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El exquisito trato diferenciado en Osakidetza
Dice la actual consejera de Salud, Gotzone Sagardui, que Osakidetza trata por igual y con respeto a sus trabajadores. Sin embargo, y seguramente por el hecho de que soy una de las denunciantes del fraude en las OPE de 2018, yo he recibido por parte del ente público un exquisito trato diferenciado.
Hablaré en primera persona, a pesar de mis reticencias, para ir de lo concreto a lo general, ya que no es inhabitual para el personal de Osakidetza sufrir represalias por desacuerdos con jefaturas o altos cargos (desacuerdos que, generalmente, nada tienen que ver con la praxis sanitaria).
Comenzaré citando algunos ejemplos de “buen trato y respeto”:
1 - Después de la denuncia y del patético circo de la “investigación” interna en Osakidetza del asunto de la OPE, redujeron mi contrato a un 60%. Una de las compañeras del servicio —fiel al régimen— disfrutaba de una reducción del 80% de la jornada; es decir, trabajaba un día a la semana por no perder la plaza que le habían regalado “vía oposición” (guiño guiño), permitiéndosele, además, no realizar guardias, a pesar de la carencia crónica de personal para cubrirlas. Para cubrir en parte ese privilegio suyo, me ampliaron el contrato hasta el 80%. Exigimos su participación en la cobertura de las guardias y, finalmente, optó por abandonar la Sanidad pública y seguir en la privada, donde ya ejercía durante su reducción de jornada. Que yo sepa, no ha perdido su plaza.
2 - Hubo un intento de dispersión de los “elementos incómodos” (me consta que se refieren así a Manoel, a Róber y a una servidora): a Manoel y a mí nos ofrecieron sendas interinidades en el hospital de Mendaro, con el conocimiento y aceptación de la dirección del hospital Debagoiena (el nuestro), que no andaba precisamente sobrado de anestesistas. Obviamente, las rechazamos.
3 - Como premio, la institución decidió rescindir mi contrato, a pesar de ser la primera persona a la que —con el acuerdo regulador en la mano— se le debería haber ofertado una interinidad que había disponible en aquel momento y que ofrecieron a una compañera que residía en otra comunidad. Esa irregular maniobra hizo saltar las alarmas en nuestro sindicato (ESK), y pudimos comprobar que estar organizado y hacer públicos los abusos son buenas herramientas para la protección del trabajador. Por supuesto, firmé la interinidad.
4 - Comenzamos una nueva etapa de “buen trato y respeto” con el nombramiento como director médico de José Agustín Agirre Aranburu. Durante su reinado, la necesidad acuciante de personal para cubrir la actividad diaria y las guardias se hizo tan patente que anestesistas de diferentes hospitales del país fueron —y son— movilizados para cubrir días y guardias sueltas con diferentes acuerdos económicos. Entre esos hospitales, podemos nombrar la clínica La Asunción de Tolosa o la clínica Quirón de Vitoria (ambas privadas). Esta última nos honró con la cesión de un compañero no apto para realización de guardias y que es el único anestesista que conozco al que le estorba la ayuda de un compañero cuando está comprometida la seguridad o la vida de un paciente.
La gerente y el director médico de la OSI Debagoiena decidieron en un momento dado destituir a la que era nuestra jefa de servicio y compañera anestesista. Desde ese momento, la conciliación familiar se convirtió en un imposible por el incumplimiento reiterado del acuerdo regulador por parte de dicha dirección: No se nos informaba (ni se informa aún hoy) de la planificación de guardias con dos meses de antelación como debería ser, sino que conocíamos nuestras guardias días antes y bajo el “ordeno y mando” del doctor Agirre. Ay, el ínclito doctor Agirre. Si sacaran al mercado un Woody de Agustín Agirre, al tirar del cordel diría “porque soy el director y te lo ordeno”; un gestor más ordenante que organizador, incapaz de emitir ninguna orden (muchas arbitrarias) sin amenazar con un expediente disciplinario.
Esta situación nos llevó a convocar huelga en el servicio de anestesia, en la que no se respetaron los servicios mínimos y se nos hicieron cosas tales como intentar contratar a gente para cubrir quirófanos u obligar a anestesistas a trabajar durante 31 horas seguidas para que alguien pudiera operarse de algo que no estaba en dichos mínimos.
La tensión era enorme, nos monitorizaban para saber si leíamos dentro de quirófano, si entrábamos o salíamos, y se cuestionaban nuestras decisiones médicas, con perjuicio para la seguridad del paciente en muchas ocasiones. Interpusimos varios protocolos de conflicto contra el director médico, tanto mis compañeros como yo. En mi caso, por su actitud misógina y controladora, llamando a terceros para comprobar si mis tomas de decisión se correspondían con los tiempos quirúrgicos, sin tener él conocimientos de mi especialidad.
Después de mucho insistir, la dirección de Osakidetza abrió una investigación motivada por dichos protocolos de conflicto y, en teoría, para conocer la situación del servicio, obviando la necesidad de una evaluación de riesgos psicosociales reclamada en varias ocasiones al servicio de salud laboral. La investigación resultó ser una caza de brujas: el señor (¿o era “doctor”?) Alamillo, encargado de dicha investigación, actuó con gran torpeza y como un matón de las direcciones de Osakidetza y de nuestro hospital. Mi interrogatorio comenzó con la amenaza explícita de apertura de expediente disciplinario y siguió con un interrogatorio muy curioso con el que se me pretendía inculpar por haber desplazado a un especialista en medicina intensiva que se encargaba de las sedaciones y que tomó una decisión errónea con una paciente. Por suerte, no hubo lesiones graves que lamentar. Para finalizar, y para mi asombro, me dejaron claro que no podía poner en entredicho el prestigio o el honor de Osakidetza como entidad en mis redes sociales (como si “Osakidetza” fuera exclusivamente su cuadro de mando) y me enseñaron unas copias chuscas con mis interacciones en dichas redes. Resultaba que yo era parte de una unidad militar en la que se me obligaba a obedecer y no pensar y no lo sabía.
Una lesión en el hombro me ha obligado a estar de baja los últimos meses, lo que, paradójicamente, me ha puesto a salvo de las presiones. El panorama que me espera a la vuelta es triste y desapacible. El servicio de anestesia funcionaba como un equipo unido y en contacto permanente, siempre en disposición de ayudar, y ahora está deshecho.
En Osakidetza se mantiene una estructura de poder clientelar y caciquil cuyo objetivo es dificultar o impedir la organización de sus trabajadores; y se facilita sin mayor problema la extracción de recursos por parte de la elite médica (y sus empresas), a través de las prácticas tales como repartos de privilegios y puestos y una gran opacidad en lo que se refiere a contratas y compras. Las venganzas «aleccionadoras» no son algo extraordinario, sino una práctica sistemática e impune a la que se enfrentan en demasiadas ocasiones trabajadores a los que se obliga a leer su situación individual y aisladamente. Ante esto, solo quedan dos opciones: malvivir esta decadencia intentando no perder nuestras migajas personales, u organizarnos con la ambición de ganarlo todo. Las y los de la segunda opción pensamos que sí se puede vencer a emperadores desnudos y a gigantes con pies de barro para lograr que la salud deje de ser un negocio y vuelva a ser un derecho.
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