Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

Impasse pos y pre-electoral

Andoni Pérez Ayala

0

Independientemente de cual sea la valoración que cada uno pueda hacer de los resultados de las ya lejanas elecciones prenavideñas del 20-D, lo que no ofrece duda alguna es que tres meses después nos hallamos ante una situación inédita que no se había dado tras ninguna de las elecciones realizadas hasta ahora. Como inédita ha sido también la situación generada en torno a la no-investidura del único candidato presentado hasta el momento, que a diferencia de todas las investiduras anteriores no procedía de la lista más votada y, como estaba previsto, ha sido rechazado en las dos votaciones sucesivas realizadas en el Congreso. Se ha abierto así un nuevo periodo político cuyas expectativas no dejan de ser inciertas, sin que sepamos muy bien si ya se ha cerrado el anterior que, en principio, debía concluir con la investidura del nuevo jefe de gobierno.

1. Las últimas elecciones generales han dado lugar a un mapa político nuevo que presenta importantes novedades en relación con el que había venido existiendo durante más de tres décadas. En particular, por lo que se refiere al acusado debilitamiento del modelo bipartidista, en torno al que se ha articulado el proceso político y el funcionamiento institucional a lo largo de todo el periodo anterior. De todas formas, dejando claro lo dicho, hay que decir también que los cambios introducidos por las elecciones del 20-D, importantes sin duda, no han supuesto, como de forma reiterativa se viene sosteniendo desde algunos círculos, ni la quiebra del modelo anterior ni tampoco la instauración de ningún nuevo sistema, ni de partidos ni institucional, sustitutivo del que ha existido hasta el presente.

Baste constatar al respecto que las dos formaciones en torno a las que se articulaba el bipartidismo -PP y PSOE- siguen siendo las dos más votadas, si bien con un importante descenso en ambos casos que apenas les permite rebasar conjuntamente la mitad de la representación electoral (51,1% de los sufragios). Por lo que se refiere a las nuevas formaciones emergentes -Podemos y C’s-, a pesar del indudable éxito electoral cosechado en su inicial cita con las urnas, no consiguen desplazar a las ya existentes, agrupando conjuntamente a poco más de un tercio (34.8%) del voto emitido. Cuestión aparte, que no se va a tratar aquí ya que no tiene relación con la nueva legislatura, son los cambios experimentados por las formaciones políticas catalanas como consecuencia del ‘procés’ que se sigue allí y que está dando lugar a una redistribución del espacio electoral del nacionalismo entre las formaciones (ERC y DiL) de este signo. Distinta es la situación en Euskadi, donde el PNV reafirma una trayectoria de continuidad.

2. No son, sin embargo, los cambios experimentados en el sistema de partidos, importantes pero limitados (por ahora), lo que constituye el factor causante de la incertidumbre política que caracteriza la nueva situación en que nos encontramos tras las elecciones del 20-D. Más que en los resultados electorales en sí mismos, la causa es preciso buscarla en la gestión que han venido haciendo (y siguen haciendo) de ellos las formaciones políticas, tanto las emergentes como las ya existentes.Y más concretamente y de forma muy especial, en el proceso de negociaciones (o de no negociaciones si se prefiere) que se ha desarrollado en este periodo postelectoral, que ha tenido su manifestación más expresiva en las posiciones mantenidas por las distintas formaciones políticas ante la no-investidura del único candidato que se presentaba.

Una investidura que, como los hechos han puesto de manifiesto, ha distado mucho de ser una investidura ‘normal’ para designar al futuro jefe de gobierno (que es la finalidad de toda investidura); y que, desde el primer momento, ha presentado una serie de rasgos anómalos que no son sino fiel reflejo de la situación en que nos encontramos desde las últimas elecciones. El primero de ellos, el que de antemano se sabía que de ella no iba a surgir el nuevo jefe de gobierno, limitándose a cumplir una función instrumental y de trámite para poner en marcha el reloj que permita, transcurrido el preceptivo plazo de dos meses, la disolución de las Cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones. Aunque, a falta de proporcionarnos un nuevo gobierno, el desarrollo de la frustrada investidura ha podido servir para proporcionar pistas (que no dejan de ser inquietantes) sobre la evolución del proceso en marcha en los próximos meses.

3. A juzgar por las posiciones que han venido manteniendo las distintas formaciones políticas, tanto tras las elecciones como en el curso del proceso de investidura, la conclusión que cabe extraer es que, si esas posiciones no cambian sustancialmente en lo sucesivo, no existe posibilidad alguna de formar gobierno. En primer lugar porque la aritmética electoral no permite la formación de una mayoría parlamentaria que proporcione el respaldo suficiente al gobierno; salvo la ‘gran coalición’ PP-PSOE, rechazada hasta ahora por este último y sin cuya colaboración no es posible. Cualquier otra combinación, bien se trate de la ‘pequeña coalición’ PSOE-C’s, ensayada recientemente en la investidura frustrada, o de las coaliciones de (presunta) afinidad PP-C’s o PSOE-Podemos, no proporcionan la mayoría parlamentaria necesaria ni suficiente para garantizar la continuidad del gobierno.

Conviene recordar que en un sistema parlamentario, como es el nuestro, la formación y la estabilidad del gobierno no depende de la habilidad ni de las virguerías negociadoras, como parece ser creen quienes están negociando la formación del próximo gobierno (incluidos los ‘emergentes’, que en este asunto ponen incluso más énfasis) sino de la conformación de una mayoría parlamentaria que pueda respaldar la acción del gobierno. Mayoría parlamentaria que de no existir imposibilita que el gobierno pueda desarrollar su actividad y que, en consecuencia, constituye la premisa ineludible para poder plantear seriamente las tareas que conduzcan a la formación del nuevo gobierno. Y una mayoría parlamentaria, hoy inexistente, que solo puede ser conformada sobre la base de unas propuestas programáticas que la doten de un mínimo de cohesión política.

4. Transcurridos tres meses desde las elecciones y una vez cumplido el trámite de la investidura, el periodo en que nos encontramos viene caracterizado antes que nada por su transitoriedad, si bien resulta incierta la determinación de cual puede ser el destino final del tránsito en curso. Aunque pueda resultar aventurado hacer predicciones sobre el futuro próximo en una coyuntura tan cambiante como la actual, cabe augurar que el proceso de cambios que vienen sucediéndose últimamente en relación con el sistema de partidos y las eventuales alianzas entre éstos dista de estar cerrado y que no sería descartable que el mapa político siga experimentando cambios nada desdeñables próximamente. Conviene tenerlo en cuenta porque los cambios aun por venir, sobre todo en el caso de que haya nuevas elecciones, pueden introducir factores nuevos que den lugar a escenarios políticos distintos al que conocemos en el momento presente.

Es precisamente esta incertidumbre sobre el nuevo escenario político que pueda suceder al actual impasse en que nos encontramos lo que caracteriza la presente coyuntura, en la que convergen elementos propios de un periodo postelectoral, especialmente los relacionados con la formación del gobierno tras las elecciones, con otros de carácter preelectoral ante una eventual nueva cita con las urnas que nadie excluye de antemano. Esta insólita y paradójica concurrencia de factores pos y pre-electorales, cuyo deslindamiento no es posible ya que se condicionan mutuamente en todo momento, constituye otro de los rasgos distintivos de la situación actual que es preciso tener muy en cuenta a la hora de plantear cualquier propuesta dirigida a la superación de la situación de impasse en que nos hallamos en el momento actual.

5. No cabe descartar, para concluir, la posibilidad de que no sea factible la formación del nuevo gobierno con la actual correlación de fuerzas en las Cámaras surgidas de las últimas elecciones. Desde luego, lo que es seguro es que manteniendo las posiciones ‘negociadoras’ que se han mantenido hasta ahora (y que se afirma se van a seguir manteniendo) es completamente imposible, ya que no habría forma de conseguir el respaldo parlamentario suficiente para garantizar la continuidad del gobierno. En este supuesto, que de seguir las cosas como hasta ahora parece el más probable, la cita de nuevo con las urnas sería inevitable. Y no es que hacer elecciones cada seis meses sea precisamente un modelo ejemplar de funcionamiento institucional pero tampoco sería ninguna catástrofe irreparable repetirlas una vez (no más); e incluso, puestos a buscar el lado positivo de las cosas, hasta podría servir como experiencia aleccionadora que obligase a reflexionar un poco a quienes hasta ahora no se han caracterizado precisamente por hacerlo. Es más, podría ocurrir, así mismo, que hubiese alguna(s) sorpresa(s) no prevista(s) que exigiesen algo más que una reflexión ocasional.

También podría ocurrir, todo hay que decirlo, que las nuevas elecciones reprodujesen un mapa político similar y, lo que sería mucho más preocupante, un comportamiento de las formaciones políticas igual al que han tenido durante este periodo de impasse postelectoral y, al mismo tiempo, previsiblemente preelectoral.

Independientemente de cual sea la valoración que cada uno pueda hacer de los resultados de las ya lejanas elecciones prenavideñas del 20-D, lo que no ofrece duda alguna es que tres meses después nos hallamos ante una situación inédita que no se había dado tras ninguna de las elecciones realizadas hasta ahora. Como inédita ha sido también la situación generada en torno a la no-investidura del único candidato presentado hasta el momento, que a diferencia de todas las investiduras anteriores no procedía de la lista más votada y, como estaba previsto, ha sido rechazado en las dos votaciones sucesivas realizadas en el Congreso. Se ha abierto así un nuevo periodo político cuyas expectativas no dejan de ser inciertas, sin que sepamos muy bien si ya se ha cerrado el anterior que, en principio, debía concluir con la investidura del nuevo jefe de gobierno.

1. Las últimas elecciones generales han dado lugar a un mapa político nuevo que presenta importantes novedades en relación con el que había venido existiendo durante más de tres décadas. En particular, por lo que se refiere al acusado debilitamiento del modelo bipartidista, en torno al que se ha articulado el proceso político y el funcionamiento institucional a lo largo de todo el periodo anterior. De todas formas, dejando claro lo dicho, hay que decir también que los cambios introducidos por las elecciones del 20-D, importantes sin duda, no han supuesto, como de forma reiterativa se viene sosteniendo desde algunos círculos, ni la quiebra del modelo anterior ni tampoco la instauración de ningún nuevo sistema, ni de partidos ni institucional, sustitutivo del que ha existido hasta el presente.