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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La mayoría del derecho a decidir

Pradales y Otxandiano, conversando en los escaños del Parlamento Vasco.

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El 'derecho a decidir' de los vascos (léase autodeterminación) vuelve a instalarse en nuestra vida política, reclamando su hueco entre los derechos reales demandados prioritariamente por la ciudadanía de Euskadi. El nacionalismo al completo ha decidido sacarlo sorpresivamente del baúl de los malos recuerdos vividos por este país a lo largo de tantos años. Sin reparar en que a esta reivindicación hace algún tiempo tiempo que se le pasó el arroz.

Se le pasó ya al lehendakari Ibarretxe cuando su famoso plan autodeterminista encalló en el Congreso de los Diputados, lo que le obligó, a él y a su partido, a dejarlo olvidado en el fondo de un cajón. Quedó aún más en el olvido cuando, en la etapa gubernamental de Patxi López, se rehabilitó con todos los honores el Estatuto de Autonomía (que el PNV dio por muerto) y se trasladaron a Euskadi competencias tan importantes como las Políticas Activas de Empleo. Con posterioridad, las sucesivas consultas puestas en marcha por Gure Esku Dago en distintas localidades de nuestra Comunidad Autónoma dejaron ver que a los vascos la autodeterminación no les quita el sueño. Y en la campaña de las últimas elecciones vascas, hasta EH Bildu prefirió erigirse en portavoz de los derechos sociales de la población antes que poner la autodeterminación en primer plano.

Hasta que, visto el resultado electoral, a EH Bildu y sus dirigentes les faltó tiempo para dejar claro que lo prioritario no era preocuparse por esos derechos sociales de los vascos sino por otro derecho previo y tan esencial, que los ciudadanos de Euskadi no saben muy bien cómo llevar al plato. El derecho a decidir, por supuesto. Que es, ha dicho Otegi, lo que “pensamos, soñamos, anhelamos y queremos”: el “respeto y reconocimiento a la nación vasca”. Pero no cualquier nación vasca (la defendida en el Estatuto de Autonomía, por ejemplo), sino la que sirvió como pretexto para décadas de violencia terrorista como la que la sociedad vasca se vio obligada a soportar durante décadas.

De acuerdo con los sueños nacionales de Otegi y Otxandiano, habría que activar ahora un pacto de Lizarra bis, más o menos disimulado, aprovechando la mayoría nacionalista que la autodenominada izquierda abertzale puede formar con el PNV en la Cámara Vasca. Una cuestión realmente problemática, porque activar esa mayoría, inexistente a efectos de eficacia política, equivaldría a desactivar la mayoría política real, que es la que conforma el actual Gobierno vasco de coalición del PSE-EE y PNV. Un Gobierno basado en un conjunto de acuerdos entre los que el derecho a decidir ni está ni se le espera. De ahí que esa famosa mayoría de la que no dejan de hablar Otxandiano y Otegi no haya pasado de conformar una unión de fuerzas de EH Bildu y PNV para una testimonial reivindicación ideológica en las Juntas Generales de los territorios vascos.

No parece, pues, un éxito político excesivamente relevante, por mucho que el PNV, fiel a sus tradiciones, siga recordándonos machaconamente su ideario, que es el suyo, pero no el de “los vascos”.

Tampoco le viene mal airearlo de vez en cuando, para que no se le oxide y dar, así, bazas a su más directa competencia electoral. Y para que, de rebote, siga fortaleciéndose, en clave exclusivamente nacionalista, un bipartidismo que, si en el resto de España es rechazable, en Euskadi es perfectamente asumible si se practica entre “los de casa”, que siempre se conocerán mejor y hasta acaban, unos y otros, cogiéndose las vueltas, con el reparto de votos consiguiente. Y, además, ¡para qué nos vamos a engañar!, activar de vez en cuando el debate nacional (¡con lo que vende todavía en los ámbitos mediáticos!) siempre contribuirá a descongestionar los debates sociales, que empiezan a copar peligrosamente nuestra vida política.

Un poco de ruido siempre viene bien para tapar lo que es más importante para el país y la sociedad vasca, en beneficio de lo que interesa a quienes tratan de hacer un país a su medida. La experiencia de muchos años ya nos advierte de que insistir machaconamente en la reivindicación nacional implica siempre quitar protagonismo a la reivindicación social y a las urgencias cotidianas más tangibles de la ciudadanía. Ocurrió en el pasado y puede ocurrir también en el presente.

De hecho, quizá esté volviendo a ocurrir desde que la reivindicación del “nuevo estatus” por parte del lehendakari Pradales repoblara la actualidad de la política vasca de viejos ensueños que aparecían cada vez más difusos.

Es verdad que, hoy por hoy, la Euskadi social tiene mayor presencia que la Euskadi identitaria. Es verdad que ahora mismo la ciudadanía vasca está bastante más interesada en mejorar la sanidad o en poner límites a las subidas abusivas de precios en el alquiler de las viviendas, que a saber si Euskadi y España pueden relacionarse de tú a tú, de nación a nación, para que el poder nacionalista consiga hacer de su capa veinte sayos. Pero no hay que olvidar ese 'raca-raca' esencialista de fondo que tanto ha contribuido a desfigurar la realidad vasca y que nunca se ha marchado. Y, además, se empeña en volver; y lo hace como motivo de confrontación entre las dos principales fuerzas políticas de este país. Las que configuran nuestro peculiar bipartidismo.

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