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Martín Villa y los otros imputados por atrocidades se librarán del banquillo pero el franquismo ya no es impune

Hay días que ni siquiera son oscuros. El 3 de marzo de 1976 fue uno de ellos. A los familiares y amigos de los 5 trabajadores asesinados en Vitoria por balas de la Policía Nacional la memoria no les ha dado permiso para olvidar. Tampoco a los 140 heridos. En realidad, a nadie que fuera testigo del fatídico día en que a ‘los grises’, cubiertos con sus cascos blancos, se les acabó la munición después de disparar más de mil tiros y convirtieron su represión en una masacre teñida de luto a perpetuidad en la historia de Euskadi y de España.

Casi 40 años después del ataque contra los trabajadores que celebraban una asamblea en la Iglesia de San Francisco, arrastrando durante este largo tiempo un cargamento de impotencia ante la impunidad de los bandidos que participaron en el ataque y la falta de reconocimiento del daño causado, ha llegado el día en el que una orden de detención pende sobre el cabecilla de guante blanco de las huestes: Rodolfo Martín Villa, exministro de Franco.

Sus temerarias tretas de jugador son las que le convirtieron en demócrata de la noche a la mañana y le permitieron cruzar el puente que separaba la dictadura franquista de la Transición. Después le han ayudado a seguir haciendo malabares con el respaldo de UCD, PP y PSOE por las oscuras sendas de lo público y lo privado. Y, hasta hoy.

Martín Villa es ya un anciano. También lo fueron Francisco Franco, del que fue ministro, Rafael Videla o Augusto Pinochet (por citar algunos dictadores a los que su maldad no les castigó arrebatándoles años de vida). Pero ello no debe hacer olvidar que, como a todos, no le tembló la mano para imponerse a golpe de exterminio. Y, así bajo sus órdenes fueron cayendo sus enemigos uno tras otro. Algunos fueron acusados de actuar, otros de pensar, de dudar o de nada, parafraseando al escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Martín Villa, el de la voz meliflua y mirada torva, sobrevivió a la dictadura del que fue fiel servidor maquillado de demócrata y 40 años después, aún no se la ha caído la máscara. Tiene su mérito.

El ensalzamiento sin límites de su calidad como hombre de Estado por todos los partidos que han gobernado España resulta vergonzante para un hombre del régimen franquista que, como ministro de la Transición, aleccionó, protegió y en junio de 1977 firmó la concesión de medalla de plata al Mérito Policial al torturador 'Billy el niño', un pistolero legendario. Un policía torturador de la última década de la Dictadura franquista que ha logrado salir impune de su larga carrera de atrocidades. Su nombre: Juan Antonio González Pacheco.

Martín Villa le llegó a organizar una cena de desagravio a lo que consideraba persecución de algunos medios de comunicación.

La resolución de la jueza argentina María Servini de Cubría es valiente y justa pero, seamos realistas, no prosperará judicialmente. Como ya ocurrió antes con la petición de detención de “Billy el Niño” y otros tres policías acusados del mismo delito de “hechos atroces” de lesa humanidad.

Es insultante cómo se deben reír los malhechores de los jueces honrados e implacables.

La petición de la jueza no prosperará porque la Audiencia Nacional volverá con sus torpes y falaces argumentos ya conocidos de que los delitos han prescrito o que están bajo el ámbito de la Ley de Amnistía. Sin embargo, nada debería ser ya igual. Martín Villa y los otros 19 imputados: 8 exministros franquistas, un excapitán, siete expolicías, dos antiguos jueces, un ginecólogo y un abogado sobre los que recae la orden de detención deberían esconderse en algún lugar donde no llegue la mirada de millones de personas a los que da repugnancia su diabólica existencia.

Nunca jamás nadie se debería referir a ellos como hombres de Estado o impulsores de la Democracia.

No hay duda de que todos estos malvados encontrarán justificación para su criminal existencia. Pero, al menos, deberán saber que, aunque muy tarde, la impunidad del franquismo es ya imparable. Y que ellos están condenados al ostracismo.

Los familiares de los cinco asesinados por disparos en Vitoria; los del joven anarquista Puig Antich muerto a garrote vil; los de los cinco últimos fusilados del régimen franquista, los miles de torturados y los de los más de cien mil desaparecidos (asesinados), lo merecen.

Hay días que ni siquiera son oscuros. El 3 de marzo de 1976 fue uno de ellos. A los familiares y amigos de los 5 trabajadores asesinados en Vitoria por balas de la Policía Nacional la memoria no les ha dado permiso para olvidar. Tampoco a los 140 heridos. En realidad, a nadie que fuera testigo del fatídico día en que a ‘los grises’, cubiertos con sus cascos blancos, se les acabó la munición después de disparar más de mil tiros y convirtieron su represión en una masacre teñida de luto a perpetuidad en la historia de Euskadi y de España.

Casi 40 años después del ataque contra los trabajadores que celebraban una asamblea en la Iglesia de San Francisco, arrastrando durante este largo tiempo un cargamento de impotencia ante la impunidad de los bandidos que participaron en el ataque y la falta de reconocimiento del daño causado, ha llegado el día en el que una orden de detención pende sobre el cabecilla de guante blanco de las huestes: Rodolfo Martín Villa, exministro de Franco.