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Mociones de censura, elecciones anticipadas y especulaciones varias

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De pronto, ayer miércoles, mientras leía un libro de aventuras frente al televisor a una hora algo avanzada de la mañana, las noticias empezaron a aflorar con una estridencia excesiva. En ese caso no tenían que ver con lo acontecido en fechas anteriores, como suele ocurrir, sino con lo que había ido ocurriendo en esa misma mañana. Acostumbrados a lo lógico, es decir a las noticias derivadas de la actualidad: evolución de la pandemia, movimiento de las cifras del paro derivado en buena medida de ella, reportajes relativos a los avatares propios de la política y del funcionamiento, errático, de las Instituciones, etc., las noticias que surgieron como cohetes eran de nueva factura y con nuevos contenidos.

Mientras leía la prensa escrita frente al televisor, empezaron a salir noticias terribles: cuatro mociones de censura (Murcia, Castilla y León, y dos en Madrid), un anuncio de elecciones anticipadas impulsadas por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, y no sé cuántas amenazas más. Nadie podía esperar este revuelo precisamente ahora que los líderes políticos tienen tantos asuntos y urgencias a las que dedicarse. Lo cierto es que los líderes de los partidos que debatían en ese momento en el Congreso de los Diputados, dejaron de hacerlo y salieron despavoridos hacia sus dependencias y sedes para enterarse realmente de los acontecimientos y participar en ellos. Eso sí, esquivando los micrófonos de los informadores y periodistas porque quizás no conocían de qué modo se habían producido los hechos, y porque el nuevo tiempo les daba una oportunidad para ocupar (o seguir ocupando) los puestos de privilegio. Era el tiempo de las oportunidades que, en política, nunca deben sorprenderte, ni pillarte despistado, si quieres participar de todos sus festines.

No ocultaré nada: el socialismo sigue siendo la garantía, pero no un socialismo enmascarado, sino uno valiente y sugerente, acomodado al tiempo y a las urgencias y necesidades actuales

Sin detenerme a ordenar en el tiempo cada uno de los acontecimientos, merece especial atención el más notorio y espectacular. En Madrid, donde no se sabe bien cuál fue el orden de los acontecimientos, la Presidenta anunció una convocatoria de elecciones casi al unísono con la presentación de dos mociones de censura a su Gobierno. ¿Qué fue primero? El debate público no ha podido ser más peregrino y oportunista teniendo en cuenta que ambos hechos desembocan en el mismo destino: el posible cambio de Presidente de la Comunidad. Si bien las mociones de censura reducen las posibilidades del futuro Presidente a quien las presenta, mientras que las elecciones las abren a todos los que acudan a ellas.

Y colgando de este delirio madrileño los demás acontecimientos: mociones de censura en Murcia y en Castilla y León. Quienes asistimos a ello desde la periferia, quizás por no conocer en nuestras propias carnes y conciencias los problemas que han impulsado tanto desorden, hacemos conjeturas muy diversas dependiendo del nivel de información del que disponemos. La verdad es que a mí no me es extraña esta eclosión de hechos tan estruendosos como incomprensibles. Una moción de censura debe responder a la pérdida absoluta de la confianza, por lo cual ha de estar fundada en hechos contrastados y no en caprichos ni en luchas ocasionales y partidistas. Y una dimisión como la de la líder popular de Madrid igualmente debe responder a una necesidad apremiante, no de ella ni de su partido político, sino de los vecinos y vecinas de Madrid.

Este afloramiento de iniciativas que se ha producido no es síntoma de riqueza ideológica, sino que es sinónimo de duda patológica y, lo que es peor, de la pobreza ideológica y programática que aqueja a los partidos políticos, mucho más preocupados por llegar los primeros a la meta electoral, ya sea con estrategias firmes y verdaderas fundamentadas en proyectos y programas útiles, o con añagazas de escasa consistencia. Es una pena que ahora que son tantas las necesidades y problemas que aquejan a los ciudadanos, las ideologías y los programas hayan cedido ante las meras estrategias y demás cebos propagandísticos. 

Hoy más que nunca debemos fortalecer ideológicamente a aquellas formaciones que aún golpean nuestras conciencias con toques humanos y persistentes. Las ideologías deben recuperar su fuerza y, puesto que hay quien les niega vigencia y les reclama que se actualicen y modernicen, yo les pido (a quienes les dirigen) que no abandonen los principios de los que surgieron y continúen pergeñando modelos de vida y convivencia basados en la dignidad humana y la justicia social… No ocultaré nada: el socialismo sigue siendo la garantía, pero no un socialismo enmascarado, sino uno valiente y sugerente, acomodado al tiempo y a las urgencias y necesidades actuales… Que son muchas.

De pronto, ayer miércoles, mientras leía un libro de aventuras frente al televisor a una hora algo avanzada de la mañana, las noticias empezaron a aflorar con una estridencia excesiva. En ese caso no tenían que ver con lo acontecido en fechas anteriores, como suele ocurrir, sino con lo que había ido ocurriendo en esa misma mañana. Acostumbrados a lo lógico, es decir a las noticias derivadas de la actualidad: evolución de la pandemia, movimiento de las cifras del paro derivado en buena medida de ella, reportajes relativos a los avatares propios de la política y del funcionamiento, errático, de las Instituciones, etc., las noticias que surgieron como cohetes eran de nueva factura y con nuevos contenidos.

Mientras leía la prensa escrita frente al televisor, empezaron a salir noticias terribles: cuatro mociones de censura (Murcia, Castilla y León, y dos en Madrid), un anuncio de elecciones anticipadas impulsadas por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, y no sé cuántas amenazas más. Nadie podía esperar este revuelo precisamente ahora que los líderes políticos tienen tantos asuntos y urgencias a las que dedicarse. Lo cierto es que los líderes de los partidos que debatían en ese momento en el Congreso de los Diputados, dejaron de hacerlo y salieron despavoridos hacia sus dependencias y sedes para enterarse realmente de los acontecimientos y participar en ellos. Eso sí, esquivando los micrófonos de los informadores y periodistas porque quizás no conocían de qué modo se habían producido los hechos, y porque el nuevo tiempo les daba una oportunidad para ocupar (o seguir ocupando) los puestos de privilegio. Era el tiempo de las oportunidades que, en política, nunca deben sorprenderte, ni pillarte despistado, si quieres participar de todos sus festines.