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Madrid 4M

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Los países donde la Iglesia ha mandado tanto o más que los militares hemos sido siempre muy propensos a aceptar todo aquello que los curas bramaban desde los púlpitos. Los días en que no teníamos más distracción que matar el tiempo recorriendo iglesias para comparar funerales, rezar el rosario, escuchar la santa misa o confesar nuestros pecados a un sacerdote tenazmente aburrido, hace tiempo que pasaron, aunque no por eso los púlpitos han desaparecido, sino que se han trasladado a los medios de comunicación.

Las personas que verdaderamente nos gobiernan, los constructores, hace tiempo que cayeron en la cuenta que antes obedecíamos cuanto nos decían desde los púlpitos eclesiásticos y que ahora solo obedecemos las consignas que los medios de comunicación nos transmiten. Han metido los púlpitos en nuestras casas. Han sustituido la palabra de Dios por la palabra del político y han encargado transmitirla no a los curas sino a los muchos periodistas que trabajan para favorecer a los constructores; o lo que es lo mismo a los muchos periodistas dispuestos a todo con tal de que el partido político que en las pasadas elecciones madrileñas gobernaba la comunidad autónoma no fuera derrotado por las hordas del Frente Popular. El asunto esencial de nuestra democracia es controlar los medios de comunicación.

El asunto esencial de nuestra democracia es controlar los medios de comunicación

Lo único que cuenta es lo que se difunde a través de ellos. Fundamentalmente a través de la radio o de la televisión, puesto que en países como el nuestro casi nadie se toma la molestia de leer algo que no sean los periódicos deportivos. La manda de articulistas que juntamos palabras en los periódicos ya podemos decir misa, rascarnos la entrepierna o bostezar en el entreacto de un mitín electoral, que lo que decimos no tiene la menor trascendencia; lo cual, por otra parte, no solo es un alivio sino que resulta tremendamente higiénico para preservar la salud mental.

Tras los resultados de la campaña electoral madrileña, tengo para mí que si los directivos de los grandes medios hubieran querido, Manuel Fraga hubiera ganado las elecciones. No importa que esté sepultado bajo una patriótica losa de mármol porque, embalsamado pero locuaz, lo hubieran paseado por los estudios, los platós y las redacciones como un Cid resucitado dispuesto a combatir todos los males que asolan España; ya se sabe, la niñera de Irene Montero, una vicepresidenta comunista, los menores emigrantes no acompañados, la subida del salario mínimo, la ley de eutanasia, el peinado de un líder político, los ancianos muertos por covid que desde una tumba madrileña se niegan a aceptar la magnífica gestión pandémica de la lideresa o los independentistas catalanes que un día de estos van a romper España, pero que casualmente solo bajo el “honesto” gobierno de Mariano Rajoy casi lo logran.

Luego, para terminar, como apéndice de lo mucho que se aprende atendiendo hoy en día a cuanto braman desde los nuevos púlpitos, están los viejos socialistas; los Leguina, Redondo Terreros, Rosa Díez, etcétera, etcétera... Los que parece que aún no han descubierto que el resentimiento es la marca, la profunda arruga, que más delata las crueles limitaciones de la vejez. Ya lo cantó Jacques Brel: “morir no es nada, pero envejecer, ¡ay! envejecer”

Los países donde la Iglesia ha mandado tanto o más que los militares hemos sido siempre muy propensos a aceptar todo aquello que los curas bramaban desde los púlpitos. Los días en que no teníamos más distracción que matar el tiempo recorriendo iglesias para comparar funerales, rezar el rosario, escuchar la santa misa o confesar nuestros pecados a un sacerdote tenazmente aburrido, hace tiempo que pasaron, aunque no por eso los púlpitos han desaparecido, sino que se han trasladado a los medios de comunicación.

Las personas que verdaderamente nos gobiernan, los constructores, hace tiempo que cayeron en la cuenta que antes obedecíamos cuanto nos decían desde los púlpitos eclesiásticos y que ahora solo obedecemos las consignas que los medios de comunicación nos transmiten. Han metido los púlpitos en nuestras casas. Han sustituido la palabra de Dios por la palabra del político y han encargado transmitirla no a los curas sino a los muchos periodistas que trabajan para favorecer a los constructores; o lo que es lo mismo a los muchos periodistas dispuestos a todo con tal de que el partido político que en las pasadas elecciones madrileñas gobernaba la comunidad autónoma no fuera derrotado por las hordas del Frente Popular. El asunto esencial de nuestra democracia es controlar los medios de comunicación.