Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El Gobierno vasco, el planeta y la letra pequeña
A poca gente habrá sorprendido que el programa de gobierno firmado por el PNV y el PSE tenga un eje completo dedicado al Planeta: primero por la centralidad del tema en la agenda política mundial, y en segundo lugar por la propia estrategia de los partidos firmantes. Por un lado, los jeltzales llevan tiempo haciendo un esfuerzo por incluir elementos verdes en su discurso y proyecto de país (no entramos aquí a valorar el impacto real de sus políticas en las dos últimas legislaturas) y por otro, el partido socialista ha hecho de la transición ecológica su bandera a nivel estatal, gracias a la influencia de su presidenta Cristina Narbona y al buen hacer de la ministra Teresa Ribera.
Sin embargo, el liderazgo político de la sostenibilidad ha caído del lado nacionalista dentro el gobierno con un superdepartamento que aúna todas las competencias claves de la transformación del modelo productivo: industria, digitalización, sector primario, transición energética, cambio climático, economía circular y medio ambiente. ¿Es una buena noticia que industria y competitividad compartan departamento con medio ambiente?
La dicotomía economía-medio ambiente es un viejo y falaz debate que ha servido para frenar cualquier intento de avance y modernización de los sistemas productivos occidentales siguiendo criterios ecológicos. En primer lugar, la posición de la economía como el elemento central de nuestros sistemas humanos es una construcción cultural de capitalismo moderno. Se puede entender la economía con otros objetivos y otros parámetros que los del crecimiento económico y la maximización del beneficio empresarial.
Por su parte, en la cultura occidental el medio ambiente se ha separado del ser humano y de la sociedad, poniendo la naturaleza su servicio. En una sociedad capitalista donde, por encima de todo, el objetivo es hacer dinero; los ríos, los mares, los bosques, los seres vivos, las montañas son considerados recursos que hay que explotar sin ningún tipo de límite. También se ha considerado un recurso la mano de obra, de forma que cuestiones como derechos laborales, sociales y el propio bienestar de las personas se han subordinado sistemáticamente al crecimiento económico, con más o menos intensidad según el momento histórico y el lugar del mundo.
Por fortuna, empiezan a surgir nuevas concepciones de la economía como por ejemplo la de Kate Rawsworth (cuyo libro, La Economía Rosquilla, recomiendo). Para ella, la economía debe tener un suelo, las necesidades básicas de la población; y un techo, los límites físicos del planeta. Y en esa franja, representada por un donut o rosquilla, debe encuadrarse la economía. De la misma manera, el medio ambiente ha dejado de ser solo “la naturaleza que está fuera de las ciudades” para ser el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos o la biodiversidad que nos protege de virus de origen de animal.
¿A dónde quiero llegar con esto? Pues que no importa tanto la estructura del gobierno, sino la filosofía y el pensamiento político con el que, en este caso la consejera Tapia, aborde el reto de transformar nuestro sistema productivo para alinearlo con los objetivos de revertir la crisis ecológica, de la que le cambio climático es sólo uno de sus elementos.
No quedarse fuera de los retos y de la tendencia mundial de la transición ecológica es lo mínimo que se le puede exigir a un gobierno
Por ejemplo, en estos primeros días de gobierno hemos tenido el anuncio de un Basque Green Deal, nueva etiqueta para agrupar las inversiones que tratarán de hacer la economía vasca más verde, tanto en lo referente a emisiones como a residuos, contaminación o recuperación ambiental. No quedarse fuera de los retos y de la tendencia mundial de la transición ecológica es lo mínimo que se le puede exigir a un gobierno; por lo tanto lo que habrá que valorar es el alcance, ambición y el proyecto a medio/largo que dibujen estas inversiones. Este es el reto del nuevo gobierno: rellenar un gran titular con propuestas y acciones que hagan de Euskadi referente mundial en un modelo económico alternativo. Continuar simplemente con lo que tenemos, pero un poco menos contaminante, no va a ser suficiente ni es sostenible en el medio plazo.
Una vez perdida la ventaja competitiva de haber empezado antes con este proceso, nos queda la oportunidad de ser más audaces que el resto y lograr la competitividad de nuestra economía (competencia también de la misma consejera) no con base a los criterios tradicionales (salarios, costes, impuestos, etc.) sino nuevos elementos como la resiliencia, la innovación, su valor social, su aportación ecológica…
Gobernar nunca es fácil, hacerlo en tiempos de pandemia y con los deberes pendientes de la transición ecológica y digital menos aún. Tocará tomar decisiones complicadas, pero que tienen que ser valientes. Las soluciones inmediatas o el corto plazo no puede ser contradictorio ni retrasar el horizonte que nos hayamos marcado. Es la única manera de no despilfarrar recursos, mandar las señales adecuadas al mercado y mostrar firmeza ante una ciudadanía que empieza a estar harta de palabras vacías que no traen mejoras. La voluntad de transformación del gobierno o la audacia de su proyecto de país podremos valorarlo en las decisiones del día a día o la letra pequeña de sus leyes o planes. Como dice el dicho el diablo está en la letra pequeña, y no en los titulares.
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