Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Quién mató a Adrián Apaza
Hay tanta gente que desconoce quién es Adrián Apaza, que sus padres están decididos a iniciar una huelga de hambre para que todos sepan que el joven boliviano de 21 años fue asesinado de una puñalada una madrugada del 15 de mayo de hace cinco años. Si nadie lo remedia, la juez va a cerrar el caso y estos padres, que un día abandonaron su país en busca de un sueño, sienten ahora que no se les tiene en cuenta porque no son “de esta tierra”.
Para muchos será solo la muerte de un chaval. Pero, cada muerto deja dolientes supervivientes en su ausencia. Emma Ferrufino, una madre coraje dulce y trabajadora, no ha cesado de buscar y luchar para que se ponga rostro al asesino de su hijo. Susurra que se lo debe a Adrián y a ese niño que nunca conocerá a su padre. Porque Adrián murió sin saber que su novia estaba embarazada de un mes y medio.
Por ese azar protagonista en la vida, compartí aquellos días con esta mujer, su esposo Augusto y a su hijo Rodrigo, superviviente del ataque. Maravillaba su gran dignidad, su seguridad, su deambular por territorios hostiles en busca de ayuda.
Por eso, creo que también le debo a la familia de Adrián recordar su historia. No sé si para que no caiga en el olvido, como pide la madre. Pero, al menos, para contribuir a que se conozca. Para que se haga justicia en un caso en el que los testigos miran para otro lado y la Justicia siempre tan justa quiere cerrar porque las sospechas y las pruebas no son suficientes.
De poco sirve que la Ertzaintza crea lo contrario y que haya demostrado a través de llamadas telefónicas intervenidas que los supuestos agresores hablaron entre ellos en el lugar y el momento del crimen. Tampoco parece suficiente indicio que Rodrigo identificara a uno de los malhechores, la Policía le situara en el lugar del asesinato y su ADN fuera hallado en la gorra de la víctima. El sospechoso se contradijo en todas sus declaraciones pero la realidad no es como en las películas de la tele, y salió libre.
El sospechoso procede de estos países también bajo sospecha y Emma cuenta que sienten que se les discrimina por ser inmigrantes, pero que ellos son legales y como el resto de ciudadanos. Y emerge la duda de si su impresión será cierta.
Porque la Justicia no es igual para todos por mucho que se repita la mentira para tratar de convertirla en verdad. Y, además, ellos no son ricos. Son trabajadores sin descanso. Y siempre es más difícil que te escuchen en estos casos.
Son cinco años de desolación. De exigir justicia. El tiempo se acaba y los padres que perdieron al hijo agotan los últimos días antes de que la profecía se cumpla y la jueza de carpetazo provisional al caso. Solo la declaración de alguno de los testigos podría retrasar lo inevitable. Por eso, los padres no se rinden y anuncian medidas para llamar la atención. Llamadas de atención bien intencionadas pero que se desvanecerán como lágrimas bajo la lluvia.
Y habla Emma de hasta una huelga de hambre desesperada que es de esperar sea solo un grito de socorro. La familia clama a los corazones de los testigos para que hablen antes de que sea demasiado tarde y porque saben que solo con el corazón se puede ver bien, que lo esencial es invisible a los ojos como ya nos explicó El Principito. Pero, su bondad les impide darse cuenta de que hay personas que en lugar de corazón poseen una máquina que hace ruido. Y también está el miedo de los que temen verse involucrados. Eso ya lo saben los padres y el hermano de Adrián.
Los padres de Adrián vivieron en un tranquilo pueblo de Navarra pero los hijos tan jóvenes se aburrían, se empeñaron en trasladarse y se instalaron en Barakaldo. El viaje le costó la vida a Adrián una noche de navajas en la que, como tantos otros jóvenes, salió a divertirse con su hermano. Ellos eran bolivianos; chavales. Pero, sus atacantes llevaban navajas y las usaron a muerte.
Han pasado cinco años y eso padres y hermano no terminan de creer que asesinar pueda ser tan sencillo. Que el crimen de su hijo quede impune. Desde hace cinco años sobreviven en una atmósfera agobiante de espera sin esperanza. Solo les liberará saber quién mató a Adrián Apaza. Si alguien lo sabe, debería decirlo.
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