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PISA: ¡Qué bajo hemos caído!

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El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, de su nombre en inglés) evalúa los conocimientos y habilidades de estudiantes de 15 años en tres competencias especialmente: matemáticas, ciencias y lectura. Pocos de los 81 países participantes en esta última edición, retrasada un año por la epidemia de la COVID-19, han mejorado sus resultados. Una tónica general de la que no se sustrae Europa, España y la mayoría de sus comunidades autónomas, entre ellas Euskadi. Caso grave el vasco, ya que el profundo descenso registrado excede a los efectos de la pandemia y revela un declive continuado y persistente que se alarga desde hace diez años.

Examinando la variación de resultados desde cuando Euskadi se incorpora a esta evaluación internacional hace diez años, se observa que los rendimientos del alumnado vasco son los terceros que más caen en matemáticas, los segundos que más bajan en lectura y los que más descienden en la competencia científica. En lectura ya es como si hubiésemos perdido un curso completo, y tanto en esta competencia como en la competencia científica nos encontramos incluso por debajo de la media española y de la OCDE.

El Departamento de Educación del Gobierno vasco insiste en que PISA no es más que una foto fija, una “cata” que analiza la “performance” del alumnado en un momento concreto, en palabras de la viceconsejera Begoña Pedrosa. Pero cuando miramos el álbum no podemos sino apreciar la tendencia negativa. Algo plenamente concordante con los resultados de otras evaluaciones internacionales en las que Euskadi ha participado, como con las propias que realiza habitualmente. Es el caso de las evaluaciones de diagnóstico que se efectúan cada dos años, no a una muestra, sino a la totalidad del alumnado de cuarto curso de Educación Primaria y segundo de la ESO. Unas evaluaciones de diagnóstico que registran caídas graves especialmente en Euskara en ESO, y en Matemáticas en ambas etapas durante este mismo periodo. Pero además, la última evaluación de fin de etapa publicada hace escasos días nos ha mostrado un profundo descenso en el conocimiento de la Lengua Castellana del alumnado que termina la Enseñanza Obligatoria y que no se puede obviar.

Argumenta el Gobierno vasco, sin llegar más allá, que “el efecto alumnado inmigrante y el ISEC (índice socioeconómico y cultural de las familias) tienen una incidencia” en los resultados. Efectivamente nuestro sistema es especialmente poco amable con los estudiantes con menos recursos económicos y de origen extranjero, aspectos que suelen coincidir en buena medida. PISA también ilustra esta situación. Nuestro alumnado de origen foráneo es el que obtiene peores resultados en las tres competencias de todas las comunidades autónomas del Estado, únicamente por delante de aquel que estudia en Ceuta y Melilla. Solo cabe pensar que o los extranjeros que llegan a Euskadi arrastran un déficit competencial mucho mayor que el resto, lo que sabemos que no es cierto, o no les sabemos enseñar. Y esto último, que es lo que parece más evidente, delata que no somos tan inclusivos como presume el ejecutivo.

La lengua de trabajo juega aquí un papel no único, pero sí fundamental. Estamos generalizando un modelo con una sola lengua para vehicular aprendizajes que no coincide con la de la mayoría de la población escolar y, obviamente, con la de origen extranjero. Una lengua con una implantación social menor y muy diversa y con una distancia lingüística muy grande respecto de la otra que es también oficial y mayoritaria en Euskadi. Como consecuencia, en muchos casos, los estudiantes se escolarizan en un sistema que no tiene en cuenta en el proceso de enseñanza-aprendizaje su primera lengua, ni tan siquiera la lengua del entorno en el que ahora viven. Pensar que ello no tiene influencia en los resultados es o un ejercicio de cinismo o de desprecio hacia una parte de la población. Queda para cada quien decidir qué calificación tiene que la capacidad de alcanzar buenos resultados educativos pase imprescindiblemente por el conocimiento avanzado de la lengua vasca en todos los casos, tal y como plantea el proyecto legislativo en tramitación.

Tenemos un sistema educativo que favorece a una minoría, bilingüe de entrada y/o con dinero, aunque tampoco es que beneficie a nadie en demasía, porque la tercera imagen que proporciona la evaluación PISA es la de una comunidad escolar con muy poco alumnado en los niveles avanzados, la “excelencia” a la que se suele aludir de forma un tanto pomposa. De hecho, Euskadi es la tercera comunidad autónoma con menor porcentaje de alumnado en estos niveles avanzados en la competencia científica y la que menos tiene en lectura. Y en el caso de matemáticas la situación no es tan extrema aún, pero ya estamos por debajo de la media de la OCDE, de la UE e incluso de la media española. Un dato análogo asimismo con el de la evaluación de fin de etapa del departamento de Educación, que indica que hay más estudiantes que acaban la ESO sin superar un nivel mínimo matemático que quienes salen sobrados.

Lo que no casa es que con esta posición de debilidad educativa de Euskadi con respecto a otras CCAA es la inversión. Evidentemente hay que revisar cuánto se da y debe dar a la educación vasca, pero no sólo por su insuficiencia, sino también por la ineficiencia demostrada. Ahora bien, el propósito de quienes han impulsado, desde el gobierno y desde la oposición, la que previsiblemente será nueva ley de la educación autonómica es otro: igualar la financiación del Gobierno vasco a los centros, independientemente de su titularidad y de las situaciones que atienden. Y así se da, y dará, más a todos los centros concertados sin distinción, ignorando que casi todos ellos tienen una doble financiación público-privada incontrolada que puede proceder, incluso en algunos casos, de tres o cuatro fuentes distintas. Un compromiso financiero que ya ha cristalizado, mientras que se maneja“ un margen de quince años”, nuevamente en palabras de la viceconsejera Pedrosa en su explicación de los datos de PISA, para que todos los centros concertados atiendan situaciones escolares similares a los públicos. Y ello agrava el problema de ineficiencia financiera que tiene la educación en Euskadi y que todas las evaluaciones, incluida esta última de PISA, insiste machaconamente. No hay relación entre inversión y resultados, o peor, esta relación va en detrimento de quienes menos tienen.

PISA es uno de esos espejos en los que no se quiere mirar el Departamento de Educación del Gobierno vasco, aunque por sus características de informe internacional, está obligado a hacerlo. Como tampoco quiere verse reflejado en otras evaluaciones, incluso en las organizadas por él mismo, por lo que retrasa injustificadamente su publicación. Sólo hay una razón: que le devuelve una imagen altamente imperfecta que no quiere afrontar. Y así la educación de nuestros estudiantes no mejorará.

El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, de su nombre en inglés) evalúa los conocimientos y habilidades de estudiantes de 15 años en tres competencias especialmente: matemáticas, ciencias y lectura. Pocos de los 81 países participantes en esta última edición, retrasada un año por la epidemia de la COVID-19, han mejorado sus resultados. Una tónica general de la que no se sustrae Europa, España y la mayoría de sus comunidades autónomas, entre ellas Euskadi. Caso grave el vasco, ya que el profundo descenso registrado excede a los efectos de la pandemia y revela un declive continuado y persistente que se alarga desde hace diez años.

Examinando la variación de resultados desde cuando Euskadi se incorpora a esta evaluación internacional hace diez años, se observa que los rendimientos del alumnado vasco son los terceros que más caen en matemáticas, los segundos que más bajan en lectura y los que más descienden en la competencia científica. En lectura ya es como si hubiésemos perdido un curso completo, y tanto en esta competencia como en la competencia científica nos encontramos incluso por debajo de la media española y de la OCDE.