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De Franco… (Y acabo)

Quienes más satisfechos deberían sentirse con la exhumación de Franco y su salida del Valle de los Caídos deberían ser sus partidarios, sus nostálgicos y, sobre todo, sus familiares. Los demás, los que consideramos que dicha exhumación es “un triunfo de la Democracia”, deberíamos verlo con más naturalidad porque aunque es verdad que nuestra Democracia -ya hace tiempo consolidada gracias al esfuerzo de los españoles, capaces de ejercer el “borrón y cuenta nueva”- no tiene nada a lo que temer, tampoco tiene necesidad de alardear ni mostrar su poder en un asunto como este.

En el Valle de los Caídos reposan los restos, amontonados, de las víctimas (muchas de ellas, otras están en las cunetas) de la Guerra Civil, en la que no se dirimió nada especial ni se resolvió ningún conflicto, salvo que Franco y los suyos sintieran la necesidad apremiante de imponer su voluntad a todos los demás. En suma, la Guerra Civil respondió a un capricho abominable del Dictador. Y como necesitaba algo que le sirviera de disculpa, interpretó la realidad de 1936 y de la República de aquel tiempo, como una situación insoportable para él y algunos de sus secuaces. De casi nada sirvió que quien gobernaba en España hubiera sido elegido por todos los españoles, porque se sintió tiznado por Dios para redimir a España y a los españoles.

Pero han pasado más de 40 años. Las nuevas generaciones viven ajenas a cuanto ocurrió entonces, aunque la Historia recuerde constantemente que Franco fue violento, sanguinario, asesino y extremadamente inhumano. Y ha sido eso lo que ha llevado a esta situación actual en la que una decisión tan juiciosa como es sacar los restos del Caudillo asesino de un lugar de honor en el que reposan “sus” asesinados, ha despertado la voracidad de sus familiares, de cuantos nostálgicos suyos quedan aún (léase Tejero y Cía.), e incluso de un cura benedictino con cara de niño, pero ni rastro remoto de inocencia. Todos ellos dicen ser sus legítimos sucesores: unos porque llevan sus factores sanguíneos y otros porque le echan de menos. Cuando la mayoría aplastante de los españoles ha pedido su exhumación (ni siquiera la derecha española votó por su mantenimiento en el Valle), esas minorías han puesto el grito en el cielo.

A mí, que le hayan hecho Tejero, y los parecidos a él, no me extraña. (Los gritos de exaltación franquista divulgados por los medios de comunicación, en una especie de “txoko”, con “¡vivas!” a todo quisque han movido a la risa, si no fuera por su trágico significado). Pero me extraña mucho que su familia más directa sea tan malvada con él (y con sus víctimas), y le convierta en un muñeco de pimpampum. Igualmente parece abominable la actitud del cura benedictino, atrincherado en la Capilla del Valle de los Caídos, mientras vilipendia y deshonra a los caídos que están allí sepultados.

Como la mayoría de los muchachos de mi generación, yo fui cristiano y aprendí a rezar. Ya no lo soy, ni rezo, porque he descubierto que la libertad está mejor garantizada cuando se “descree”, pero valoro muy positivamente algunos comportamientos que considero respetuosos, e incluso virtuosos, que preconizan las religiones. Y puesto a dilucidar, el tratamiento que está recibiendo Franco por parte de sus adeptos me parece aborrecible. Sacarle de donde está es muy urgente para los demócratas y también para los franquistas. Reúnanse todos los franquistas de España y del Mundo, prendan fuego a sus restos (si aún quedan) y suban al monte más elevado en día de temporal y viento desapacible, huracanado y violento… Y que se esparzan sus cenizas: los nostálgicos pensarán que reina sobre el Universo, pues el viento llega a todas las partes… Y nosotros, los otros, los demócratas, sentiremos que ya no está en ningún sitio, porque de todos los sitios habrá sido expulsado,… que ya no nos amenace ni siquiera su recuerdo.

Quienes más satisfechos deberían sentirse con la exhumación de Franco y su salida del Valle de los Caídos deberían ser sus partidarios, sus nostálgicos y, sobre todo, sus familiares. Los demás, los que consideramos que dicha exhumación es “un triunfo de la Democracia”, deberíamos verlo con más naturalidad porque aunque es verdad que nuestra Democracia -ya hace tiempo consolidada gracias al esfuerzo de los españoles, capaces de ejercer el “borrón y cuenta nueva”- no tiene nada a lo que temer, tampoco tiene necesidad de alardear ni mostrar su poder en un asunto como este.

En el Valle de los Caídos reposan los restos, amontonados, de las víctimas (muchas de ellas, otras están en las cunetas) de la Guerra Civil, en la que no se dirimió nada especial ni se resolvió ningún conflicto, salvo que Franco y los suyos sintieran la necesidad apremiante de imponer su voluntad a todos los demás. En suma, la Guerra Civil respondió a un capricho abominable del Dictador. Y como necesitaba algo que le sirviera de disculpa, interpretó la realidad de 1936 y de la República de aquel tiempo, como una situación insoportable para él y algunos de sus secuaces. De casi nada sirvió que quien gobernaba en España hubiera sido elegido por todos los españoles, porque se sintió tiznado por Dios para redimir a España y a los españoles.