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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Qué es Europa?

La Eurocámara

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¿Qué es Europa? Tal fue la pregunta que la niña de unos seis años, detenida ante un cartel de una marquesina de autobús, hacía a su aita, en una concurrida mañana, hace sólo unos días. El hombre, un tanto azorado por el volumen y la intensidad de la interpelación infantil miraba silencioso hacia todos lados. La tardanza en la respuesta llevó a la niña a extremar su interrogante, acompañada esta vez de gritos y movimientos circulares sobre la figura paterna. El señor, cada vez más inquieto por la insistencia infantil, la apartó del grupo de viajeros/as y sentándola en sus piernas se dirigió directamente a su oído, narrándole algo tan gracioso que la niña comenzó a retorcerse de alegría, como si una corriente de cosquillas estuviese adueñándose de su pequeño cuerpo.

Creo no equivocarme si expreso que la mayoría de ciudadanos/as que vivimos la escena rabiábamos de curiosidad por conocer la respuesta que el aita acababa de dar a su niña. La pregunta creo que recorrió la mayoría de nuestras mentes: ¿Qué le diría en una situación semejante? ¿Le contestaría que es una tierra muy grande donde muchísimas personas han decidido vivir en paz y alegría (¿a pesar de lo que está ocurriendo en lugares como Ukrania o Palestina?) Quizás optara por algo más infantil: Europa es un lugar en el que podemos ir de vacaciones, como por ejemplo a EuroDisney (¿olvidando a esa infancia que mendiga, acompaña a sus padres en mercadillos o espera a que le llegue la ayuda de personas voluntarias para poder comer o recibir ciertos regalos de segunda mano?). También podría decantarme por respuesta más reivindicativa y contestarle que es un espacio en el que muy pronto las buenas personas se encargarán de crear más parques, bosques y calles por las que caminar en bicicleta sin peligro (ignorando las dificultades y zancadillas que las multinacionales contaminantes están utilizando para retrasar sine die la implantación de otras energías alternativas). Quizás, poniéndome a su nivel, le podría contar la historia de aquella mujer de la que se enamoró un tal Zeus y que acabó siendo raptada para poder abusar sin problemas (¿y destruir de esta manera las bellas imágenes adosadas al machismo imperante en nuestra sociedad?). Creo, sinceramente, que cualquiera de estas respuestas dejaría a la niña con la misma duda inicial y a mi más apesadumbrado que al inicio del diálogo. 

No es fácil expresar lo que sentimos al pensar en Europa. ¿Entelequia?, ¿patria común?, ¿espejo a imitar de los noventayochistas?, ¿potencia geopolítica atrapada entre monstruos, como EEUU y China? Todo indica que cualquier definición que pretendamos variará según las gafas con la que miremos. 

Así, desde una perspectiva optimista –la habitual entre la clase política, más aún en este periodo preelectoral- mirar hacia el viejo continente es aclamar la cuna de la aparición de la democracia durante el esplendor de la civilización griega, aunque para ello tengamos que ignorar los sesgos de género, patrimonio y ciudadanía que restringía la participación social. Cierto es que para ello deberíamos pasar de puntillas por los periodos dictatoriales que ha conocido este espacio civilizador, desde Roma hasta la Alemania nazi, o por las evitables -pero realizadas al final- guerras entre culturas (musulmana-cristiana, católica-protestante), entre países (prácticamente entre todos) o internas (revolución bolchevique, guerra civil española…). No se conoce siglo en que algún ejército no haya sido tocado por la varita de la responsabilidad para acabar con su enemigo, fuera del tipo que fuera. Y no olvidemos, hablamos de la cuna civilizadora del mundo.

No todo ha sido negativo. Cierto es que en este pequeño espacio del mundo (4% de la superficie terrestre total) también conoció momentos plenos de cambios artísticos magníficos y erudición, como el Renacimiento o la Ilustración, que modificaron costumbres, creencias esotéricas y facilitaron el triunfo de la razón sobre la fe y el ascenso a los gobiernos de otros grupos humanos, marginados hasta entonces. 

Podemos optar por una mirada realista. En este caso debemos aceptar que aquellos sueños de grandes pensadores como Schuman, Monnet o Morin, horrorizados tras los desastres humanos que envolvieron al continente tras las dos guerras mundiales del pasado siglo, llevan tiempo intentado asentarse entre la gente europea que se mueve en valores de paz, solidaridad y justicia internacional. Conviene recordarlos. A Monnet: “Nuestra unión no es de Estados sino de personas (...) Lo que proponemos es una educación que forme personas capaces de respetarse en sus diferencias y también de unirse para compartir este espacio compartido y solidario con todas las zonas de la tierra...”), a Morin “... El espíritu europeo no está solo en la pluralidad y en el cambio; está en el diálogo de las pluralidades que produce el cambio. No está en la producción de lo nuevo como tal: está en el antagonismo de lo viejo y lo nuevo”.

Y a Schuman, cómo no: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho.”

Ellos hicieron posible que personas de diversas creencias, realidades y etnias, se plantearan Europa como un proyecto común y trabajaran denodadamente por conseguirlo. 

Hoy, la Unión Europea será para muchos/as el proyecto desviado de aquellos pensadores, la victoria final de las grandes multinacionales que como fieros lobbies convierten en marionetas a la Comisión, el Consejo y el Parlamento europeos. Hablarán de manipulación perversa de sueños atractivos y despreciarán el Pacto Verde, las políticas del PAC o los intercambios del programa Erasmus+. Insistirán en que la energía utilizada, especialmente por los partidos conservadores europeos, en conseguir la Europa económica (unión aduanera, tránsito libre de personas y mercancías, generalización del euro como moneda común) no ha tenido continuidad para consolidar la Europa Social -sueño socialdemócrata de los años 80 pasados- ni mucho menos, la Europa de los y las trabajadoras.

Y no les faltarán razón, porque pese a la lluvia de préstamos de los Next Generation o la solidaridad pasajera de vacunas COVID-19 y ERTES posteriores, Europa sigue resultándonos lejana, no tanto como la Luna, pero a una distancia difícilmente comprensible para la ciudadanía de a pie.

Sin embargo, no podemos vivir en la amargura de lo inalcanzable, sino en la esperanza de lo posible. Por eso, para que Bruselas sea el lugar común real de los casi 450 millones de europeas/os, el lugar en el que buscar solución a los problemas diarios que nos preocupan deberíamos volver a esa marquesina de autobús de esa primaveral mañana y contestar a la interrogativa niña: “Europa, pequeña, somos tú y yo”.

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