insomnio le llaman “de mantenimiento”, y hasta suena bien (pareciera que lo necesitásemos para estar mejor), pero es todo lo contrario: conlleva desgaste y agotamiento, tanto físico como mental.

Si no es por un motivo, es por otro. La menstruación, la menopausia, las realidades y transformaciones del cuerpo de las mujeres han sido históricamente silenciadas, relegadas al rincón de lo incómodo y lo tabú (como todo lo que nos acontece). En una sociedad que dicta normas y expectativas, la experiencia femenina se vuelve un susurro, algo que se tolera en silencio, pero no se celebra ni se comparte.

La menstruación, fuente de vida y ciclo de renovación, se convierte en objeto de vergüenza. La menopausia, una etapa de sabiduría y transformación, se reduce a una ausencia, un silencio que se espera, pero no se entiende. Nuestras inquietudes, malestares y, también, nuestras alegrías quedan enterradas bajo capas de expectativas y estigmas.

Por casualidad, en una conversación con mi madre, haciendo bromas sobre la menopausia, me di cuenta de que estaba cruzando el camino sin retorno hacia el “fin de mi vida reproductiva”. Llevaba unos cuantos años visitando distintos profesionales de la salud: médico de cabecera, matrona, ginecóloga, psiquiatra, dermatólogo, oculista, por mi sintomatología: fatiga, dolores de cabeza, nieblas mentales, sudores nocturnos, prurito vulvar crónico, sequedad de piel y ojos, entre otros muchos. 

Después de años de pasarlo mal, disminuir mi rendimiento intelectual, vivir permanentemente cansada, y que mi vida erótica se viera resentida, busqué todo tipo de alternativas que me dieran algún tipo de alivio: homeopatía, flores de Bach, fisioterapia, etc. Gasté lo indecible en cremas, aceites, multivitaminas y tratamientos, todo lo que pudiese aliviar un poco algo tan claro como los síntomas de la perimenopausia, cuestión que, hasta siete años después y casi volviéndome loca por no encontrar nada que me hiciese sentir mejor, un ginecólogo privado dio con el “diagnóstico”: menopausia precoz.

Un proceso fundamental de nuestra biografía —y para mí, que no pretendía ser madre, motivo de celebración— se convirtió en un pesar y en un viacrucis por la Sanidad Pública. 

¿Qué pasa con nuestra sanidad? ¿Qué puede llevar a que una ginecóloga te trate durante año y medio por candidiasis crónica cuando todos tus síntomas son de menopausia precoz? ¿O que se nieguen a hacerte pruebas porque ya te han hecho suficientes y todas son negativas?

Los recortes en sanidad, que como consecuencia tienen profesionales sin actualización en su formación o directamente la falta de especialistas, la incapacidad de tener una atención integral, la desidia y falta de empatía, son algunos de los motivos por los que permanentemente nos sentimos abandonadas a nuestra suerte. Solo es posible transitar este tiempo si tienes los recursos, porque las respuestas desde lo público son pocas o incompletas, a día de hoy, lamentablemente hay muchas más herramientas desde la iniciativa privada. 

La mayoría de los productos para acompañar este proceso: vitaminas, cremas, hidratantes, etc, no son cubiertas por la seguridad social y en determinados momentos son fundamentales para poder vivir mejor.

Sin siquiera profundizar en lo estructural, en las huellas del patriarcado que desecha, invalida y considera que ya, después de ciertas edades, quienes producimos menos o ya no tenemos capacidad reproductiva no servimos, porque si profundizamos en ello podríamos escribir un libro.

No saldremos del círculo de la desigualdad si en el centro del debate estamos también las mujeres a las que no se les devuelve la mirada. Hablemos, pues, no solo para visibilizar nuestros cuerpos y nuestras experiencias, sino para reclamar un espacio que también nos pertenece, para desafiar el silencio y el olvido. Que nuestras palabras, nuestras voces, vayan hacia una realidad donde nuestras historias, inquietudes y celebraciones ya no sean ocultadas, sino abrazadas y comprendidas en toda su complejidad.

La menopausia es una etapa que merece ser mirada con detenimiento, merece ser contada, para que otras mujeres descubran en sus huellas un eco común, y en sus vivencias, un reflejo de tantas historias entrelazadas.

Me despierto a las 5:00, no porque tenga que levantarme pronto, sino porque es un día más de insomnio, de despertar cada hora, con la cabeza atiborrada de tareas, preocupaciones, ideas y planes. Lo que quiero no es precisamente pensar; solo quiero dormir una noche completa. A este insomnio le llaman “de mantenimiento”, y hasta suena bien (pareciera que lo necesitásemos para estar mejor), pero es todo lo contrario: conlleva desgaste y agotamiento, tanto físico como mental.

Si no es por un motivo, es por otro. La menstruación, la menopausia, las realidades y transformaciones del cuerpo de las mujeres han sido históricamente silenciadas, relegadas al rincón de lo incómodo y lo tabú (como todo lo que nos acontece). En una sociedad que dicta normas y expectativas, la experiencia femenina se vuelve un susurro, algo que se tolera en silencio, pero no se celebra ni se comparte.