Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

Jóvenes y futuro

Parece ser norma habitual que las personas adultas desconfíen de cuantas jóvenes se crucen en sus vidas. La aparente mirada benévola esconde un cierto reto desafiante. El temor a resultar desplazados/as y la desconfianza de sus mensajes suelen ser argumentos que acompañan estas sospechas. Las/os jóvenes son acusados de petulantes, entrometidos, soñadoras, irresponsables. Cualquiera de sus errores justifican sospechas, confirman prejuicios. Quienes se encuentran en puestos de responsabilidad, no son benévolos con la juventud, porque en muy contadas ocasiones revisan sus años jóvenes con espíritu constructivo. Casi siempre, la expresión pueril “eran otros tiempos” pretende justificar su añoranza de quien ha cambiado de etapa vital, no la aceptación de quienes pelean ahora por su mismo espacio con tanta ilusión como antaño.

Por eso quien dude del empuje solidario, de la respuesta contracultural (a veces), o de las actitudes críticas de la juventud actual es que se ha perdido su participación en las dos causas reivindicativas que más aceptación social tienen en estos momentos: la reclamación feminista y la medioambiental. Ninguna de las dos habría tenido la repercusión mediática vista ni, por supuesto, se habría incorporado a la agenda política de los gobiernos si la juventud no hubiese participado de forma tan masiva a como lo ha hecho. La juventud –como siempre- reclama su espacio, desconfía de quienes han confeccionado el mundo en el que viven, pelean por un horizonte más esperanzador. Es parte de su ADN, como el aire que respira y el futuro que desea.

Y en este contexto, la educación ayuda a conseguir su reto. A través de la formación conoce los logros de otras personas embarcadas en sus mismas peleas, evalúa éxitos y fracasos, diseña estrategias, concierta apoyos, se inicia en las movilizaciones. La juventud necesita la teoría que le aporta la escuela para embarcarse en proyectos solidarios. Y necesita, cómo no, la osadía para iniciar sus propios desafíos. Los/as jóvenes necesitan de teoría, pero también de práctica; no nos vaya a acusar de utópicos Woody Allen cuando lanzaba aquello de que “las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas”.

Por ello es importante el mensaje conjunto que instituciones tan significadas como UNESCO, OIT, UNICEF y la Internacional de la Educación han elaborado para conmemorar el pasado 5 de octubre, día mundial del y de la docente. Bajo el título “Jóvenes docentes, el futuro de la profesión” han expuesto una proclama bienintencionada que denuncia las carencias que la educación aún tiene en el mundo: son necesarios 69 millones de nuevos docentes para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, los que nos hablan de acabar con la discriminación de los seres humanos, sean cuales sean sus credos, origen o ideología, los que pretenden preservar nuestro mundo a las generaciones venideras, los que combaten la miseria y la desigualdad.

No lo tiene fácil la educación, ni la personas que se dedican a ella. El empleo precario, las escasas oportunidades de desarrollo profesional o el reto de atender a poblaciones marginadas, refugiadas o con carencias socioafectivas son algunas de las razones que restan atractivo a esta profesión y evitan que más jóvenes se integren en el ámbito de la formación educativa. A todo ello se suma una realidad innegable: cerca de 48 millones de docentes en todo el mundo se jubilarán en el próximo decenio. Es necesario, por tanto, acercarse a esta situación, que empieza a ser apremiante en países estancados y en los que presumen de desarrollados.

Euskadi no es una excepción a esta situación. Tenemos una población docente envejecida que clama por su rejuvenecimiento. Según ha publicado a comienzos de este curso la Federación de Enseñanza de CCOO –a partir de datos oficiales del Ministerio de Educación- en el periodo transcurrido ente los años 2009 y 2017 el cohorte de edad de los/as docentes menores de 30 años en la red pública vasca había descendido en un 20 %, mientras que aumentaba hasta un 450 % el cohorte 60-64 años. Otro dato más: de continuar la actual tendencia, en la próxima década se retirarán del sistema público educativo vasco entre 8.000 y 10.000 personas, prácticamente un tercio de la plantilla actual.

Los cambios en el proceso de jubilación voluntaria (sólo netamente favorable para quienes cotizan al régimen de Clases pasivas), la suspensión parlamentaria del derecho a percepción de las primas de jubilación y una política de convocatorias de OPE escasamente continuista (sólo en los últimos años parece animarse con ofertas multitudinarias) han contribuido a aumentar de forma ostensible la edad media de la plantilla docente.

Urge, por tanto, un cambio paulatino y continuo. Sólo una política institucional atrevida, que apueste por incrementar la inversión presupuestaria, por ofertas continuas de empleo y por una mejora sustancial de las condiciones laborales del colectivo docente, servirá para cambiar el perfil actual de las plantillas: introducir savia joven, dispuesta a comerse el mundo y a seguir trabajando por una educación crítica, de calidad, inclusiva y equitativa.

La juventud está llamada a hacer grandes cosas, pero necesita tiempo, espacio y confianza. Gandhi lo entendió desde el principio: debe ser el cambio que el mundo quiere ver. Hay que ayudarla en ese empeño.

Parece ser norma habitual que las personas adultas desconfíen de cuantas jóvenes se crucen en sus vidas. La aparente mirada benévola esconde un cierto reto desafiante. El temor a resultar desplazados/as y la desconfianza de sus mensajes suelen ser argumentos que acompañan estas sospechas. Las/os jóvenes son acusados de petulantes, entrometidos, soñadoras, irresponsables. Cualquiera de sus errores justifican sospechas, confirman prejuicios. Quienes se encuentran en puestos de responsabilidad, no son benévolos con la juventud, porque en muy contadas ocasiones revisan sus años jóvenes con espíritu constructivo. Casi siempre, la expresión pueril “eran otros tiempos” pretende justificar su añoranza de quien ha cambiado de etapa vital, no la aceptación de quienes pelean ahora por su mismo espacio con tanta ilusión como antaño.

Por eso quien dude del empuje solidario, de la respuesta contracultural (a veces), o de las actitudes críticas de la juventud actual es que se ha perdido su participación en las dos causas reivindicativas que más aceptación social tienen en estos momentos: la reclamación feminista y la medioambiental. Ninguna de las dos habría tenido la repercusión mediática vista ni, por supuesto, se habría incorporado a la agenda política de los gobiernos si la juventud no hubiese participado de forma tan masiva a como lo ha hecho. La juventud –como siempre- reclama su espacio, desconfía de quienes han confeccionado el mundo en el que viven, pelean por un horizonte más esperanzador. Es parte de su ADN, como el aire que respira y el futuro que desea.