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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El desarme pendiente

Que al Gobierno no le ha interesado dar carpetazo definitivo a la historia de la violencia de ETA no es, a estas alturas, ningún secreto ni una sorpresa, pero aun así hay quien se lo recuerda de vez en cuando. Esta semana ha sido un grupo de expertos de Derechos Humanos, que han evaluado en un informe el Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco, el que le ha reprochado a Rajoy que no esté por la labor de iniciar el desarme de la organización terrorista que tanto dolor ha causado a este país. Concluyen estos expertos que, como el desarme no supondría un beneficio electoral inmediato para el Partido Popular, la inacción es la mejor vía para el Ejecutivo en este caso.

Personalmente, me importa poco que esas armas se oxiden y se pudran en un almacén de la Guardia Civil o en un zulo escondido en el monte. Lo fundamental es que permanezcan calladas para siempre jamás. Pero también considero que es importante que se produzca una escenificación del fin definitivo de ETA. Y al decir esto no estoy pensando en el beneficio para ETA o para el Gobierno ante un proceso de desarme pactado. Pienso en esa sociedad vasca que ha sufrido durante tantos años una situación insostenible de odio y muerte. En quienes hemos vivido el horror de la violencia desde más cerca o más lejos, pero nos ha tocado convivir en una sociedad fragmentada por el terrorismo.

Pero no solamente el Gobierno deja pasar el tiempo sin dar el paso definitivo para cerrar este triste capitulo de nuestra historia. La propia ETA, aunque se mantenga en estado latente, sigue siendo un obstáculo para la consolidación definitiva de la paz en Euskadi. Mientras continúe estando ahí, la convivencia normalizada siempre será más difícil para todos. Ya no existe, aunque en realidad nunca ha existido, una sola razón para que la organización terrorista siga sin disolverse y desaparecer para siempre.

Mientras el Gobierno rechaza participar en procesos de paz o entregas de armas o impulsar cualquier cambio sustancial en su política penitenciaria, ETA parece querer continuar su actividad soterrada, que ni siquiera tiene incidencia decisiva en el total del colectivo de presos repartidos por diferentes cárceles de España y Francia. Pero ni el colectivo de presos ni los de víctimas, y lo digo sin intención de equipararlos, puede condicionar esta imprescindible punto final a la triste historia de ETA. Su disolución definitiva abriría, o más bien consolidaría, una nueva realidad política en Euskadi.

Y ahora que soplan vientos de cambio en Cataluña y que en Euskadi hay quien ve como un ejemplo esa vía abierta que aun no sabemos a dónde conduce realmente, estaría bien que solamente la política tuviese cabida en la definición de un nuevo futuro para nuestra sociedad. Y desde luego, no es de recibo que se nos hurte esta posibilidad por mero interés electoralista. Bastante se ha usado y abusado del conflicto para arañar votos durante los últimos años. Y si para eso hay que sentarse en una mesa y hablar de la situación de los presos, a pesar de lo que digan algunas asociaciones de víctimas o partidos populistas, o de lo que sea, no queda otra que hacerlo. Y así tenemos que exigírselo a quienes que este limbo en el que ha caído el fin de ETA se prolongue hasta el infinito.

Por el contrario, cerrar en falso el fin de la violencia en Euskadi supondría condicionar de forma negativa la realidad política en Euskadi en los próximos años. Y eso impediría buscar el camino que mejor encaje tenga en esta realidad, para gestar un proyecto que englobe a las diferentes sensibilidades políticas que conviven en el país. Y todo por unos míseros réditos políticos y una visión cortoplacista de quienes pueden realmente materializar el fin de una época negra que ojala no se vuelva a repetir. Es posible que las próximas elecciones generales propicien cambios suficientes como para poder avanzar en este sentido, pero lo que está claro es que nada cambiará al menos hasta la próxima primavera. Tiempo perdido que esperemos se pueda recuperar pronto.

Que al Gobierno no le ha interesado dar carpetazo definitivo a la historia de la violencia de ETA no es, a estas alturas, ningún secreto ni una sorpresa, pero aun así hay quien se lo recuerda de vez en cuando. Esta semana ha sido un grupo de expertos de Derechos Humanos, que han evaluado en un informe el Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco, el que le ha reprochado a Rajoy que no esté por la labor de iniciar el desarme de la organización terrorista que tanto dolor ha causado a este país. Concluyen estos expertos que, como el desarme no supondría un beneficio electoral inmediato para el Partido Popular, la inacción es la mejor vía para el Ejecutivo en este caso.

Personalmente, me importa poco que esas armas se oxiden y se pudran en un almacén de la Guardia Civil o en un zulo escondido en el monte. Lo fundamental es que permanezcan calladas para siempre jamás. Pero también considero que es importante que se produzca una escenificación del fin definitivo de ETA. Y al decir esto no estoy pensando en el beneficio para ETA o para el Gobierno ante un proceso de desarme pactado. Pienso en esa sociedad vasca que ha sufrido durante tantos años una situación insostenible de odio y muerte. En quienes hemos vivido el horror de la violencia desde más cerca o más lejos, pero nos ha tocado convivir en una sociedad fragmentada por el terrorismo.