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Nuevos centristas laxos
Ramiro Cibrián acaba de publicar un libro, la versión aligerada de su tesis doctoral en sociología política presentada en la Universidad de Yale (la última dirigida por el maestro Juan J. Linz en su vida), libro que lleva a cabo un sólido análisis politológico de la sociedad vasca actual, de las bases sobre las que está montada su relativa estabilidad política en la etapa posviolenta, y de la fragilidad de estas bases de cara al futuro dada la persistencia de un independentismo irredento.
“Nacionalismo, violencia política y la ciudad democrática”, que tal es su título, es un estudio particularizado de las élites políticas, empresariales y profesionales de San Sebastián a través de una serie de entrevistas en profundidad a significados integrantes de ellas, pero que tiene la virtud de que la mayoría de sus conclusiones son perfectamente extrapolables al conjunto de la sociedad vasca, como lo demuestra su más que aceptable correlación con los resultados de encuestas más amplias.
Una de las herramientas metodológicas más fructíferamente utilizada en esta obra es la de sustituir la clásica y usual bipartición de la sociedad vasca entre las dos categorías de nacionalistas y no-nacionalistas por otra distinta, ahora tripartita, entre constitucionalistas, sabinianos y centristas laxos, una distinción basada en la orientación política de los sujetos entrevistados en lugar de en su identidad nacional subjetiva. Quienes y qué son los constitucionalistas y los sabinianos es bastante obvio: los primeros muestran un aprecio y satisfacción notables por la integración constitucional del País Vasco en España y rechazan su posible secesión e independencia. Los segundos experimentan, y lo experimentan de manera intensa además (la siempre olvidada importancia de la intensidad en la política), un rechazo a esa integración y tienen muchos deseos de independencia.
Entre ambos, está la categoría bastante amplia de los “centristas laxos”, caracterizada por un identidad nacional subjetiva predominantemente vasca pero sin excluir la componente española ni mucho menos, un gusto por la equidistancia ante “las violencias”, y una actitud esencialmente pragmática y versátil ante la integración en España o su alternativa independentista: en concreto, estas élites no sienten hoy ninguna ansia secesionista, pero podrían aliarse con los constitucionalistas o con los sabinianos en función de los estímulos operantes en un proceso de hipotética futura elección.
Del estudio de las élites profesionales y empresariales donostiarras se deduce que un 30% de las que votan al PNV, un 10 % de las que lo hacen al PSE, y todas las que comulgan con EB o IU, pueden considerarse como centristas laxas.
Por otra parte, es muy de tener en cuenta que estas élites económicas y profesionales reflejan mejor a la sociedad en su conjunto de lo que lo hacen las élites propiamente políticas, las cuales están más polarizadas que sus bases en el asunto de la fractura nacional, de manera que es raro encontrar centristas laxos en las élites políticas (ejemplos de ellos, pero vizcaínos, habrían sido Azkuna o Imaz en el PNV).
En San Sebastián (como en el resto de Euskadi) se comprueba que la respuesta al clásico “¿who governs?” que hizo Robert Dahl con respecto a New Haven es la de que mandan las élites políticas, que son las que fijan la agenda y toman las decisiones, con escasísima participación de las élites empresariales y profesionales. Por eso, los centristas laxos, según Ramiro Cibrián, funcionan más como factor de apaciguamiento o colchón de los deseos sabinianos y, en definitiva, han sido y son un factor relevante para el mantenimiento del statu quo constitucional de integración del País Vasco en el Estado. Los centristas laxos no perciben ningún incentivo significativo para modificar esa situación, dados los muy ventajosos términos en que se desarrolla la integración desde hace más de treinta años. Y para las élites políticas sabinianas resulta casi imposible suministrarles ese incentivo fuerte, algo que concrete tangiblemente la retórica independentista al uso. De manera que la tensión se manifiesta de manera larvada y se limita a una reivindicación “incrementista progresiva” de un grado siempre superior de autonomía.
Lo cual, advierte el autor, también puede ser desestabilizador a la larga, porque es imposible mantener el statu quo ante una demanda dinámica constante de mayor y mayor autonomía: hay un momento en que la pura cantidad se transforma en calidad, cuando se rompen las costuras del Estado.
La obra está cerrada en 2.014 y, por ello, no ha podido integrar en su análisis la surgencia de unas nuevas élites políticas como las de “Podemos” que parecen haberse establecido como fuerza política muy relevante. Y, sin embargo, las herramientas analíticas que nos proporciona Cibrián nos sirven muy bien para entender lo que significarán estas nuevas élites o estas nuevas fuerzas políticas para la política vasca. Porque, precisamente, en el eje de confrontación nacional son un caso perfecto de “centristas laxos” de acuerdo a las características antes señaladas: en efecto, son de una marcada corrección política al asumir la identidad nacional vasca y toda su parafernalia ideológica, pero sin excluir del todo la española, tienden a la equidistancia en la valoración de la violencia, y reclaman el derecho de autodeterminación de una manera programática (congruente con su democratismo simplón y su orientación comunista clásica), pero dejando claro que por el momento no ven interés alguno en la opción independentista: en ese eje son pragmáticos, y lo serán más si asumen responsabilidades institucionales. A diferencia de la izquierda antisistema de la CUP catalana, no contemplan la independencia como una posibilidad real para edificar un sistema sociopolítico revolucionario al construir otro país. Por mucho que en el campo socioeconómico sean más bolivarianos que socialdemócratas (en este eje no son centristas), en el eje nacional su horizonte de actuación es un País Vasco dentro de España.
Todo ello, traducido en un pronóstico de estabilidad/ruptura del marco de integración constitucional, parece implicar que el statu quo actual no va a sufrir modificación significativa alguna por la incorporación de “Podemos” dado que representa una opción “centrista laxa” en ese eje de confrontación. El efecto de su reclamación retórica del derecho de autodeterminación como posibilidad, que parecería en principio desequilibrar el sistema actual, no lo hará tanto, a no ser que aparezcan en algún momento incentivos fuertes y concretos que les hagan aliarse con los sabinianos en una apuesta secesionista efectiva. Algo improbable, entre otras cosas, porque gran parte de los sabinianos y parte de los demás centristas no estarían dispuestos a compartir un hipotético camino a la independencia con tales compañeros.
Ramiro Cibrián acaba de publicar un libro, la versión aligerada de su tesis doctoral en sociología política presentada en la Universidad de Yale (la última dirigida por el maestro Juan J. Linz en su vida), libro que lleva a cabo un sólido análisis politológico de la sociedad vasca actual, de las bases sobre las que está montada su relativa estabilidad política en la etapa posviolenta, y de la fragilidad de estas bases de cara al futuro dada la persistencia de un independentismo irredento.
“Nacionalismo, violencia política y la ciudad democrática”, que tal es su título, es un estudio particularizado de las élites políticas, empresariales y profesionales de San Sebastián a través de una serie de entrevistas en profundidad a significados integrantes de ellas, pero que tiene la virtud de que la mayoría de sus conclusiones son perfectamente extrapolables al conjunto de la sociedad vasca, como lo demuestra su más que aceptable correlación con los resultados de encuestas más amplias.