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Por la paz, un Avemaría

En los últimos tiempos la búsqueda de la paz, o su consecución definitiva, está provocando no pocas discusiones, en muchos casos estériles, pero siempre justificadas. Lo único injustificable siempre ha sido el terrorismo de ETA. También lo fue aquello que se dio en llamar terrorismo de Estado o guerra sucia, que no hubiera tenido lugar si no hubiera existido ETA, aunque tal circunstancia nunca pueda ser interpretada como eximente.

Desde que los terroristas anunciaron el final del terrorismo, se han sucedido reacciones y acontecimientos importantes que han sido interpretados de modos bien diferentes. Es bien cierto que el anuncio supuso un soplo de aliento para quienes se sentían amenazados: políticos, jueces, empresarios, fuerzas de seguridad, etc… Las víctimas siguen reclamando una justicia que, serenamente, podrá ser administrada con mayor eficacia, pero también se corre el riesgo de abordar el final con excesiva laxitud, de tal manera que quienes han pagado su tributo con las vidas de sus seres queridos, no se sientan suficientemente resarcidos, ni sientan suficientemente cumplidas sus peticiones de justicia. Por otra parte quienes no han sufrido de forma directa el azote de los terroristas claman porque el final sea ya tan definitivo que pueda ser olvidado con cierta facilidad.

Sin embargo, ¿es tan fácil olvidar? Y no solo eso, sino que ¿sería justo correr un tupido velo sobre los muertos, sobre las extorsiones, sobre la barbarie? Cuando ETA anunció su final se activaron ponencias parlamentarias, comisiones de paz, conferencias, congresos, oficinas de víctimas. Se pusieron en marcha programas para que las víctimas dieran testimonio en las aulas o en otros foros públicos, pero han sido muy importantes sobre todo las incorporaciones de personas, que de uno u otro modo resultan controvertidas, en organismos dedicados a canalizar las consecuencias de esto que unos llaman proceso y otros llaman conflicto. De los que hablan de conflicto cabe resaltar lo estrambótico del poderoso grupo, al que llaman verificador, que inició su andadura en el Palacio de Ayete de San Sebastián: estrambótico en su composición y en su objetivo, -verificar, ¿qué?; vigilar, ¿a quién?-, poderoso por el nivel internacional de sus miembros y por el costo económico de la logística de los encuentros.

Otra cosa es el 'proceso', que corresponde sobre todo a las instituciones democráticas, fuerzas de seguridad incluidas, que deben dar los pasos precisos cuidando de no revertir el proceso y garantizando que ninguna víctima quede sin su recompensa. Surge una primera duda: ¿Deben ser tratados como víctimas los terroristas que están en las cárceles, que han mostrado públicamente su arrepentimiento y, por tal hecho, no cuentan ya para sus antiguos jefes o para que la izquierda abertzale, que reclama “respeto” y “gracias” para sus presos? Yo creo que no, aunque han de ser tenidos en cuenta, y tratados de modo bien diferente a los demás terroristas.

Tiempo va a haber para hablar de todo. El Gobierno de Urkullu encargó elaborar un plan de paz a alguien que conoce bastante bien todos los vericuetos del problema, porque fue concejal de HB en Tolosa, porque fue portavoz de la agrupación ecologista Lurraldea, que tanto se divirtió cuando ETA volaba a su antojo la autovía de Leizarán, aún en construcción, y porque fue el artífice de la coordinadora pacifista Elkarri, de la que fue coordinador. Desde Elkarri buscó la paz, pero sin abdicar ni de ETA ni de HB; probablemente desde la “inocencia” de quien creía que los terroristas pudieran ser capaces de reflexionar desde sus recónditos (¿buenos?) sentimientos. Jonan Fernández constituye una apuesta importante que ha encontrado en el notario Ramón Múgica una inmejorable compañía y un valedor indiscutible. Ambos constituyen un tándem potente. En una entrevista en El Correo (publicada el 29 de junio), el exconcejal del Partido Popular en Bilbao Ramón Múgica (que ha elaborado el informe sobre “vulneraciones de derechos humanos”, junto con Manuela Carmena, Jon Landa y el obispo Uriarte) ha sido contundente al afirmar: “Me pueden llamar ingenuo pero coincido con él (Jonan Fernández) en la búsqueda sincera de la paz…Él tiene su posición política…Y yo tengo la mía”.

Esta es la clave decisiva. La clave está basada en la confianza. Desaparecida ETA (al menos desactivada definitivamente), todos hemos de confiar en que lo que buscamos, es decir la paz y la convivencia, es bueno para todos. Justicia sí, pero tampoco es malo trasladar al lenguaje usual de la calle la máxima de San Agustín que esgrime Ramón Múgica en la entrevista: “En la duda, libertad; en lo necesario, unidad; y siempre, caridad”. Vamos, que yo no digo que nuestra laxitud nos lleve a practicar lo de “por la paz una avemaría”, pero lo peor será acudir a las negociaciones con el cuchillo entre los dientes. Hay demasiados que aún quieren sacar provecho de la violencia pasada y ponen a la paz un precio que no tiene… Porque la paz tiene mucho Valor, pero no tiene ningún precio.

En los últimos tiempos la búsqueda de la paz, o su consecución definitiva, está provocando no pocas discusiones, en muchos casos estériles, pero siempre justificadas. Lo único injustificable siempre ha sido el terrorismo de ETA. También lo fue aquello que se dio en llamar terrorismo de Estado o guerra sucia, que no hubiera tenido lugar si no hubiera existido ETA, aunque tal circunstancia nunca pueda ser interpretada como eximente.

Desde que los terroristas anunciaron el final del terrorismo, se han sucedido reacciones y acontecimientos importantes que han sido interpretados de modos bien diferentes. Es bien cierto que el anuncio supuso un soplo de aliento para quienes se sentían amenazados: políticos, jueces, empresarios, fuerzas de seguridad, etc… Las víctimas siguen reclamando una justicia que, serenamente, podrá ser administrada con mayor eficacia, pero también se corre el riesgo de abordar el final con excesiva laxitud, de tal manera que quienes han pagado su tributo con las vidas de sus seres queridos, no se sientan suficientemente resarcidos, ni sientan suficientemente cumplidas sus peticiones de justicia. Por otra parte quienes no han sufrido de forma directa el azote de los terroristas claman porque el final sea ya tan definitivo que pueda ser olvidado con cierta facilidad.