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Cuando falta el sujeto en la frase

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En la 'Gramática española' se explica que las oraciones sin sujeto son denominadas oraciones impersonales, porque utilizan verbos impersonales, es decir, verbos que no son ejecutados por nadie. Cuando tratamos de encontrar el sujeto y acudimos a las preguntas de rigor ¿quién? y ¿quiénes?, no encontramos respuesta, al menos coherente.

Pongamos algún ejemplo: “En el atentado de ayer, hubo tres policías muertos”, o “Hay mucha desconfianza en este país”; más: “En Euskadi se mastica el miedo”, “Mañana se juzgará al comando que asesinó al político equivocado”, “En algo se habrá metido para que se haya actuado así”, “Lamentablemente no se respeta a quien piensa diferente”, “Habrá que aumentar el sufrimiento si se quiere conseguir el objetivo”Podríamos seguir así con frases que todos/as hemos oído, incluso pronunciado, y todas ellas tendrían un elemento en común: no se identifica —no reconocemos— al sujeto, a los sujetos que realizan la acción. Quedan en un tono un tanto etéreo, que no acaba de centrar —acusando o defendiendo— el sujeto protagonista de la acción.

Diría más; diría que hay otro elemento en común en todos los ejemplos: el que identifican un tiempo no demasiado lejano que ha sido traído nuevamente a nuestras mentes por mor de un acto conmemorativo: los diez años transcurridos desde la declaración de ETA de final de la violencia terrorista.

La idea no es propia; la sugirió una periodista de 'El Diario Vasco', Lourdes Pérez, al ser preguntada por sus recuerdos de diez años atrás, en el momento en que recibíamos tan impactante noticia. Vino a decir que confiaba en que el nuevo tiempo que se abría tras el comunicado significara el fin de las frases impersonales. Y es que, en ese escenario de ambigüedad, de no citar de forma concreta, de querer expresarnos con medias palabras, deseando que se nos entendiese, pero sin demasiado compromiso, habitamos entonces la mayoría de la sociedad vasca.

Luis Castells acierta cuando afirma que una parte considerable de esa sociedad actuó en aquellos años del horror como espectadores pasivos: “Era mejor seguir la corriente, reproducir lo que hacía la mayoría y no significarse” (1).

No significarse. ¡Cómo nos marcaron esas palabras pronunciadas por personas que habían vivido la dictadura franquista y seguían temiendo represalias entonces de los autoproclamados defensores del Pueblo Vasco! Y así lo hicimos miles de personas, en innumerables ocasiones, heridos por cada noticia luctuosa, pero incapaces de reaccionar ante tanta vileza. El horror ante el sufrimiento propio o ajeno secaba nuestras gargantas. Los silencios en noticias relacionadas con el terrorismo eran clamorosos. La aparente indiferencia nos parecía el maquillaje perfecto para camuflar nuestros sentimientos. La consigna implícita era pasar lo más desapercibidos/as posible, si deseábamos vivir con cierta tranquilidad.

En esta aparente indiferencia sitúa Andoni Unzalu (2) uno de los tres elementos que hicieron del movimiento etarra un fenómeno más complejo de solucionar que el simple control de los comandos terroristas. Los otros serían la ideología que legitima el uso de la violencia (secundada socialmente en los años finales de la dictadura y en consonancia con los movimientos internacionales de liberación colonial) y el uso espurio del hecho terrorista en el ámbito social y de la política internacional.

Haber estado involucrados/as de alguna manera en aquella época, aunque sólo fuese avalando con nuestro silencio la extorsión y el asesinato promovidos por quienes decían actuar en nuestro nombre y llamaban a los victimarios gudaris en vez de delincuentes requiere actuar en el presente con mayor dignidad recuperando la verdad de aquellos tristes años; requiere sensibilizar a nuestros jóvenes sobre una realidad transcurridas en este siglo XXI también. Nada que ver con juegos online de pasados seculares.

Juan Luis Ibarra cita un estudio del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto (julio 2017), 'Conocimiento y discursos de la población universitaria sobre terrorismo y vulneraciones de derechos humanos en Euskadi', del que colige que “nuestra juventud post-ETA mitifica y banaliza la actividad terrorista”, pese a garantizar mayoritariamente que no comparte los valores nucleares de la violencia política desarrollada bajo la dirección de esa organización terrorista. De ahí que no podamos aceptar que volver la vista sea para rememorar un dolor ya inútil y al que hay que acostumbrarle a pasar página. Unzalu nos recuerda que los 'ongi etorri' a presos, el relato de aquella lucha heroica, no sólo tergiversan la verdad, sino que continúan legitimando y reivindicando aquel pasado de violencia que dicen ya finalizado.

Conviene, por tanto, no dar lo pasado por sabido y exigir a quienes tienen (tenemos) la responsabilidad social de contar lo que pasó que cumplamos con nuestro deber. Como hizo Primo Levi al explicar la necesidad que tuvo de escribir el sufrimiento pasado en los años terribles del nazismo:

“Recordemos que desde Auschwitz habían pasado solo quince años: los alemanes que me leerían serían 'ellos', no sus herederos. De dominadores o de espectadores indiferentes, iban a convertirse en lectores: iba a obligarles a sujetarlos ante un espejo. Había llegado el momento de poner las cartas boca arriba. Sobre todo, era el momento del diálogo. La venganza no me interesaba; me había sentido íntimamente satisfecho con la (simbólica, incompleta, parcial) sagrada representación de Nuremberg y me parecía bien que en las justísimas condenas hubiesen pensado otros, los profesionales. A mí me correspondía entender, comprender. No al puñado de los grandes culpables sino a ellos, al pueblo, a quienes había visto de cerca, a aquellos entre los cuales se reclutaban los militantes de las SS, y también los otros que habían creído, o que no creyendo se habían callado, que no habían tenido el mínimo valor de mirarnos a los ojos, de arrojarnos un pedazo de pan, de murmurar una palabra humana”. (3)

También el colectivo docente vasco tiene una responsabilidad de comunicación sobre lo que significaron aquellos años y del silencio cómplice que en la mayoría de las ocasiones mantuvimos. En nuestra descarga, se puede argumentar que nada ha hecho la Escuela vasca distinto de su propio entorno, del que es fiel reflejo.

Sin embargo, no podemos aceptarlo como eximente, cuando nosotros/as mismos/as, los/as profesionales educativos, tenemos a gala —en otras esferas del conocimiento— actuar como abanderados/as de los cambios, de las técnicas de progreso, de la innovación que permite avanzar a la sociedad; nos gusta rebelarnos contra las imposiciones, discrepar razonadamente frente al pensamiento único, fortalecer la actitud crítica, establecer nuevas vías de actuación, allí donde encontramos mentes despiertas, abiertas a las novedades. Nada de esto —o muy poco, tal vez, hasta el extremo de pasar desapercibido— hemos sido capaces de ofrecer a la sociedad desde la Escuela vasca en aquellos años tan complicados.

Aún estamos a tiempo de enmendarnos. No contribuyamos a seguir creando frases impersonales, de imposible búsqueda del sujeto, cuando conocemos de primera quién es y por qué se esconde.

1.- “El largo camino hacia la civilidad”, en Fin de ETA. 10 años, 'Grand Place', núm. 16, 2021.

2.- Después de ETA ¿qué?, 'Grand Place', op. cit.

3.- Levi, P. (2014): Los hundidos y los salvados, Península.

En la 'Gramática española' se explica que las oraciones sin sujeto son denominadas oraciones impersonales, porque utilizan verbos impersonales, es decir, verbos que no son ejecutados por nadie. Cuando tratamos de encontrar el sujeto y acudimos a las preguntas de rigor ¿quién? y ¿quiénes?, no encontramos respuesta, al menos coherente.

Pongamos algún ejemplo: “En el atentado de ayer, hubo tres policías muertos”, o “Hay mucha desconfianza en este país”; más: “En Euskadi se mastica el miedo”, “Mañana se juzgará al comando que asesinó al político equivocado”, “En algo se habrá metido para que se haya actuado así”, “Lamentablemente no se respeta a quien piensa diferente”, “Habrá que aumentar el sufrimiento si se quiere conseguir el objetivo”Podríamos seguir así con frases que todos/as hemos oído, incluso pronunciado, y todas ellas tendrían un elemento en común: no se identifica —no reconocemos— al sujeto, a los sujetos que realizan la acción. Quedan en un tono un tanto etéreo, que no acaba de centrar —acusando o defendiendo— el sujeto protagonista de la acción.