Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Otegi no es mi héroe
Coincidiendo con las fechas en que se conmemora el decimosexto aniversario del asesinato por ETA de Fernando Buesa, una plataforma ciudadana anunciaba el homenaje popular que, el 5 de marzo, se pretende rendir a Arnaldo Otegi en el Velódromo de Anoeta de San Sebastián. Es lo mínimo que, al parecer, se merece un “hombre de paz” que tuvo el detallazo de decir a los suyos que había que dejar de matar a la gente; entre otras razones, porque no era políticamente rentable para “la causa” seguir manteniendo un zombi que había sido ya derrotado por el Estado de derecho.
Pero, dejando al margen cuestiones tan prosaicas, lo cierto es que los hechos son los hechos: Arnaldo Otegi acabó convenciendo a su gente de que había que parar, no ya la acción terrorista, sino la “actividad armada”, de acuerdo con la legitimidad militar que ETA siempre se ha arrogado como Ejército de Liberación Nacional. Bien es verdad que el dirigente abertzale contó con algunos apoyos externos que aseguraron el éxito de su empresa. Parece que la Guardia Civil, y luego la Ertzaintza, colaboraron lo suyo. Y también ayudaron la Ley de Partidos, los jueces, los pactos antiterroristas y otras medidas adoptadas por los sucesivos Gobiernos de España para que el brazo político de ETA, primero, y luego la propia organización terrorista, se volvieran más razonables.
Aunque tampoco es necesario ponerse tan detallista, porque podemos liarla y confundir a los vascos de buena fe. A ver si al final vamos a poner en el mismo homenaje público del Velódromo de Anoeta a Arnaldo Otegi y a la Guardia Civil, como colaboradora necesaria de sus planes. A ver si, al final, la peña abertzale aúna a la Benemérita y al actual secretario general de Sortu en un mismo reconocimiento a su brillante papel como agentes de paz en Euskadi. Y hasta ahí podríamos llegar. ¿Qué iba a pensar Pernando Barrena de todo eso? ¿Y cómo, en tal circunstancia, contar adecuadamente la película de terror que hemos vivido en Euskadi a lo largo de varias décadas, para que al final la víctima sea el vampiro, y no quien se desangra por la dentellada? Porque los vampiros también lloran y necesitan ser escuchados y comprendidos, además de gratificados, para culminar el “proceso de paz” que ETA abrió con su decisión de dejar las armas.
Y de eso va el homenaje a Otegi: de insistir, una vez más, por ver si cuela, en que ha sido el vampiro, y no quienes le han clavado la estaca, los que han traído la paz a este país. Una idea en la que conviene ir insistiendo, cuando hay un considerable sector de descreídos que la ponemos en duda.
Es lo que tienen las actitudes guiadas por el resentimiento: que no pueden aguantar ninguna broma; ni entienden las iniciativas guiadas por las más bondadosas de las intenciones. Por tal motivo, no faltarán quienes nos empeñemos en ver lo del 5 de marzo como un intento más de aplazar el ejercicio de la memoria que este país necesita para dejar atrás la pesadilla totalitaria que ETA nos hizo padecer. Cuando va a ser todo lo contrario: un acto en defensa de la paz, con todas las avemarías que sean necesarias para conseguir un objetivo tan deseable. ¿O alguien pone en duda la gran pureza que encierra la sonrisa de Otegi? Yo, por desgracia, sí, porque soy un mal pensado y Arnaldo Otegi no es mi héroe.
Coincidiendo con las fechas en que se conmemora el decimosexto aniversario del asesinato por ETA de Fernando Buesa, una plataforma ciudadana anunciaba el homenaje popular que, el 5 de marzo, se pretende rendir a Arnaldo Otegi en el Velódromo de Anoeta de San Sebastián. Es lo mínimo que, al parecer, se merece un “hombre de paz” que tuvo el detallazo de decir a los suyos que había que dejar de matar a la gente; entre otras razones, porque no era políticamente rentable para “la causa” seguir manteniendo un zombi que había sido ya derrotado por el Estado de derecho.
Pero, dejando al margen cuestiones tan prosaicas, lo cierto es que los hechos son los hechos: Arnaldo Otegi acabó convenciendo a su gente de que había que parar, no ya la acción terrorista, sino la “actividad armada”, de acuerdo con la legitimidad militar que ETA siempre se ha arrogado como Ejército de Liberación Nacional. Bien es verdad que el dirigente abertzale contó con algunos apoyos externos que aseguraron el éxito de su empresa. Parece que la Guardia Civil, y luego la Ertzaintza, colaboraron lo suyo. Y también ayudaron la Ley de Partidos, los jueces, los pactos antiterroristas y otras medidas adoptadas por los sucesivos Gobiernos de España para que el brazo político de ETA, primero, y luego la propia organización terrorista, se volvieran más razonables.