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El dedazo no es solo una cacicada mexicana

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Entre elecciones (al Parlament de Catalunya y la precampaña de las ya inminentes al Parlamento Europeo), tuvimos que padecer y volver sufrir la tortura anual del denominado Festival de la Canción Eurovisión. Una auténtica 'frikada' desarrollada en una especie de circo a cinco pistas donde las reivindicaciones permitidas son tan potenciadas como amplificadas mientras que, sin éxito alguno, intentan silenciar las reivindicaciones legítimas.  

La verdadera reivindicación, la protagonista, de esta última edición, celebrada en Malmö (Suecia), no ha sido otra más que la del apoyo a las víctimas palestinas del genocidio israelí pese a que haya habido más que presiones para intentar silenciar esa realidad. Y no voy a ser yo quien exponga la calidad de las, los y les artistas participantes porque, si fuese un festival de música al uso, algo podría opinar, pero, cuando me encuentro ante semejante bodrio (que menos música puede ser de todo), tampoco tengo mucho que decir aplicando un análisis de aquella antigua geopolítica a la hora de votar al país del individuo, individua o individue que terminase por levantar el trofeo del micro de cristal. Así las cosas, solo me queda constatar unos datos que me parecen relevantes. 

Rusia no puede participar en 'eso' por aquello de la guerra contra Ucrania. Lo aplaudo. Israel puede participar pese al genocidio que lleva a cabo en Palestina, esta última vez, de forma directa en la franja de Gaza e, indirectamente, en Cisjordania. Lo condeno. Pero, ¿a qué se debe este doble rasero? Tampoco es muy difícil saber que Moroccanoil es una empresa de Israel que patrocina Eurovisión por tercer año consecutivo. Con conocer este dato, creo que se despejan muchas dudas, incluyendo por qué el televoto popular español (y el europeo) dio la máxima puntuación a Israel, lo cual es absolutamente imposible que sea representativo de la sociedad. De tal forma, hablamos de un montaje o un show, hablamos de dinero, hablamos de 'pay per vote', o el voto financiado, es decir, hablamos de los millones que el genocida Gobierno de Israel ha invertido blanqueamiento (musicwashing), y, en resumen, hablamos de algo que, para cualquier persona que siga la actualidad, puede comprender que existen muchos intereses por encima de que a alguien les guste “Zorra” de Nebulosa o el Cocoguagua de Suiza. 

Al tiempo del bodrio eurovisivo, en Bilbao, muchos estábamos en San Mamés viendo empatar 'in extremis' al Athletic Club contra Osasuna. Tras el partido, bajando hacia Abandoibarra comentaba a unos amigos: “¿Os imagináis a Euskadi concursando en ese excremento de festival?”. Lógicamente, me temo que, aunque nuestra deficiente televisión pública vasca pueda pertenecer de alguna manera a la UER (Unión Europea de Radiodifusión), como nos ocurre con nuestras selecciones deportivas, tampoco podríamos participar en Eurovisión. Y no porque no seamos europeos (hasta España participa), sino porque ni en estas boutades seríamos reconocidos. Y uno dijo: “Pues si algún día se participa, aunque fuera con Manolo Cabezabolo en plan Rodolfo Chiquilicuatre, si se ganase, la final se podría hacer en el Palacio Euskalduna”. Y ahí se acabó el comentario. Afortunadamente. 

Luego, dando una vuelta a semejante ocurrencia, reparé en que, últimamente, Bilbao ha sido fin de etapa de la Vuelta Ciclista a España y que la Guardia Civil escoltó a la serpiente de ciclistas accediendo por la avenida de Sabino Arana mediorrotondando el Sagrado Corazón, hasta la meta ubicada en la Gran Vía, ninguneando a la Ertzaintza de Tráfico. También nuestra villa de Bilbao ha sido inicio de etapa del Tour de Francia pero, y ya sin la Guardia Civil tan visible pero presente, con gendarmes y policías nacionales franceses. Bilbao también va a ser tanto sede de la final de la Champions League femenina como de la final de la Europa League, que, imagino, disputará el Athletic Club contra quien sea. Es igual, tenemos la florecita pegada al culo, así que la ganaremos. 

Hasta ahí, todo más o menos bien, pero, al imaginarme eso de Eurovisión en el Palacio Euskalduna de Bilbao, no puedo evitar que me vuelva a la cabeza (y a los dedos que ahora aporrean mi teclado) eso de la 'frikada', máxime sabiendo quién podría promoverla ahora. Ha sido tan sorprendente como arbitraria designación “dedocrática” de su nuevo máximo responsable, Iñigo Iturrate.

Soy consciente de que, cuando alguien pone en solfa una decisión mediante una crítica fundamentada, jamás es tomada en cuenta como tal sino como un ataque a las personas que adoptan o se benefician de, siempre desde mi punto de vista, una mala decisión.  Y digo mala por no decir nefasta. Me explico: si Ignacio dice que Mar y Antonio han tomado una mala decisión al nombrar a Pedro para un carguito de favor, de forma inmediata y automática, tienden a pensar que Ignacio está atacando directamente a Mar y a Antonio por tomar una mala decisión y, consecuentemente, pues Pedro también se lo toma como un ataque 'ad hominem', un ataque personal para los que tienen estudios de Derecho.

Y nada más lejos de la realidad y de mi voluntad, ya que cuando hago una crítica sobre una decisión (en este caso, un nombramiento tan arbitrario como discrecional) no implica un ataque personal hacia nadie o, al menos, jamás es ésa mi intención ya que, de ser otra, lo sabría hacer perfectamente ya que no acostumbro a andarme con remilgos y tampoco me da por hacer la pelota a nadie. Ya saben, como diría Mariano Rajoy, “un plato es un plato y un vaso es un vaso”. Pues eso… ¡Y sin chuches! 

De hecho, en un plano personal, salvo en contadísimas excepciones, sé perfectamente discernir entre las personas, sus vidas privadas, sus cargos públicos y sus decisiones, las cuales, cuando tengo que aplaudirlas, lo hago y, de igual forma, cuando tengo que criticarlas también lo hago por tres motivos: en primer lugar, porque no veo nada negativo en hacerlo cuando la crítica se pretende constructiva. En segundo lugar, porque, como en este caso, al hablar de cargos públicos (que pagamos solidaria y obligatoriamente mediante nuestros impuestos), estoy del todo legitimado para hacerlo. En tercer y último lugar, porque soy una persona muy alejada de las moquetas y los despachos. Al contrario, piso mucha acera, y detecto que mis reflexiones son compartidas por muchas ciudadanas y ciudadanos, convecinos al fin y al postre, con las y los que tengo la gran suerte de tratar a diario. 

Por ello, en relación con ese sorpresivo e interesado nombramiento en la dirección del Palacio Euskalduna me consta la existencia de una más que notable respuesta crítica, tanto a nivel de calle como en diferentes redes sociales y grupos de mensajería instantáne. Al tiempo, constato que hay 'alguienes' que no ha entendido absolutamente nada de lo que les dicen las urnas. Los muchos anuncios de renovación o los famosos “tomamos buena nota” se quedan en agua de borrajas o en simples brindis al sol. Además, ¿no se había quedado en algo como eso de buscar perfiles de mujeres, jóvenes y preparadas?

Voy a ser claro. Tampoco tengo el menor problema de hablar de ciertos dirigentes jelkides cómo se refieren a ellos como grupo: que si “El Ortuzar-Atutxa Team”, “El Clan de Arratia”, “La Familia”… Es igual. Se entiende como un núcleo de poder interno dentro de EAJ-PNV que hace y deshace a su antojo y que pueden llegar a desplazar 'baidefeis' a personas cualificadas solo por beneficiar a afines o a líderes de ciertos lobbies de su más cercana esfera de confianza o interés. Dicho de otra forma, de despedir a buenos gestores (buenas, en el caso que nos ocupa) de nuestros recursos públicos por grapar a un sillón el culo de un 'colegui'. Evidentemente, los predichos bienes de titularidad pública no son ni un cortijo ni un txoko, pese a que existan personas que hayan terminado por interiorizarlo a base de años y años en “la pomada”. Comienza a chirriar es que, por una manifiesta e indisimulada amistad o afinidad personal se prescinda de personas de demostrada cualificación profesional e indudable valía para ser sustituidas por otras con una inexistente trayectoria en los mundos de la gestión. 

Más concretamente, vuelvo a hacerme eco de lo acontecido en uno de los buques insignia de la economía de Bizkaia: El Palacio de Congresos y de la Música Euskalduna Jauregia. Reitero que no es ni medio normal prescindir de una gran gestora (de Nerea, ya que estoy citando a todas, todos y 'todes' por su nombre de pila), quien ha reflotado el palacio y ha obtenido unos auditados números, de ésos de dar envidia a cualquier gestor público, porque, de la noche a la mañana, el colega de turno de tu cuadri decida dejar su puesto en la Mesa del Parlamento Vasco, publique unas fotos de espalda bajo el titular 'saber irse' y que, así, porque yo lo valgo, me pongo al frente del Palacio Euskalduna sin la menor noción de gestionar absolutamente nada en el ámbito público o privado. ¿Eso es saber irse? Es decir, designar/recolocar/reubicar por simple capricho o amiguismo y sin justificación lógica ni conocida a un veterano animador sociocultural para relevar a una profesional de cualificada trayectoria laboral, por cierto, una de las creadoras de la camiseta naranja del equipo ciclista Euskaltel-Euskadi y artífice de 'teñir' las carreteras de Europa con ese color siendo la envidia de todos. Lo último que nos unió como país, sea dicho de paso. 

En fin, algunas, algunos y algunes están como para criticar, sin ponerse rojos, eso de las 'puertas giratorias', evidentemente, siempre y cuando las lleve a la práctica el vecino. Pero no. No es normal, ni tan siquiera medio normal. Que a nadie se le olvide que este tipo de prácticas las percibe el electorado pese a que haya quien siga pensando que el cuerpo electoral es una especie rebaño sin criterio alguno más allá del pasto.

No sé por qué me da que quien analiza los resultados electorales en el Partido Nacionalista Vasco, Xabier Barandiaran, por muy parlamentario que ahora sea, no parece extrapolar los resultados de EAJ-PNV de cuatro años a esta parte, como tampoco parece 'intrapolar' los resultados de su localidad, Ataun, donde la formación jeltzale, en 'modo' Bilbao, perdió dos concejales (en tal caso, de los cuatro de los que disponía). Para entendernos, tras las últimas elecciones municipales, en la localidad del creador de las fórmulas y recetas mágicas de EAJ-PNV, está representado por dos de los nueve concejales que componen el pleno consistorial. Ni “Entzunes-Eraikis”, ni “Thinks Next”, “Think Last”, o “Thinks loqueséa”: no se pueden abrir procesos de escucha activa con tapones en los oídos. Tampoco se pueden establecer decálogos de compromisos ante la sociedad vasca cuando, a la primera de cambio, te saltas los dos primeros puntos del decálogo. Suena a tomadura de pelo desde bien lejos, como estoy yo… Bien lejos.  

Y es que no sé por qué me da que las últimas elecciones no han sido más que un 'Kit-Kat', un paréntesis, dentro de una triste tendencia a la baja que ya viene desde las últimas elecciones municipales, pasando por las generales y que tiene toda la -mala- pinta de seguir en las inmediatas elecciones europeas. Como votante, tristemente así lo percibo, como me temo que dicha deriva seguir su curso si nadie pone remedio pese a que se inventen las típicas y tópicas explicaciones de turno para justificar internamente unos resultados electorales, y para maquillar externamente los mismos: desde “la baja participación” (abstención) en Bilbao (que no al otro lado del río Cadagua) esgrimida por Juanmari para justificar la pérdida de dos concejales a la “bipolarización” esgrimida por Aitor para justificar la pérdida de un diputado y nada menos que, y se dice pronto, una manita (5) de senadores en Madrid, pasando por  el “consuelo” por solo haber ganado en Bizkaia en las elecciones autonómicas. 

Y si el Partido Nacionalista Vasco pierde su representación en Estrasburgo, ¿con qué justificación/explicación me sorprenderían esta vez? Sugeriría a Xabier un nuevo palabro: “polaristención”, una suerte de mezcolanza entre polarización (por aquello de la circunscripción estatal única) y la más que previsible abstención debida a la demoscópicamente comprobada lejanía entre el electorado y Europa, cosa que ni mucho menos se arregla poniendo unas carpas “informativas” para regalar un boli y una pegata a todo a quien pase por allí, niños inclusive. Y es que los niños belgas, austriacos o malteses de 16 años pueden votar y los nuestros no porque, evidentemente, no interesa.  Pero, ya puestos, y volviendo a esas carpas “informativas”, yo, que soy un irreductible fumador, si puedo en algo influir, preferiría un mechero y, de paso, apoyar a las tres pequeñas empresas familiares que fabrican en Bizkaia sus componentes. No vaya a ser que salgan en el siguiente documental de 'La fábrica de mi padre' que se proyecte en el Palacio Euskalduna.

Entre elecciones (al Parlament de Catalunya y la precampaña de las ya inminentes al Parlamento Europeo), tuvimos que padecer y volver sufrir la tortura anual del denominado Festival de la Canción Eurovisión. Una auténtica 'frikada' desarrollada en una especie de circo a cinco pistas donde las reivindicaciones permitidas son tan potenciadas como amplificadas mientras que, sin éxito alguno, intentan silenciar las reivindicaciones legítimas.  

La verdadera reivindicación, la protagonista, de esta última edición, celebrada en Malmö (Suecia), no ha sido otra más que la del apoyo a las víctimas palestinas del genocidio israelí pese a que haya habido más que presiones para intentar silenciar esa realidad. Y no voy a ser yo quien exponga la calidad de las, los y les artistas participantes porque, si fuese un festival de música al uso, algo podría opinar, pero, cuando me encuentro ante semejante bodrio (que menos música puede ser de todo), tampoco tengo mucho que decir aplicando un análisis de aquella antigua geopolítica a la hora de votar al país del individuo, individua o individue que terminase por levantar el trofeo del micro de cristal. Así las cosas, solo me queda constatar unos datos que me parecen relevantes.