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¿Qué le ocurre a Zuriñe?

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Zuriñe tiene que aceptarlo: está rara. Cada vez un poco más. Aunque le moleste, debe reconocer que ama tiene razón, cuando bromea diciendo que cualquier día dejan de comprar vinagre porque tendrán suficiente con el que ella produce. Le molesta especialmente porque Mikel, su hermano canijo, al que incordia continuamente, se parte de risa con el ejemplo.

Pero es verdad. No acaba de saber cuál es el motivo principal, si es uno o son varios los que le hacen estar enfadada continuamente, responder con cortantes monosílabos o abandonar la casa dando portazos que mueven las paredes. Nunca pensó que celebrar su decimosexto cumpleaños le llevara inmediatamente a sentirse excluida, a no encontrar apoyos en su cuadrilla, de la que empieza a estar más que harta. Ni siquiera con Rocío, su amiga indestructible desde que empezaron la escuela, hace ya más de diez años, se siente cómoda.

Pero sabe que es ella misma el problema. “Ro”, apelativo cariñoso que le impuso, no deja de estar a su lado, pendiente de cualquier síntoma; aunque nunca le haya preguntado abiertamente qué es lo que le está pasando. Siempre cercana, la llama al móvil, en cuanto se separan y sin mencionar nada, hablando de cualquier bobada, siente su presencia callada cercana, su apoyo cálido.

Es que no sabría por dónde empezar. Bueno, sí lo sabe, pero siente pánico simplemente de ponerle nombre. Lo intenta una vez más, sin éxito: “Mar…”, “Mark…”. No puede. Un sudor frío recorre su cuerpo y comienza a temblar como si la fiebre estuviera próxima a los 40 grados. “Tengo que pensar en otra cosa. No es posible que 'él' sea el problema. Al contrario, siempre ha sido la solución”. Su novio, como le gusta decírselo a sí misma continuamente. ¿Quién le iba a decir a ella que ese chico creído, que llevaba tiempo rondándola, sería “su novio”?

Y eso que los comienzos no pudieron ser más calamitosos. Le conoció un día de botellón en el parque del barrio, hacía unos dos años. Se acababa de apartar de la cuadrilla porque llevaba un rato buscando a Rocío sin saber de ella. La encontró pegada a la pared de los baños públicos, viendo las imágenes del móvil de Markel; ambos con un pedo increíble, chillando y gesticulando como posesos. Cuando se acercó a su amiga no podía dar crédito a lo que veía: dos mujeres practicando sexo de la forma más guarra y vulgar. “¡Ro estaba viendo porno, algo que siempre habían odiado y criticaban a la chavalería cada vez que tenían oportunidad!

Consiguió apartar a su amiga de las imágenes y, sin dudarlo un instante, volvió sobre sus pasos dispuesta a montar la bronca al cafre que había provocado tal situación. Allí seguía, riendo sin parar y ofreciendo el móvil a Zuriñe. Contuvo su primer impulso de tirárselo a la papelera más próxima, mientras buscaba la forma de ridiculizar el intento de ligue que acababa de protagonizar con Ro. Sin embargo, algo transformó inmediatamente su indignación en sorpresa. Muchas veces, recordando ese encuentro ha tratado de buscar una explicación, aunque sin éxito. ¿Serían los atractivos ojazos azules de Markel? ¿Su risa bobalicona que le dejaba un rictus curioso en unos labios perfectamente dibujados? ¿O esa forma de atusarse continuamente el rubio flequillo? Sea como fuere, lo cierto es que se dio media vuelta, ignorándole y acudió junto a Rocío, pensando en la mejor forma de devolverla a casa de sus padres, sin rastro de la curda que llevaba.

No volvió a saber de Markel hasta una semana después, cuando en una nueva celebración fiestera en el mismo parque, se dirigió a ella, pidiéndole disculpas por la situación provocada con su amiga. Ya no sonreía, al contrario, le pesaba una seriedad impropia de la edad. Estaba aún más guapo que la semana anterior y no dudó en aceptar el paseo que le propuso para conocerse un poco más. No era su forma de actuar con extraños, pero algo en él le abría el camino, le posibilitaba seguir juntos.

No sabía si eso sería amor; no se parecía en nada a lo que tantas veces habían fantaseado Rocío y ella; pero sabía que quería estar a todas horas con Markel

Y Markel habló y habló; le contó su afición obsesiva por el cine, especialmente por el estadounidense, su intención de dedicarse profesionalmente a ello; le habló de Casablanca, de Matrix, de La Diligencia, de Ghost, de Oficial y Caballero. Le narró escenas concretas y le habló de directores como si conociera personalmente a cada uno. Nada parecía escapársele sobre el Séptimo Arte.

Después habló de ella, le contó que llevaba tiempo fijándose en todos sus movimientos en el insti; se avergonzó de haber utilizado a Rocío para acercársele, aunque ahora se alegrara de conocerse mejor. Le habló de la ropa que vestía, demostrando conocer prácticamente todo el vestuario; le narró, uno por uno, los motes que tenía colocados a todo el profesorado; le habló y le habló durante toda una tarde que a Zuriñe le pareció una hora. Con todo, lo más maravilloso había sido la propuesta de trabajar juntos en cuanto acabasen los estudios de grado medio que tenían entre manos. Se irían a Madrid y, en cuanto pudieran, a Hollywood, donde harían brillantes carreras entre lo más granado de las compañías cinematográficas.

Aquello acabó por encandilar a Zuriñe; era el primer chico que la trataba como adulta y le proponía planes de futuro. No sabía si eso sería amor; no se parecía en nada a lo que tantas veces habían fantaseado Rocío y ella; pero sabía que quería estar a todas horas con Markel, que le hablase de cualquier cosa, que siguiera atrapándola con su febril imaginación y su educada seriedad.

Sólo había un ligero malestar que no acababa de entender y era la precaución, el cambio de rictus de Rocío cuando mencionaba a su novio, los silencios, cada vez que Zuriñe le contaba cualquier anécdota. ¡No podía ser aún consecuencia de aquella escena tan desagradable, que había permitido que ambos se conocieran! ¿Sería envidia por su buena suerte? ¡Impensable en Ro! “¡Tenía que seguir buscando respuestas para convencer a su amiga de que Markel era la persona elegida por ella! De ese modo, si conseguía convencer a Ro, ¡los tres acabarían disfrutando de tal elección!

De aquello hacía ya más de dos años y la situación había ido poco a poco empeorando. Las dudas y la actitud de Rocío no habían cambiado y ello había provocado un cierto alejamiento que si no era mayor era a causa de los esfuerzos de Zuriñe por mantenerse cercana. De la peña, mejor no hablar porque aquí sí que el alejamiento había sido definitivo. Como bien le recordaba Markel, estaban mucho mejor desde que habían dejado a esa cuadrilla de críos y de crías. Ya se tenían ambos y poco más necesitaban para ser felices juntos. Los largos paseos, las interminables horas de estudio en común, los conciertos, parecía suficiente para llenar ese voraz pozo de confianza. Nada podía romper la alegría de la presencia, aunque, en algunos momentos, se diesen algunos hechos, si no negativos, cuando menos, extraños.

El episodio del móvil de Zuriñe, por ejemplo; un pasaje ya superado, pero que había provocado la primera gran bronca entre ambos, sólo calmada tras muchos besos y abrazos posteriores. No acababa de entender ahora, varios meses después de la pelea, el enfado de Markel por negarse Zuriñe a eliminar ciertos contactos de amistades que él pretendía. En opinión de su novio eran amigas o conocidos que no merecía la pena mantener, dado el escaso contacto con ellos. Zuriñe, siempre muy garante de su libertad, no entendía el empeño de Markel en decidir quién debía estar o no en su lista de contactos. Al final cedió, porque entendió que su novio únicamente pretendía decidir lo que más y mejor le convenía. ¡Más de cincuenta contactos desaparecidos con un clic!

Tampoco alcanzaba a entender el mosqueo de su chico cuando intentó, sin éxito, llamarle “Marki”, con esa costumbre suya de acortar nombres de las personas a las que admiraba y quería. ¡Se cogió un rebote de tal tamaño que nunca más se le ocurrió pronunciarlo! Y eso que Zuriñe sólo quería hacerle más suyo, lograr más complicidad.

Peor recuerdo tenía de la tarde en la que con unas birras y tras un prolongado silencio de un Markel encerrado en pensamientos impenetrables, Zuriñe le comentó que había recibido una larga carta de Rocío que la tenía preocupada. Ante el poco interés mostrado por su novio, decidió picarle mintiendo con que él era el protagonista de tales líneas. De pronto y sin saber cómo, se encontró forcejeando con Markel por la posesión del papel, en el que ambos ponían todo su esfuerzo en no soltar. Lo que empezó como un juego provocador, se convirtió en una auténtica pelea que finalizó con un brazo dolorido y un esguince de muñeca para Zuriñe, quien no acababa de entender lo que estaba ocurriendo.

Tras la visita al ambulatorio, Markel se deshizo en peticiones de perdón y en justificaciones no solicitadas, que no aclaraban en ningún momento la intensidad con la que se acababa de emplear unas horas antes. Zuriñe acabó aceptando las disculpas, pero algo internamente le indicaba que la relación había cambiado; no tenía claro hacia dónde, pero la aparente felicidad que volvieron a sentir en algunos momentos, siempre quedaba cuestionada por un temor difuso a que se rompiera inexplicablemente y sin demasiada dificultad.

Han pasado varios meses de aquello hechos. Zuriñe sigue sintiéndose rara, extraña. Cada vez soporta menos al consentido de su hermano Mikel; cada vez lleva peor las continuas intromisiones en su vida de ama y de aita; cada vez siente con más fuerza que las sospechas de su fiel Ro pueden tener fundamento. Hoy mismo, ha respondido a una llamada de su amiga y ha creído entender en la despedida, casi sin voz y tras un hondo suspiro, una pregunta inacabada “¿Por qué no le dejas…?”. Zuriñe ha colgado decepcionada, sin ganas de que oyese su respuesta: “Porque es mi vida y no soy nada sin él”, se ha oído decir tremendamente asustada.

Según Naciones Unidas, se entiende por violencia de control el comportamiento que consiste, por ejemplo, en no permitir que la pareja estudie, controlar sus horarios, impedir amistades. El 38% de las mujeres españolas de 16 a 24 años han sufrido este tipo de violencia. El porcentaje aumenta hasta el 42,6% si las mujeres están entre los 16 y 17 años.

Zuriñe tiene que aceptarlo: está rara. Cada vez un poco más. Aunque le moleste, debe reconocer que ama tiene razón, cuando bromea diciendo que cualquier día dejan de comprar vinagre porque tendrán suficiente con el que ella produce. Le molesta especialmente porque Mikel, su hermano canijo, al que incordia continuamente, se parte de risa con el ejemplo.

Pero es verdad. No acaba de saber cuál es el motivo principal, si es uno o son varios los que le hacen estar enfadada continuamente, responder con cortantes monosílabos o abandonar la casa dando portazos que mueven las paredes. Nunca pensó que celebrar su decimosexto cumpleaños le llevara inmediatamente a sentirse excluida, a no encontrar apoyos en su cuadrilla, de la que empieza a estar más que harta. Ni siquiera con Rocío, su amiga indestructible desde que empezaron la escuela, hace ya más de diez años, se siente cómoda.