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Gogora y la Escuela Vasca (II)

En la carpa instalada en el Arenal bilbaíno por Gogora Institutua, en el espacio de aportación, alguien ha colocado la siguiente frase: “Las ideas no necesitan violencia para ser recordadas”. Interesante reflexión cuando la pretensión es construir convivencia. Y es en este deseo tan natural donde surge un interrogante básico: ¿cómo lo hacemos?

Llevamos tiempo oyéndonos decir que es necesario ser capaces de construir un relato de lo ocurrido firme, coherente, no basado en la venganza, pero justo y solidario con el sufrimiento de las víctimas. Un relato que supere sin ambages esta situación y contribuya a construir una comunidad tolerante, plural y solidaria. Y aquí es donde la Escuela debe seguir aportando combustible.

La sociedad no puede seguir esperando de forma indefinida que otros adopten una postura definitiva; debe intervenir ya asumiendo que el momento de la exigencia de responsabilidades ha llegado. Y en este caso, cuando se trata de debatir sobre la formación de las nuevas generaciones en asuntos tan trascendentes como el respeto al diferente, la defensa de los valores democráticos o el valor de la libertad y de la vida humana, no puede dudar sobre el lugar que debe ocupar: frente a la extorsión, el engaño y la violencia, la sociedad debe insuflar energía suficiente a las instituciones democráticas con que se ha dotado, y entre ellas, a la propia Escuela.

Por eso, ante la pregunta del “¿qué hacer?” la Escuela vasca debe dar un paso al frente y disponerse para asumir el protagonismo social que le corresponde: ¡Basta ya de silencios! Porque hay que actuar antes de que las nuevas generaciones decidan priorizar otros distintivos (la insolidaridad, la falta de escrúpulos, el dinero fácil) como señas de identidad y den al traste con algunos de los valores que siempre deberían haber sido defendidos.

Y uno de los primeros pasos a dar en esa línea, como sociedad, como comunidad educativa, es posibilitar, más aún, coadyuvar a la integración plena, física, social, pública, de todas y cada una de las víctimas que han sufrido la violencia terrorista y/o policial. En la medida en que se socialice su dolor, sus silencios, la dignidad de las víctimas se habrá engrandecido y, a la vez, se habrá reducido el terreno de apoyo a los violentos.

Si algo ha aprendido el ámbito educativo vasco, tras el pasado trágico aparentemente en vías de superación, es que no puede ante la violación de los derechos humanos –aquí o en cualquier parte del mundo; por violencia de género, xenofobia o apartamiento político- no puede mirar ni una vez (nunca) más hacia otro lado.

Construir (la) convivencia en nuestra sociedad será enfrentarse ante la falta de la misma allí donde se produzca, enseñar al alumnado que los valores formativos (DDHH) más elementales –defensa de la vida, igualdad ante la ley, pluralidad ideológica,… no sólo son contenidos conceptuales a incorporar en su proceso formativo, sino capacidades morales a desarrollar en el vivir cotidiano, que forman parte de su ADN social personal.

Por ello, construir convivencia desde el ámbito educativo será demostrar que los/as profesionales de la educación además de demostrar competencias específicas (cultura general, conocimiento concreto de las materias y de los procesos de enseñanza y aprendizaje) tenemos un compromiso en valores, actitudes y estilos de comportamiento social. Enseñamos como actividad intelectual y moral para beneficio de las personas.

Existe el riesgo de vivir una transición rápida entre la vergüenza de lo que fue –sin revisión crítica, sin preguntas molestas, sin espíritu de aprendizaje- y la esperanza de lo que debe ser. Hay en los centros educativos un sentimiento (no podríamos precisar cuantitativamente de qué importancia) de “borrón y cuenta nueva” que puede anular el deseo de parte de la sociedad de conocer su pasado más reciente.

Debemos como educadores/as a las nuevas generaciones de alumnos/as el derecho a la información de lo que aquí, en un tiempo ocurrió. No podemos contribuir por más tiempo a la desmemoria. Hemos cerrado durante mucho tiempo ojos y oídos a la injusticia, a la extorsión. No cerremos también ahora el recuerdo.

Pero hay que actuar ya. No se puede perder más tiempo. Debemos dedicar esfuerzos para iniciar aproximaciones que, cuanto antes, nos conduzcan a la elaboración del relato educativo del pasado y del futuro. Tendremos que ser capaces de expresar el peso que la violencia ha jugado en nuestras vidas, dinamitando cualquier apuesta constructiva de convivencia democrática. En la misma línea, propongo una línea de acción que recoja reflexiones sobre el relato educativo en construcción.

Relato positivo, de lo que deberá ser.

- Selección de experiencias deslegitimadoras de la violencia. Aunque escasos, hubo lugares, espacios y gentes que trataron el tema de la conculcación de derechos desde una perspectiva mucho más humana, que distinguía el sufrimiento derivado de un asesinato del sufrimiento propio de una familia con un miembro preso.

- Resaltar el trabajo de Educar para la Paz que se ha llevado en centros de enseñanza públicos y privados de nuestra CAPV.

- Institucionalizar las iniciativas continuadas, no puntuales, en torno a fechas emblemáticas en el tratamiento de la cultura de la no violencia al 30 de enero, semanas por la paz, realce del 10 de diciembre (DDHH), debates y conferencias en centros...

- Destacar la inmensa sorpresa, en positivo, que ha sido escuchar de primera mano el relato de las víctimas; lo que supone de empatía y natural muestra de solidaridad hacia los damnificados; la no venganza, el espíritu del perdón o, por lo menos, del no-odio.

-Modificar los proyectos educativos, incluir los pasos que se van a dar, concretar cómo se van a trabajar los DDHH. (En qué materias, en qué horas, con qué materiales ¿O se deja a la buena voluntad de quien quiera hacerlo?)

Es cierto que la educación no es una isla (no trabaja sola) La sociedad tiene una responsabilidad, seguramente más trascendente que la propia escuela. Pero no podemos, ni queremos como educadores/as seguir amparándonos en el limbo justificativo de la imperfección humana. Todos, profesionales, direcciones, AMPAS, administraciones educativas, debemos enfrentarnos, sin más dilación, con la realidad de un sufrimiento originado en nuestro nombre y patria. Y que aún no ha sido reparado.

Las sociedades –y ésta nuestra vasca no es una excepción- necesitan de gestos sociales aprendidos, cultivados por la enseñanza para que el ser humano pueda vivir junto a su vecino. Se precisa de una reflexión serena y de una pedagogía hábil; ambas son –deben ser, si no- parte consustancial del día a día escolar.

No va a ser fácil; nos va a exigir una voluntad férrea, una firmeza en la recuperación de espacios públicos que voluntariamente habíamos cedido; nos va a obligar a hablar. Hemos de acostumbrarnos a pensar que nunca más nada, ni nadie será dueño de nuestra palabra.

Acabaré con unas consignas de Amin Maalouf[1], siempre oportuno: “Reconciliar, reunir, adaptar, ganarse a alguien, pacificar son gestos voluntarios, gestos civilizados, que exigen lucidez y perseverancia; gestos que se adquieren, que se enseñan, que se cultivan. Enseñar a los hombres a vivir juntos es una larga batalla que nunca está del todo ganada. Precisa una reflexión serena, una pedagogía hábil, una legislación apropiada e instituciones adecuadas.”

[1] “El desajuste del mundo. Cuando las civilizaciones se agotan”

En la carpa instalada en el Arenal bilbaíno por Gogora Institutua, en el espacio de aportación, alguien ha colocado la siguiente frase: “Las ideas no necesitan violencia para ser recordadas”. Interesante reflexión cuando la pretensión es construir convivencia. Y es en este deseo tan natural donde surge un interrogante básico: ¿cómo lo hacemos?

Llevamos tiempo oyéndonos decir que es necesario ser capaces de construir un relato de lo ocurrido firme, coherente, no basado en la venganza, pero justo y solidario con el sufrimiento de las víctimas. Un relato que supere sin ambages esta situación y contribuya a construir una comunidad tolerante, plural y solidaria. Y aquí es donde la Escuela debe seguir aportando combustible.