Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El nihilismo moderno y opresor
Las ideologías políticas están en crisis. Un nihilismo ramplón se ha adueñado de las mentes de quienes consideran la política como un espacio en el que el más tonto es capaz de hacer relojes con solo ser más atrevido que los demás. Ningún término, ya, resulta apropiado para dar a entender lo que supone el propio nombre para los ciudadanos. Anarquismo, comunismo, incluso socialismo, han dejado de ser palabras halagüeñas por ser consideradas inservibles o estériles. Tampoco resultan apropiados otros términos: conservadores, liberales, incluso capitalistas, porque también los principios en que se han sustentado han caído en crisis… Y han quedado arriba los negacionistas, los más osados, los oportunistas, es decir, los nihilistas modernos, que fundamentan sus ideologías en el fracaso de los idearios clásicos.
Hay que buscar responsables de dichos fracasos. Y se encuentran, principalmente, en el ámbito de quienes han ido administrando las propias ideologías. Los partidos o formaciones políticas no han inventado nada nuevo, se han convertido en meros conquistadores de los ámbitos del poder o en meros depositarios de dicho poder, sin llegar casi nunca a preguntarse: “Poder, ¿para qué?”. La lucha electoral es tan irracional, y quienes la protagonizan tan pusilánimes y temerosos de su propio futuro, que todo se reduce a no agitar en exceso las aguas, a no cuestionar ni uno solo de los principios aunque se les ignore, y a convertir las estrategias de la acción política en servidoras del mantenimiento de dicho poder.
Y ello hace que apenas se cuestionen los errores, que no se comenten los fracasos salvo por quienes, desde la oposición, acechan de cualquier modo para apoderarse del poder y allanar los caminos que se dirigen al trono y la sede gubernamental en cada caso. Cada cita electoral consumada, lejos de mover a reflexiones importantes que ilusionen a los electores, suele llevar a pergeñar el nuevo tiempo en base exclusivamente al mantenimiento del poder en el bando de los ganadores, y al apoderamiento de dicho poder mediante cualquier estrategia. Hay síntomas que denuncian estas actitudes. Por ejemplo, ya no caben los gobiernos de concentración ni las coaliciones compartidas por opuestos ante situaciones límite, y ello porque resulta más ventajoso y perseguible la conquista del poder y la ocupación de los gobiernos mediante el descrédito, a cualquier precio, del oponente. Ya no se conceden treguas ni se hacen lecturas piadosas de la acción política de los otros. Sólo importa alcanzar el poder de cualquiera manera, de modo que quien puja por él fundamenta más su táctica para el asalto en impedir el éxito de los otros que en ofrecer un panorama de futuro y un programa de actuaciones infalible.
Establecía Turgenev que “un seguidor del nihilismo es quien tiene claro que no puede ni quiere someterse a nadie, a ningún tipo de poder, doctrina o autoridad”. Los actuales nihilistas, que están invadiendo la política europea, y también la española, constituyen una variante del anarquismo. La negación, o al menos cuestionamiento, del Estado, que se está produciendo en España constituye un modo de nihilismo moderno y ramplón. Da la impresión de que quienes piensan de ese modo, quienes niegan toda vigencia de lo anterior, no ofrecen ninguna alternativa ilusionante. Incluso parece que en su ideario, más bien escueto y nada sugerente, los nuevos detentadores de los Gobiernos lo son mucho más del poder, -a poder ser omnipotente y omnipresente-, que del Gobierno útil para la sociedad y sus integrantes, mucho más que fortalecedores de ese Estado que conduce y protege a los ciudadanos.
Decir “no” al nihilismo moderno del que estamos infectados ha de ser decir “sí” al Estado soberano y protector que nos beneficie a todos, especialmente a los más necesitados y desfavorecidos.
Las ideologías políticas están en crisis. Un nihilismo ramplón se ha adueñado de las mentes de quienes consideran la política como un espacio en el que el más tonto es capaz de hacer relojes con solo ser más atrevido que los demás. Ningún término, ya, resulta apropiado para dar a entender lo que supone el propio nombre para los ciudadanos. Anarquismo, comunismo, incluso socialismo, han dejado de ser palabras halagüeñas por ser consideradas inservibles o estériles. Tampoco resultan apropiados otros términos: conservadores, liberales, incluso capitalistas, porque también los principios en que se han sustentado han caído en crisis… Y han quedado arriba los negacionistas, los más osados, los oportunistas, es decir, los nihilistas modernos, que fundamentan sus ideologías en el fracaso de los idearios clásicos.
Hay que buscar responsables de dichos fracasos. Y se encuentran, principalmente, en el ámbito de quienes han ido administrando las propias ideologías. Los partidos o formaciones políticas no han inventado nada nuevo, se han convertido en meros conquistadores de los ámbitos del poder o en meros depositarios de dicho poder, sin llegar casi nunca a preguntarse: “Poder, ¿para qué?”. La lucha electoral es tan irracional, y quienes la protagonizan tan pusilánimes y temerosos de su propio futuro, que todo se reduce a no agitar en exceso las aguas, a no cuestionar ni uno solo de los principios aunque se les ignore, y a convertir las estrategias de la acción política en servidoras del mantenimiento de dicho poder.