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Gure Kaietanoak

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Hay noticias que, en ocasiones, le llevan a uno a reflexionar sobre el propio hecho noticioso, por un lado, y sobre la rapidez con la que pasa el tiempo, por otro. La reciente conmemoración del 25 aniversario de la Compañía Jaizkibel es una de ellas. Es evidente que, aunque digan que “lo cura todo”, el paso del tiempo resulta meramente homeopático ante el cretinismo mental que puede llevar a impedir a las mujeres de participar en las fiestas de su localidad.

Para quien no lo recuerde, Jaizkibel es una compañía que participa en un más o menos colorido desfile de Hondarribia. Su peculiaridad es que permite que las mujeres participen en el Alarde en condiciones de igualdad con respecto a los hombres. Un planteamiento rompedor, vanguardista, transgresor y contestado, incluso en este siglo XXI. Casi nada.

La mayoría del resto del país -y, en especial, el resto de guipuzcoanas y guipuzcoanos- hemos intentado entender qué sucedía para que, durante tantos años, una parte importante de la población considerara un sacrilegio que una mujer desfilara en igualdad de condiciones en un acto festivo. Este tipo de eventos tienen, en todos los municipios, el objetivo último pasar un tiempo alegre, divertido y gozoso, recreando una parte de la historia local ataviados con un atuendo específico que puede podría considerarse, según el caso, atenuante o agravante de disfraz. Pues no hay manera, oiga. Ni en fiestas ni en el siglo XXI.

Me he esforzado en entender el fondo de quienes consideraban una ofensa al pueblo la participación de una mujer en este acto. En este afán, he leído con atención los argumentos esgrimidos durante años. Ya les adelanto que no es un mal endémico, ni se debe a la red de agua potable ni a una sobreexposición al yodo de la brisa cantábrica. Es, simple y llanamente, machismo. Nada que no azote otras partes del mundo, también las alejadas de la bahía de Txingudi.

Este 25 aniversario de la compañía coincide en el tiempo -que avanza inexorable también en el interior peninsular, aunque haya hechos que parezcan ponerlo en duda-, con lo acontecido en el Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid, donde un grupo de estudiantes -todos ellos hombres- proferían insultos y cánticos machistas a las residentes -todas ellas mujeres- del Colegio Mayor Santa Mónica, ubicado justo enfrente.

Sorprendentemente -o, quizá, ya no tanto-, los cánticos fueron justificados por algunos y algunas argumentando que forman parte de una arraigada tradición que los convertía, por lo tanto, en normales -o normalizados, si se prefiere-, pero nunca en machismo. Una vez más, el recurso a la tradición se usa como argumento para justificar lo injustificable. Sólo nos faltó oír lo de que “si no eres del Elías Ahuja no lo entenderás”, que es lo que argumentan quienes defienden la perpetuidad de los alardes machistas de Hondarribia e Irun.

El caso es que los afectuosos apelativos berreados por los cafres machistas del Elías Ahuja (“putas”, “zorras”, “ninfómanas”, etc.) lejos de resultarme nuevos, me remitieron literalmente a lo escuchado durante 25 años en Hondarribia por aquellas mujeres que tuvieron el provocador capricho de querer disfrutar de las fiestas de su pueblo en igualdad de condiciones que los hombres. Faltaba “bigotudas”, que es otra de las aportaciones del hecho diferencial vasco a esta cuestión.

En 25 años, tanto antes, como durante y después de las fiestas, aquellas sacrílegas que habían osado participar en la profanación de la tradición machista que orilla a las mujeres, han sufrido desprecio, señalamiento, discriminación e insultos, sin que nadie tercie en el asunto con la contundencia debida. Las instituciones públicas han preferido no mojarse en un asunto relacionado con el respeto a los derechos humanos con tal de que los partidos en el gobierno PNV y PSE-, no pierdan votos en Irun y Hondarribia. Es así de miserable el tema.

Nos ha escandalizado, y con razón, que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se niegue a rechazar lo ocurrido en el Colegio Mayor Elías Ahuja. Por el contrario, en el País Vasco, no escandaliza que el lehendakari no haya sido capaz, en 25 años, de velar por el respeto de los derechos de las mujeres que quieren participar en los alardes de Irun y Hondarribia como sí lo pueden hacer los hombres. Y esto es muy preocupante.

También resulta curioso que el Presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, asevere, tajante, que no se dará “ni un paso atrás en todo lo que tiene que ver con la igualdad efectiva entre hombres y mujeres”, mientras su alcalde de Irun, socialista desde hace décadas, permite que se discrimine a la mujer en sus fiestas. Se ve que, en realidad, se trata no dar ni un paso atrás ni tampoco hacia adelante, si con ello se pierden unas elecciones municipales en Irun.

Lo que queda en evidencia es que el machismo y el mal gusto no es un monopolio de los “cayetanos” de un Colegio Mayor de Madrid, ni de los cavernícolas que, durante años, han acosado a las integrantes de la Compañía Jaizkibel. El machismo subyace en esta sociedad y estas expresiones nos recuerdan que todavía nos queda mucho camino por recorrer en materia de igualdad y que hay que ponerse manos a la obra, porque el tiempo no lo cura todo. A la vista está.

Hay noticias que, en ocasiones, le llevan a uno a reflexionar sobre el propio hecho noticioso, por un lado, y sobre la rapidez con la que pasa el tiempo, por otro. La reciente conmemoración del 25 aniversario de la Compañía Jaizkibel es una de ellas. Es evidente que, aunque digan que “lo cura todo”, el paso del tiempo resulta meramente homeopático ante el cretinismo mental que puede llevar a impedir a las mujeres de participar en las fiestas de su localidad.

Para quien no lo recuerde, Jaizkibel es una compañía que participa en un más o menos colorido desfile de Hondarribia. Su peculiaridad es que permite que las mujeres participen en el Alarde en condiciones de igualdad con respecto a los hombres. Un planteamiento rompedor, vanguardista, transgresor y contestado, incluso en este siglo XXI. Casi nada.