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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La memoria encallada

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Euskadi ha encallado en su travesía hacia una convivencia duradera y, contra lo que pudiera parecer, no es un parón coyuntural. Es una lenta deriva hacia la inmovilidad, hacia la falsa quietud del olvido. Son ya nueve años desde que ETA cesó su actividad armada, pero las víctimas continúan viendo cómo se vulnera su dignidad y las personas presas siguen sin ver respetados sus derechos civiles. Hace más de dos años que ETA entregó las armas, y sin embargo la pugna por el relato de lo que sucedió está lejos de resolverse. Cada cual se mantiene en sus excusas, en sus prejuicios, en su trinchera.

Durante cincuenta años la sociedad vasca transitó por un largo túnel de terror y violencia, del que creímos salir cuando ETA bajó la persiana. Por desgracia no ha sido así. Desde el mismo momento en que se cerró la puerta de la violencia, cada cual se ha dedicado a buscar su propia salida del túnel. Es lo que se ha dado en llamar “el relato”, la explicación interesada de lo que sucedió allí dentro, en la oscuridad de cada suceso trágico, dirigida no tanto a aclararlo y aportar luz, sino a justificarlo y difuminarlo en uno u otro sentido.

Hasta la fecha casi lo único que sabemos a ciencia cierta es lo que les sucedió a las víctimas y a sus familiares, quienes de un día para otro se vieron forzadas a atravesar su propio túnel, el más largo, oscuro y tenebroso, del que muchas no consiguieron salir. Las que lo hicieron se encuentran hoy con otras víctimas -de uno u otro signo-, y se reconocen en ellas. La misma oscuridad, semejante dolor, parecida soledad.

¿Quién metió a las víctimas en el túnel? No fueron la violencia ni la situación política, no. Las metieron ahí quienes ejercieron esa violencia, o quienes aprovecharon la situación política para ampararla. Toda vulneración de derechos humanos tiene nombre y apellidos, la de quien la sufre y la de quien la provoca o la justifica. Necesitamos nombres, hechos, documentos. Luz y taquígrafos. Cadenas de mando, equis en la sombra, dedos ejecutores y cómplices necesarios. Necesitamos saber la verdad.

Mención aparte merece la izquierda abertzale. Ya no es sólo su falta de autocrítica sobre lo sucedido, reclamada incluso desde sus propias filas. Lo inaudito es que sigan creyendo que pueden jugar al olvido indefinidamente

La pasada legislatura las víctimas hablaron en el Parlamento, en la Ponencia de Memoria y Convivencia. Lo hicieron alto y claro, pero no lo suficiente como para que los partidos políticos escuchasen. Un acuerdo de consenso en ese escenario, incluso de mínimos, hubiera sido un acicate para propiciar ese movimiento de catarsis y servir de efecto dominó para toda la sociedad. Como lo fue el reconocimiento a las víctimas de la tortura alcanzado en junio de 2019, por ejemplo. Y sin embargo algunos partidos han preferido seguir en su bucle, anclados a relatos pasados y viejas excusas.

Mención aparte merece la actitud de la izquierda abertzale. Ya no es sólo su falta de autocrítica sobre lo sucedido, reclamada incluso desde sus propias filas. No es sólo su reticencia a reconocer el daño causado, esa responsabilidad individual y colectiva con el sufrimiento propio y ajeno. Ahora mismo lo inaudito es que sigan creyendo que pueden jugar al olvido indefinidamente, que piensen que la sociedad vasca -y, de manera específica, el electorado al que piden su confianza para gobernar- van a pasar página con la misma facilidad con la que ellos transitan de los “ongi etorris” a los homenajes a las víctimas, y viceversa.

Es cierto que la juventud vasca dio la espalda durante un tiempo al pasado más reciente, sobre todo tras el final de la violencia. Cuando ETA dejó de matar, la sociedad vasca en su conjunto necesitó un periodo de descompresión tras ese tremendo y largo capítulo de dolor. Pero esa juventud ya está de vuelta, y hoy las nuevas generaciones se acercan a conocer el pasado a través de los materiales audiovisuales de todo tipo -series, películas, libros- que se están publicando para recordar y contar lo ocurrido. Da igual que en estos años apenas un 12% de los institutos vascos hayan implantado programas educativos en materia de memoria. Como dijo sir Francis Bacon, “la verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”, y tarde o temprano siempre se abre paso.

No solo la izquierda abertzale debe revisar su actitud en materia de memoria y convivencia. Otros partidos políticos han vivido cómodos en su rechazo frontal al terrorismo de ETA, sin necesidad de afrontar sus propias incongruencias y responsabilidades, pero tendrán que hacerlo so pena de que otros escriban la Historia por ellos.

En paralelo, también la sociedad vasca deberá acometer un ejercicio de reflexión individual y colectiva. Cada cual tendrá que hacer su propia tarea de autocrítica, recordar dónde estaba, cómo actuó y reaccionó, y ser capaz de contarlo sin complejos para poder seguir avanzando colectivamente en el camino hacia una reconciliación sincera, hacia una convivencia futura en paz y libertad.

Sin justicia ni reparación para todas las víctimas, sin una memoria compartida, sin relatos veraces que la sustenten, la ciudadanía vasca no puede recorrer ese camino. Seguiremos encallados en el Hades del dolor y el olvido, y pagaremos factura por ello. El camino hacia Ítaca no será fácil. Por eso, en este Día de la Memoria, en Euskadi necesitamos urgentemente encontrar a nuestros propios Ulises, que nos guíen en esa aventura incierta.

Euskadi ha encallado en su travesía hacia una convivencia duradera y, contra lo que pudiera parecer, no es un parón coyuntural. Es una lenta deriva hacia la inmovilidad, hacia la falsa quietud del olvido. Son ya nueve años desde que ETA cesó su actividad armada, pero las víctimas continúan viendo cómo se vulnera su dignidad y las personas presas siguen sin ver respetados sus derechos civiles. Hace más de dos años que ETA entregó las armas, y sin embargo la pugna por el relato de lo que sucedió está lejos de resolverse. Cada cual se mantiene en sus excusas, en sus prejuicios, en su trinchera.

Durante cincuenta años la sociedad vasca transitó por un largo túnel de terror y violencia, del que creímos salir cuando ETA bajó la persiana. Por desgracia no ha sido así. Desde el mismo momento en que se cerró la puerta de la violencia, cada cual se ha dedicado a buscar su propia salida del túnel. Es lo que se ha dado en llamar “el relato”, la explicación interesada de lo que sucedió allí dentro, en la oscuridad de cada suceso trágico, dirigida no tanto a aclararlo y aportar luz, sino a justificarlo y difuminarlo en uno u otro sentido.