Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Palestina: llorar hasta ahogarles
La situación en Palestina se ha analizado desde casi todos los puntos de vista posibles; algunos desde la consciencia y la seriedad, la mayoría desde la complicidad y la estupidez. Por eso, no se pretende aquí un nuevo análisis político profundo para convencer a nadie que no quiera ser convencido. Al fin y al cabo, los posicionamientos están muy definidos. Y entre ellos, cada vez más personas en el mundo, digan lo que digan los pretendidos análisis, los medios o los gobernantes, concluimos que lo que está ocurriendo en Palestina es un genocidio innegable por parte del sionismo israelí. Que, además, hay que repetirlo también una y mil veces, es una doctrina supremacista, racista y de extrema derecha. Así cada cual sabrá lo que defiende y justifica.
Sin embargo, más allá de mirar la crudeza de la situación desde la geopolítica internacional, simplemente, lloramos y gritamos por Palestina. Son miles las personas asesinadas, heridas, hambrientas, huérfanas, sin refugio, deambulando por el mayor campo de concentración que ha visto la humanidad esperando, sencillamente, el momento en que caerá la bomba que se llevará por delante sus vidas. Hemos oído desde los primeros días declaraciones de familias en las que su gran preocupación no era cómo salir de ese infierno. Asumían que no era posible, que todas las vías de escape estaban cerradas y que habían sido abandonadas por la llamada comunidad internacional. Por eso su duda era si permanecer juntas y morir todos a la vez, o tratar de pasar los días dispersas por ese campo de concentración en la ilusión de que la bomba se llevara a una parte de la familia, pero la otra sobreviviera.
Mil veces podemos pensar en esa decisión y mil veces nos equivocaremos, y ni una sola podremos ponernos en su lugar. Nunca llegaremos a poder entender lo que en esa situación puede sentir una madre, un padre, que deben de tomar esa decisión: morir juntos o dispersarse para, quizá, que alguien de la familia sobreviva unos días más.
En Gaza los sionistas juegan contigo haciéndote huir de tu casa, obligándote a desplazar unos pocos kilómetros al sur para que mantengas la esperanza de que así vivirás. Al mismo tiempo, van arrasando con todo, estrechando el círculo, mientras te mantienen en la incertidumbre que es tomar esa decisión; juntos o dispersos. Y haces que te odies a ti mismo cuando la decisión fue la de dispersarse y te enteras de que esa parte de la familia que no estaba contigo no ha sobrevivido al último bombardeo. Y ahora, eres tú el único que deambula entre cascotes y escombros esperando, incluso deseando, que ojalá llegue pronto esa nueva bomba o el disparo para, según tus creencias, reunirte con aquellos que antes fueron asesinados.
Llorar por Palestina es lo que debería hacer el mundo hasta que las lágrimas crecieran tanto que ahogaran a los asesinos y a sus cómplices, a los genocidas directos y a los indirectos. Porque, la otra cara de esta misma moneda es la de aquellos gobernantes norteamericanos y europeos (la autodenominada comunidad internacional) que no solo miran para otro lado ante el sufrimiento del pueblo palestino, sino que lo animan. Siguen vendiendo sus armas (¡maldito negocio!), siguen comprando los productos israelíes, siguen compartiendo mesa en galas, festivales y competiciones; siguen diciendo que Israel tiene derecho a matar con absoluta impunidad a decenas de miles de palestinos como si aplaudieran el calificativo que el sionismo les dio, de subhumanos y, por lo tanto, sin derechos.
Hablarán de justicia y del derecho a defenderse; nos contarán, una vez más, del sufrimiento del pueblo judío hace ochenta años mientras ignoran el del palestino hoy y durante los últimos 75 años. Son los mismos gobernantes que un día se erigieron en adalides del mundo libre y de los derechos humanos. Son los mismos que condenaban a los demás por violar reiteradamente estos últimos y hoy los descubrimos como los hipócritas que casi siempre intuimos que podían ser.
Pisotean los derechos de los hombres y mujeres palestinas y dan palmadas de ánimo a Israel para que siga adelante con su particular carnicería. Incluso si alguien osa llevar a este país a los tribunales de justicia internacional rápidamente salen en su defensa y argumentan y contrargumentan en contra de la acusación de genocidio. El mismo que el mundo ve televisado y sobre el que ya este no tiene duda alguna: tratar de aniquilar a todo un pueblo y conseguirlo con varias decenas de miles es genocidio lo diga o no la corte internacional de justicia o los libros sagrados de todas las religiones. Poco importa lo que los hombres hayan escrito; es simple sentido común, es simple humanidad.
Y en el colmo de la hipocresía, mientras no les parecen argumentos suficientes sobre el genocidio que el mundo ve y mantienen su apoyo militar, diplomático y de propaganda en favor de Israel, suspenden los fondos a la UNRWA para que esta organización humanitaria deje de cubrir unas mínimas necesidades básicas de la población refugiada palestina. Y nos venden el cuento israelí de que la razón es que entre 3000 trabajadores de esta organización internacional diez o doce participaron en los ataques del 7 de octubre. Aunque eso fuera verdad, ¿es razón para suspender toda la ayuda que, por cierto, era una absoluta miseria, a dos millones de personas? Entonces qué habría que hacer ante la evidencia del carácter y perfil de criminal de guerra de toda la cúpula de mando político y militar sionista.
Ante esta brutal realidad, algunos tratan de mostrarse como gobernantes sensibles frente al sufrimiento del pueblo palestino y, periódicamente, hablan de la solución de dos estados. El problema es que uno, el israelí, lleva reconocido, avalado y respaldado por esos mismos gobernantes desde 1948. Mientras, el otro, el palestino, lleva perdiendo su territorio desde esa misma fecha hasta hacerlo hoy casi inviable. Ahora, los gobernantes europeos y norteamericanos siguen mareando el debate y dando largas a esa solución. Parece que esperan que el pueblo palestino sea aniquilado para quitarse de encima el problema.
Llorar por Palestina es lo que debería hacer el mundo hasta hacer que las lágrimas crecieran tanto que ahogaran a los asesinos y a sus cómplices, a los genocidas directos y a los indirectos.
La situación en Palestina se ha analizado desde casi todos los puntos de vista posibles; algunos desde la consciencia y la seriedad, la mayoría desde la complicidad y la estupidez. Por eso, no se pretende aquí un nuevo análisis político profundo para convencer a nadie que no quiera ser convencido. Al fin y al cabo, los posicionamientos están muy definidos. Y entre ellos, cada vez más personas en el mundo, digan lo que digan los pretendidos análisis, los medios o los gobernantes, concluimos que lo que está ocurriendo en Palestina es un genocidio innegable por parte del sionismo israelí. Que, además, hay que repetirlo también una y mil veces, es una doctrina supremacista, racista y de extrema derecha. Así cada cual sabrá lo que defiende y justifica.
Sin embargo, más allá de mirar la crudeza de la situación desde la geopolítica internacional, simplemente, lloramos y gritamos por Palestina. Son miles las personas asesinadas, heridas, hambrientas, huérfanas, sin refugio, deambulando por el mayor campo de concentración que ha visto la humanidad esperando, sencillamente, el momento en que caerá la bomba que se llevará por delante sus vidas. Hemos oído desde los primeros días declaraciones de familias en las que su gran preocupación no era cómo salir de ese infierno. Asumían que no era posible, que todas las vías de escape estaban cerradas y que habían sido abandonadas por la llamada comunidad internacional. Por eso su duda era si permanecer juntas y morir todos a la vez, o tratar de pasar los días dispersas por ese campo de concentración en la ilusión de que la bomba se llevara a una parte de la familia, pero la otra sobreviviera.