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Nicolás Redondo: renuncia y ruptura

4 de enero de 2023 21:45 h

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Hay dos decisiones que marcan la trayectoria vital de Nicolás Redondo Urbieta. La primera fue su renuncia a la secretaría general del PSOE surgido del Congreso de Suresnes en 1974. El PSOE del interior estaba unido en la decisión de romper con un exilio paralizante y alejado de las expectativas del tardofranquismo de aquellos años, pero dividido respecto a quién debía liderarlo: Pablo Castellanos, apoyado por Madrid, o “Isidoro”, apoyado por Andalucía. El famoso“ Pacto del Betis'', una alianza hábilmente gestada entre los dirigentes socialistas de entonces de Asturias, País Vasco y Sevilla, fue determinante en la victoria y entrada en escena en la política española de Felipe González. Pero esa victoria se construyó sobre una renuncia previa: la de Nicolás Redondo Urbieta quien, quiero pensar, inteligentemente previó que sus cualidades eran más adecuadas para dirigir el sindicato hermano en el que siempre estuvo.

Hay quien dice que en aquellas conversaciones ya estaba decidido que Felipe dirigiera el partido y Nico el sindicato, pero creo que no hubo tanta precisión en aquellas conversaciones. Yo estuve en Suresnes y aunque mi papel fue menor, no recuerdo que tal reparto estuviera formalizado. Pero el devenir de la realidad afirmó al uno y al otro en esos espacios de responsabilidad respectiva.

La segunda fue su ruptura con el partido. El razonamiento que la provocó fue que un sindicato no podía permanecer tan vinculado al partido del gobierno y afectado por este en sus decisiones. Lo cierto es que la cultura interna de la familia socialista de entonces era la de ir hermanados en una misma lucha, un poco como era la experiencia de los sindicatos nórdicos y alemanes, vinculados al liderazgo electoral del Partido Socialdemócrata respectivo. Militábamos en ambas organizaciones y pasábamos de una a otra en función de las necesidades mutuas. Yo mismo fui líder de la UGT vasca hasta 1983 porque el partido así lo decidió y Nicolás fue candidato al Congreso de los Diputados por el PSOE de Bizkaia, siendo ya secretario general de la UGT, de manera natural.

Pero ese hermanamiento resultó indigerible a partir de la victoria socialista en 1982. El contexto era imposible para la UGT: reconversión industrial, miles de excedentes laborales, contención salarial y esfuerzos colectivos para entrar en la Unión Europea...

La escenificación de la ruptura fue la reforma de la Seguridad Social que planteó el ministro de Trabajo Joaquín Almunia en 1985 (antes colaborador-asesor de Nicolás en la UGT), que aumentaba el periodo de cómputo de la base reguladora de las pensiones de 2 a 8 años.

Nicolás bajando las escaleras del Congreso para no votar esa reforma es la fotografía que mejor refleja esa ruptura. Pero la convocatoria de una huelga general en 1988 de la UGT y Comisiones contra el gobierno fue la ruptura más formal y estratégica de ambas organizaciones.

La UGT se proyectaba así al campo sindical sin amarres políticos, manteniendo ese aroma de sindicato socialista, pero sin compromisos orgánicos ni estratégicos con el partido.

La decisión hay que entenderla en ese contexto y se comprende bien el acierto estratégico aunque provocara dolorosas consecuencias.

De esos años procede la separación entre Felipe y Nico. Desde luego no es difícil entender que sus caracteres y sus personalidades tampoco ayudaban a su entendimiento y afecto mutuos. Nico fue siempre un hombre de trato duro, quizás porque forjó su perfil sindical en los años del antifranquismo más gris y represor. Un hombre con una personalidad muy acusada, acostumbrado a la dialéctica reivindicativa del sindicalismo. Un vasco hecho a la vida en un ambiente rudo, austero, rodeado del hierro de los barcos de “la Naval” y del acero de “Altos Hornos”. Que utilizaba la lucha y el esfuerzo personal y colectivos para conseguir las cosas. Que había sufrido la represión y que se planteaba objetivos de mejora y de conquista para los trabajadores sobre bases ideológicas y conceptuales propios de esa contienda eterna entre trabajo y capital.

Su liderazgo sindical de tantos años le reafirmó en sus convicciones y, parapetado en esa trinchera de reivindicación y lucha, se convirtió en un crítico severo de líderes y de políticas que se alejaban de sus convicciones. Solo unos días antes de estas navidades, su hijo Nicolás me decía que Nico seguía atento a la actualidad, lúcido en sus razonamientos y crítico como siempre. Genio y figura Nicolás.

Hay dos decisiones que marcan la trayectoria vital de Nicolás Redondo Urbieta. La primera fue su renuncia a la secretaría general del PSOE surgido del Congreso de Suresnes en 1974. El PSOE del interior estaba unido en la decisión de romper con un exilio paralizante y alejado de las expectativas del tardofranquismo de aquellos años, pero dividido respecto a quién debía liderarlo: Pablo Castellanos, apoyado por Madrid, o “Isidoro”, apoyado por Andalucía. El famoso“ Pacto del Betis'', una alianza hábilmente gestada entre los dirigentes socialistas de entonces de Asturias, País Vasco y Sevilla, fue determinante en la victoria y entrada en escena en la política española de Felipe González. Pero esa victoria se construyó sobre una renuncia previa: la de Nicolás Redondo Urbieta quien, quiero pensar, inteligentemente previó que sus cualidades eran más adecuadas para dirigir el sindicato hermano en el que siempre estuvo.

Hay quien dice que en aquellas conversaciones ya estaba decidido que Felipe dirigiera el partido y Nico el sindicato, pero creo que no hubo tanta precisión en aquellas conversaciones. Yo estuve en Suresnes y aunque mi papel fue menor, no recuerdo que tal reparto estuviera formalizado. Pero el devenir de la realidad afirmó al uno y al otro en esos espacios de responsabilidad respectiva.