Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Pesimismo ilustrado
¡Hola chaval!
Cierto que, como diría tu hermano, la una y media de la mañana “no son horas” para wasapear. Me decías que estuviste en la reunión del Círculo de Podemos en la universidad y que el Monedero no te había convencido. Muy genérico, nada concreto. Pues de eso hablábamos. Te mando los textos de Santos Juliá, Ruiz Soroa y Álvarez Junco sobre el populismo y sus vicisitudes o sobre lo que va dando de sí gente parecida a esta gente, y me dices que te gustan, pero que al final todo te suena a pesimismo ilustrado. Buena definición por tu parte. No vale lo anterior y por eso surgen estos, pero tampoco valen estos porque lo que cuentan ya lo tenemos oído y donde se ha puesto en práctica ha dado poco (bueno) de sí. Esa es la cuestión: que no les falta razón para aparecer, pero que no nos da el cuerpo –donde en la cabeza anidan el pensamiento, la crítica y la experiencia- para saludar su novedad como algo tan positivo. Que valen como expresión de hartazgo y como muestra de que los hay dispuestos a reaccionar, pero que el contenido de su discurso no nos llena. No hay más. Y cada sesudo artículo explicando con razones esto no les quita un ápice de argumento, sino que se lo presta. Porque el asunto y el sentido de su existencia es otro bien distinto.
Claro, la pregunta es si acaso no tenéis derecho como generación a cometer algunos de los errores que ya cometió la nuestra. Supongo que es una pregunta eterna, pero también obligada si no queremos ser unos irresponsables. Es el riesgo de la generación anterior: puede optar por dejar a su suerte a la que le sigue, como si de nada valiera su magisterio y experiencia, como si solo hubiera que pensar en el derecho a la libertad, en el derecho a equivocarse, o puede advertir de los problemas que se pueden derivar de poner en práctica iniciativas comprobadamente erradas. Es otra vez el eterno tema de la educación de los hijos o del adanismo –palabra de moda últimamente- que exhibe cada nueva generación.
En el fondo, tenemos atadas las manos. No estamos convencidos de que tengamos legitimidad para deciros algo, pero a la vez pensamos que personalmente no lo hemos hecho tan mal como para evitarnos el consejo en estas horas tan inciertas como históricas. No es que lo hayamos hecho mal como generación (o generaciones; un par de ellas): le leía el otro día a Joaquín Estefanía decir que culpar a la Transición de “la que está cayendo” es una muestra de pereza intelectual grave. Y estoy de acuerdo. Es que se nos han ido finalmente al traste demasiadas canicas que teníamos bien posadas sobre la mesa. Ahora vemos que la herencia que os dejamos es una situación que si se pretende arreglar en un sentido revienta por el contrario y al revés. “Los viejos sueños no se han cumplido, pero me alegro de haberlos tenido”. Es la frase decadente que he colocado en mi perfil del whatsapp. ¡Cómo os vamos a decir qué tenéis que hacer si precisamente surgís a la escena pública en reacción al cisco que os dejamos! Pero en el viaje de la relativa derrota de los sueños hemos aprendido muchas cosas que pretendemos que os sirvan y hemos visto alborear algunos mundos imaginados que menos mal que se abortaron y que no queremos que os quemen a vosotros como nos quemaron a nosotros. Es cierto, como dices, que todas las teorías políticas se han puesto a prueba y que ninguna ha dado con la tecla. Bueno, menos el capitalismo que estamos sufriendo, que de tanto acertar se lo va a llevar todo por delante. Un chico de segundo de Políticas como tú ya sabe que en el siglo XX han pesado tanto la ilusión por las utopías como la constatación de sus horrores. Es cosa de ser prudentes. Pero no sé si es lícito pedir la prudencia paralizante de un viejo con conocimiento a un joven de diecinueve con iniciativa: no te muevas, porque sé que por ahí no se va, pero no dejes de moverte, porque si no lo haces sé también que mueres para la vida. Otro acertijo eterno.
Porque no te creas que mi generación (y la anterior a la mía, que sigue bien viva) es ajena a lo que está pasando. Lo percibe y hasta lo sufre igual (a su manera y con sus situaciones distintas). Somos conscientes del chandrío actual y no es cierto lo que dices que de tanto criticar las alternativas que se ponen a tiro acabemos certificando que es imposible cambiar nada. Y mucho menos que a través de esa crítica diletante llegamos a la misma posición política del 'establishment', de los que no quieren cambiar. Como te decía, no nos gusta lo que tenemos, abominamos de lo que se ha hecho, pero no nos creemos racionalmente muchas cosas –algunas sí- que aparecen ahora para el recambio. Podríamos elegir entre la forzada ignorancia, la forzada ilusión, el forzado silencio o el amable cinismo; preferimos debatirnos en el acertijo de buscar el mal menor para no quedar paralizados finalmente por tanta duda. ¡Pero después de medio siglo a cuestas no puedo decir que está bien lo que no creo que esté bien! Por lo menos me agarro con desesperación a esa seguridad, para de ahí poder saltar a alguna convicción más sólida que todavía no aprecio en el horizonte. Si dijera otra cosa –y hay quien alegremente lo dice con mi edad- posiblemente no fuera más que un resentido, un oportunista o un tonto. En todo caso, actitudes más peligrosas aún que la mía. Cuando no se puede mejorar algo, la mejor aportación es el silencio. Es muy conservador, cierto, pero lo contrario es probar a ver. Y estamos aquí en parte por tanta prueba banal.
En fin, que no te he arreglado nada. ¡Faltaría más que lo hiciera! Tampoco la pasión juvenil actúa a su albedrío. Hasta el joven más alocado, que no es tu caso, tiene su punto de contacto con la realidad, si esta es lo posible dentro de lo que se sueña. Pero es bueno echar una pensada y no hacerse uno mismo más trampas de las debidas. La política no la mueve solo la razón; más la mueve el sentimiento y la pasión. Yo mismo, después de abrumarte a razones, mantengo creencias que no tienen más poso y pies que los años que llevan conmigo (o yo con ellas). Y son creencias políticas, incompatibles ya con lo que han dado de sí mis reflexiones y mis experiencias vitales, particulares y colectivas. Como en tantas cosas, hay que manejarse con dos contradictorias fuerzas y mantener las riendas con tanta firmeza como ductilidad, atendiendo al objetivo buscado y a las posibilidades y resistencias que proporciona el camino. También a las contradictorias pasión y razón. Y no hay más. A la hora de resolver el acertijo, en las mismas se ve el necio que el sabio, pero este último piensa y, si acaso, luego embiste.
De momento, no se me ocurre más que decirte. Seguimos. Tú mismo. ¡Haz lo que debas!
Un beso. Papá.
¡Hola chaval!
Cierto que, como diría tu hermano, la una y media de la mañana “no son horas” para wasapear. Me decías que estuviste en la reunión del Círculo de Podemos en la universidad y que el Monedero no te había convencido. Muy genérico, nada concreto. Pues de eso hablábamos. Te mando los textos de Santos Juliá, Ruiz Soroa y Álvarez Junco sobre el populismo y sus vicisitudes o sobre lo que va dando de sí gente parecida a esta gente, y me dices que te gustan, pero que al final todo te suena a pesimismo ilustrado. Buena definición por tu parte. No vale lo anterior y por eso surgen estos, pero tampoco valen estos porque lo que cuentan ya lo tenemos oído y donde se ha puesto en práctica ha dado poco (bueno) de sí. Esa es la cuestión: que no les falta razón para aparecer, pero que no nos da el cuerpo –donde en la cabeza anidan el pensamiento, la crítica y la experiencia- para saludar su novedad como algo tan positivo. Que valen como expresión de hartazgo y como muestra de que los hay dispuestos a reaccionar, pero que el contenido de su discurso no nos llena. No hay más. Y cada sesudo artículo explicando con razones esto no les quita un ápice de argumento, sino que se lo presta. Porque el asunto y el sentido de su existencia es otro bien distinto.