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Cuidamos para vivir, no vivimos para cuidar

15 de marzo de 2023 21:45 h

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La llegada de la pandemia entresacó las costuras de nuestra sociedad y visibilizó la importancia de los cuidados, esas tareas que, en la mayoría de ocasiones, son invisibles y realizadas por mujeres. Una y otra están directamente relacionadas. Los aplausos a las 20.00 en los balcones eran un reconocimiento a la labor de las y los profesionales de la sanidad, pero también a las cajeras, a las personas de la limpieza; era un reconocimiento a todos los servicios básicos y esenciales que mantienen la vida, nuestras vidas.  

Tal fue el reconocimiento, que los cuidados pasaron a ser el primer punto de las agendas políticas. Un compromiso que se concretó en público manifestando que a partir de entonces se iban a poner los cuidados en el centro. Sin embargo, al pasar la página con la llegada de la tan ansiada normalidad, las políticas de precarización de los cuidados han continuado.  

Gracias al 8-M y al Movimiento Feminista, los cuidados han vuelto al centro del debate. Y lo han hecho porque es urgente y necesario, porque no es ni justo ni sostenible, y porque pese a los compromisos vacíos de quienes gobiernan, lo cierto es que siguen estando ocultos, precarizados, sobre los hombros de las mujeres y lejos de las agendas de las políticas públicas. Nos merecemos repartir la carga y nos merecemos unas vidas dignas.

Porque cuando hablamos de cuidados hablamos de la limpieza de casa, de la lista de la compra, de recordar una cita médica, de poner en la mochila de tu hija el hamaiketako, de preguntar cómo estás, qué necesitas, de suplir carencias, de hacer de madres, de hermanas, y de tantas y tantas tareas no valoradas, pero esenciales para la vida y también para el sistema productivo.  

¿Cuántas mujeres renuncian a su vida laboral para cuidar a sus hijas y a sus mayores? ¿Cuántas son tachadas de poco profesionales, apartadas de los puestos de responsabilidad y de los órganos de decisión al no estar a disposición de las exigencias de sus jefes? ¿Y a cuántas nos han dicho eso de ‘malas madres’ por volver a la vida laboral tras el permiso de maternidad? Aún nos queda mucho camino por recorrer, muchos pasos por dar para que los centros de trabajo establezcan medidas reales de conciliación. Muchos pasos para sentir que la administración apoya con fuerza a las mujeres que sostienen la vida. 

Somos todas las que sentimos el peso de sostener el cuidado. También lo hacen las compañeras que han decidido ser madres solteras, las que se han separado. Y hablo en femenino porque el 83% de estas unidades familiares están formadas por una mujer y sus hijos o hijas, es decir, más de millón y medio de hogares monomarentales según el INE. De nuevo, nosotras y de nuevo el vacío por respuesta de las administraciones públicas.

Es habitual escuchar las quejas de hijas, mujeres, nietas, cuidadoras que no entienden cómo quien debería responsabilizarse desde lo público de los cuidados de su familiar araña hasta lo obsceno los puntos en la valoración de las dependencias para evitar prestaciones o servicios. No puede ser que los trámites para acceder a las prestaciones supongan un regateo, un mercadillo en el que la persona dependiente y su cuidadora principal sientan que están asistiendo a un juicio. No puede seguir pasando que las valoraciones se hagan a la baja. El objetivo entonces, nunca fue cuidar sino abaratar costes. Y son precisamente los cuidados informales, aquellos que desempeñan las mujeres en las familias, la respuesta low cost de las instituciones públicas. Cuidado sí, pero a costa de las vidas y el futuro de miles de mujeres que aparcan su profesión, sus relaciones, su vida, para dedicarse 24/7 al cuidado, por una mísera prestación económica que no reconoce ni el trabajo, ni garantiza una atención de calidad.

La decisión política de privatizar los servicios de atención a la dependencia es también una forma de abaratar costes. Esta vez a costa de las condiciones laborales de otras tantas mujeres, que sostienen los servicios con salarios precarios, jornadas parciales y ratios de personal que no permiten una atención digna a las personas. Hoy, el número de residencias y centros de día públicos son testimoniales. Sin embargo, es lo privado lo que debería ser testimonial en una red de atención a personas dependientes que reconoce el cuidado como un derecho y que realmente aspira a desfamiliarizar y desfeminizar los cuidados. 

Esto no es lo que entendemos las mujeres por poner los cuidados en el centro. Esta no es la forma de materializar el compromiso político adquirido. Así que, cuando la estrategia es vaciar de contenido la forma en que las mujeres entendemos la vida y en la que construimos nuestras relaciones, entonces nos toca volver a llenarlo de contenido y salir a reivindicar, a pelear y a recordarles que sin nosotras la vida no se sostiene. Vamos trabajar porque el derecho al cuidado se garantice. Vamos a trabajar por garantizar que esos cuidados sean de calidad y realizados por personas con condiciones de vida y laborales dignas y de calidad.  

Trabajamos para democratizar los cuidados, para que la organización de la vida sea justa y sostenible. Debemos aunar esfuerzos e impulsar un Sistema Vasco de Cuidados, para que se afronten los cuidados como una responsabilidad pública y colectiva, para que haya más haurreskolas públicas y gratuitas, para que haya más recursos reales y de calidad para nuestras criaturas y mayores, para que las personas dependientes reciban una atención adecuada y cercana, para garantizar una suficiente y adecuada prestación del Servicio de Ayuda a Domicilio, otro servicio privatizado, y para que exista una corresponsabilidad a la altura de nuestra sociedad que se piensa igualitaria y feminista.  

Decimos que los cuidados tienen una función social porque son la base de nuestra sociedad, porque son las tareas imprescindibles que hacen que las personas crezcamos y nos desarrollemos con amor y protección. ¿Qué sociedad vamos a construir si aquellos que están en los poderes dan la espalda a las personas? Si los políticos y empresarios no lo ven, se lo haremos ver, porque nos va la vida en ello.

 

La llegada de la pandemia entresacó las costuras de nuestra sociedad y visibilizó la importancia de los cuidados, esas tareas que, en la mayoría de ocasiones, son invisibles y realizadas por mujeres. Una y otra están directamente relacionadas. Los aplausos a las 20.00 en los balcones eran un reconocimiento a la labor de las y los profesionales de la sanidad, pero también a las cajeras, a las personas de la limpieza; era un reconocimiento a todos los servicios básicos y esenciales que mantienen la vida, nuestras vidas.  

Tal fue el reconocimiento, que los cuidados pasaron a ser el primer punto de las agendas políticas. Un compromiso que se concretó en público manifestando que a partir de entonces se iban a poner los cuidados en el centro. Sin embargo, al pasar la página con la llegada de la tan ansiada normalidad, las políticas de precarización de los cuidados han continuado.