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Pisa en Euskadi: ni tanto, ni tan calvo
Al poco tiempo de que Cristina Uriarte fue nombrada para un segundo período al frente del Departamento de Educación, salieron los resultados de la edición de PISA del año 2015, que supusieron un cierto revés en la imagen de nuestra educación, hasta entonces bastante autocomplaciente. Algunos se atrevieron a decir que, si los hubieran publicado unas pocas semanas antes, Cristina Uriarte no hubiera sido ratificada en su cargo.
Ahora, con la misma Consejera, se han publicado los resultados de la última edición de la prueba internacional, con una cierta mejora. En Matemáticas se ha crecido 7 puntos, hasta los 499, diez puntos por encima de la media de la OCDE y en Ciencias se ha crecido 4 puntos, hasta los 487, todavía 2 puntos por debajo de la OCDE. Como se sabe, se ha optado por no publicar los resultados en comprensión lectora por las irregularidades detectadas. Una pena, porque ahí mostramos una debilidad notoria en la anterior edición de 2015.
En esta agitación mediática que se produce cada vez que se publican las controvertidas evaluaciones internacionales de PISA, porque los rankings producen mucho morbo, se tiende a magnificar cualquier bajada y cualquier subida. La verdad es que, según los expertos en mediciones, toda subida o bajada que no supere los 10 puntos se mueve dentro de una varianza no significativa, por la que no cabe ni deprimirse, ni alborozarse demasiado, ni entrar en sesudos análisis de los porqués. Habrá que insistir, además, en que PISA mide lo que mide y de la manera en que lo mide (no voy a entrar ahora en el debate sobre las virtualidades o perversidades de PISA), y, por tanto, que no deja de ser un dato más, a tener en cuenta eso sí, pero nunca un juicio definitivo sobre un sistema.
Dicho esto, es fácil entender que no cabe volverse locos buscando explicaciones de por qué ahora estamos un poco más arriba y antes un poco más abajo, ni basarse en ello para denostar o ensalzar a la responsable educativa de turno, ni antes, ni ahora. Las pequeñas varianzas hacia abajo o hacia arriba, pueden tener relación con factores incontrolables, como que una cohorte de alumnado de 15 años en una edición puede ser un poco mejor o un poco peor, pero no dan para construir hipótesis de trabajo sobre causas profundas que expliquen el impacto directo de una política educativa determinada. Creo que es ilusorio pretender que los frutos de cualquier iniciativa promovida desde la Administración para la mejora de los resultados sean visibles y medibles a corto plazo. Cualquier reforma necesita un mínimo de 10 años para asentarse y comprobar algún fruto. Un político lo puede hacer bien, regular o mal, y esto no es en absoluto baladí, pero por sí solo no puede hundir un sistema, ni tampoco elevarlo a ningún Olimpo,
Así pues, no queda sino adentrarse en el terreno de las conjeturas informales para valorar los resultados de la actual edición. Estas líneas no dejan de ser una valoración de urgencia y escritas a vuela pluma, vaya por delante. Lo primero, desde luego, será dar la bienvenida a cualquier mejora en la puntuación. Más allá de factores aleatorios incontrolables, sí podemos apreciar algunos elementos que han podido incidir en la mejora de estos resultados. El primero de ellos es que el Departamento ha facilitado materiales que permiten a los centros un adiestramiento mejor en el tipo de pruebas como la de PISA, sin querer decir que haya habido una consigna de entrenamiento específico. Ha quedado en manos de cada centro aprovechar estos materiales, que les han podido ser útiles incluso para sus evaluaciones internas. Pero, además, para esta edición, se ha puesto más cuidado en que el alumnado fuera consciente de su responsabilidad a la hora de responder a las pruebas con la requerida dedicación y diligencia. Ya de por sí estos elementos han podido influir directamente en la mejora.
En este tiempo también hay reconocer el impulso de algunas iniciativas del Departamento como el proyecto STEAM para la mejora de la competencia científica y el Plan Lector en los centros para la mejora de la comprensión escrita. Pero, como digo, es muy prematuro y arriesgado atribuir a esas iniciativas, todavía no consolidadas, la leve mejora, por ejemplo, en la competencia de ciencias. Ya queda dicho que nos hemos quedado sin resultados en la compresión lectora.
Sí, en cambio, merece la pena poner la mirada en si hay una constancia en la franja en la que nos situan los resultados a lo largo de las ediciones. Y parece que la hay y que nos colocan dentro de una zona media del gran pelotón -mal no, excelencia tampoco- lo que deja una vez más abierto el interrogante de si los resultados son acordes a lo que gastamos.
*Gonzalo Larruzea es trabajador de la enseñanza
Al poco tiempo de que Cristina Uriarte fue nombrada para un segundo período al frente del Departamento de Educación, salieron los resultados de la edición de PISA del año 2015, que supusieron un cierto revés en la imagen de nuestra educación, hasta entonces bastante autocomplaciente. Algunos se atrevieron a decir que, si los hubieran publicado unas pocas semanas antes, Cristina Uriarte no hubiera sido ratificada en su cargo.
Ahora, con la misma Consejera, se han publicado los resultados de la última edición de la prueba internacional, con una cierta mejora. En Matemáticas se ha crecido 7 puntos, hasta los 499, diez puntos por encima de la media de la OCDE y en Ciencias se ha crecido 4 puntos, hasta los 487, todavía 2 puntos por debajo de la OCDE. Como se sabe, se ha optado por no publicar los resultados en comprensión lectora por las irregularidades detectadas. Una pena, porque ahí mostramos una debilidad notoria en la anterior edición de 2015.