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La DANA Trump pasa por España

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Hoy por hoy, el sistema democrático español goza de algunas ventajas sobre la cada vez más frágil democracia de Estados Unidos. En España, de momento, sería impensable, además de imposible, que un delincuente condenado en los tribunales por numerosos delitos pudiera presentarse a unas elecciones. De momento, digo, porque la extrema derecha hispana se siente cada vez más reforzada en su escalada verbal contra el Gobierno legítimo del país y, de rebote, contra todas las instituciones. La victoria electoral de Trump parece haber vacunado a nuestras derechas contra cualquier rasgo de contención y de escrúpulo moral en su santa cruzada para la salvación de España. 

Antes había algún tipo de rectificación cuando se decía una burrada muy evidente. Cuando Santiago Abascal habló de colgar al presidente Sánchez por los pies, tuvo inmediatamente que aclarar que no quería decir exactamente lo que había dicho. No era, por supuesto, una explicación convincente, pero, al menos, denotaba que aún existía cierta vergüenza torera. Pero es que ahora ya ni eso. Ahora, en las filas de la carcundia no rectifica ni Dios (que, al fin y al cabo, es de los suyos). Se acabaron los disimulos. Ahora se trata de acabar con el “sanchismo”, por las buenas o por las malas: utilizando la política, los jueces a medio peinar que se pongan a tiro, o directamente la presión, o más bien intimidación, callejera, cada vez mejor engrasada desde los acosos a Ferraz y las agresiones en la calle a dirigentes socialistas.

Contra la izquierda que gobierna ya no se corta nadie, al menos entre los “españoles de bien”. ¿Con propuestas? No, con gritos, que son mucho más eficaces. Si hay algo que está consiguiendo el griterío de las derechas es mutualizar en su provecho el descrédito de quienes se dedican a la cosa pública. Hemos llegado a encontrarnos estos días con un conocido escritor católico que ha llevado su caridad cristiana al extremo de pedir el ahorcamiento de los políticos. Y no ha faltado tampoco el regodeo infame de quienes muestran su alegría en las redes (anti)sociales por que un descerebrado golpeara al presidente del Gobierno, haciendo, así, más real la famosa piñata madrileña que apaleaba la efigie de Sánchez; y que una jueza benévola consideró en su día un mero ejercicio de libertad de expresión.

No es, por tanto, nada extraño que las recientes riadas en Valencia y otras zonas de España con su negra cosecha de víctimas, se hayan convertido en otro banco de pruebas de la desestabilización política e institucional a gran escala, con la movilización de todo el espectro (nunca mejor dicho) de las fuerzas reaccionarias de este país. La mentira, la deformación constante, la deslegitimación radical de las instituciones y los servicios públicos, los mensajes puestos al servicio de la propagación del odio, la desinformación que siembra el caos y la angustia entre la gente… Todo vale, como libro de estilo, para unas derechas enredadas en las redes de quienes jalean a los “echaos p,alante”. 

Todo vale para unas derechas que son víctimas de una improvisación destructiva, pendiente de la coyuntura diaria. Y nos hablan de un “Estado fallido” que “ha dejado solos” a los valencianos, invisibilizando, así, a los miles de policías, militares y funcionarios públicos de todos los ministerios que el Gobierno ha desplegado para ayudar a la población afectada y restablecer la normalidad perdida; o los escudos sociales (más de 14.000 millones de euros) que el Gobierno de España está poniendo en marcha en sucesivos planes; o el trabajo de los alcaldes de las zonas afectadas (del PSOE y del PP), que supieron anticiparse y tomar medidas preventivas que salvaron miles de vidas; o, antes, los serios avisos de la AEMET y de la Confederación del Júcar desde las primeras horas del día de la tragedia …

Y luego el más difícil todavía. La mentira en estado puro, cuando Núñez Feijóo nos quiere hacer creer que el máximo responsable de la tragedia provocada por la DANA no han sido Mazón y el Gobierno valenciano del PP, sino Pedro Sánchez y la vicepresidenta Teresa Ribera, cuyo nombramiento de comisaria europea ha conseguido bloquear, ampliando a escala continental la inestabilidad política en la que el primer partido de la oposición es un verdadero experto. 

A falta de un proyecto de país, el PP, con la compañía de Vox, ha optado por la desestabilización institucional como medio para abatir al adversario, de acuerdo con el manual de instrucciones de Trump. Su absoluta falta de escrúpulos y los resultados electorales que ha conseguido con la mentira por delante son acicates muy poderosos para seguir su ejemplo. Con peligro para el futuro del sistema democrático en nuestro país, que es un bien colectivo de primera necesidad que hay que defender a toda costa.

No es verdad que, como nos quieren hacer creer, “sólo el pueblo salva al pueblo” (se supone que contra el desinterés de los políticos, que van todos “a lo suyo”). Son la democracia, los derechos y las libertades, los servicios públicos, el Estado de bienestar los que, en cualquier coyuntura, protejen al pueblo de manera efectiva. Y para ello se necesitan políticos y no demagogos. O delincuentes que asaltan el poder para autoamnistiarse, en compañía de ultramillonarios que utilizan los gobiernos para privatizarlos y rentabilizar mejor sus negocios, en detrimento de las demandas sociales de la inmensa mayoría. Sin democracia no hay nada ni protección de nada ni de nadie. Conviene que aquí, en España, nos lo tomemos en serio. Aún estamos a tiempo de evitar que, en un futuro nada lejano, podamos tener, por poner un ejemplo, a un (o una) antivacunas como ministro (o ministra) de Sanidad. Esto ya ocurre en la primera ¿democracia? del planeta.

Hoy por hoy, el sistema democrático español goza de algunas ventajas sobre la cada vez más frágil democracia de Estados Unidos. En España, de momento, sería impensable, además de imposible, que un delincuente condenado en los tribunales por numerosos delitos pudiera presentarse a unas elecciones. De momento, digo, porque la extrema derecha hispana se siente cada vez más reforzada en su escalada verbal contra el Gobierno legítimo del país y, de rebote, contra todas las instituciones. La victoria electoral de Trump parece haber vacunado a nuestras derechas contra cualquier rasgo de contención y de escrúpulo moral en su santa cruzada para la salvación de España. 

Antes había algún tipo de rectificación cuando se decía una burrada muy evidente. Cuando Santiago Abascal habló de colgar al presidente Sánchez por los pies, tuvo inmediatamente que aclarar que no quería decir exactamente lo que había dicho. No era, por supuesto, una explicación convincente, pero, al menos, denotaba que aún existía cierta vergüenza torera. Pero es que ahora ya ni eso. Ahora, en las filas de la carcundia no rectifica ni Dios (que, al fin y al cabo, es de los suyos). Se acabaron los disimulos. Ahora se trata de acabar con el “sanchismo”, por las buenas o por las malas: utilizando la política, los jueces a medio peinar que se pongan a tiro, o directamente la presión, o más bien intimidación, callejera, cada vez mejor engrasada desde los acosos a Ferraz y las agresiones en la calle a dirigentes socialistas.