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Político y socialista (con perdón)

La muerte de Pedro Zerolo, poco menos que en olor de santidad, ha provocado unas reacciones tan unánimes en la sociedad española, que uno llega a sorprenderse. ¿Cómo es posible que el fallecimiento de un político (y, además, socialista) haya desatado -a derecha, izquierda y ultraizquierda- un reconocimiento tan generalizado hacia su persona? ¿Cómo se entiende que un partido del “régimen del 78” y defensor de los de arriba, según terminología al uso de los novísimos, haya tenido entre sus filas a una persona tan excepcional, que ha sido capaz de suscitar la abierta simpatía de los de abajo? Y cuando todos coinciden en afirmar que, con Zerolo, este país ganó en libertad e igualdad, me pregunto si podría hacerse extensiva esta afirmación al partido que, con Rodríguez Zapatero, gobernó España y, además de la puesta en marcha del Sistema de Atención a la Dependencia, nos trajo la Ley de Matrimonio Homosexual.

Tras hacerme éstas y otras preguntas, me ha quedado la duda sobre si el homenaje público que se le ha tributado a Zerolo ha ido dirigido tanto a su persona y a su calidad humana, como a su condición política. Y la duda se acrecienta cuando muchas de las muestras de reconocimiento que hemos escuchado estos días se han visto acompañadas por coletillas que dan a entender que se trataba de un socialista atípico y peculiar. Nadie parece plantearse públicamente que quizá algo bueno, con todos sus defectos, ha podido tener el PSOE, para que en sus filas milite gente tan reconocidamente ejemplar. Por el contrario, quedar a bien con el difunto impone aislarle, rodearle de prevenciones e individualizarle de tal modo, que pueda decirse de él: “Era una bellísima persona, a pesar de ser socialista”.

Mucho me temo que, con Zerolo puede estar ocurriendo el mismo fenómeno que ya ocurrió con Suárez: y es que la muerte de un político de cierta entidad se aproveche, no para reivindicar la política y sus aportaciones, sino para seguir denostándola de otra forma. En España, el político, normalmente desprestigiado en vida, es elevado a los altares del reconocimiento patrio cuando tiene el acierto de morirse. Y siempre es reconocido, no como político, sino, en el mejor de los casos, como político excepcional que lo hace prácticamente único: la excepción que confirma la regla (que entre los políticos, todos iguales, es la del choriceo y el chanchullo).

De modo que seguramente quedará para la memoria colectiva que Pedro Zerolo era un gran tipo que hizo mucho por la igualdad en este país, pero no por ser militante activo del PSOE, sino a pesar de serlo; alguien muy bueno que tuvo la desgracia de tener unos compañeros de filas muy malos. Y así seguiremos hasta que a cualquier otro socialista ilustre se le ocurra morirse, para ser recordado, con emoción y lágrimas como otra nueva excepción por un país que sigue despreciando la política.

La muerte de Pedro Zerolo, poco menos que en olor de santidad, ha provocado unas reacciones tan unánimes en la sociedad española, que uno llega a sorprenderse. ¿Cómo es posible que el fallecimiento de un político (y, además, socialista) haya desatado -a derecha, izquierda y ultraizquierda- un reconocimiento tan generalizado hacia su persona? ¿Cómo se entiende que un partido del “régimen del 78” y defensor de los de arriba, según terminología al uso de los novísimos, haya tenido entre sus filas a una persona tan excepcional, que ha sido capaz de suscitar la abierta simpatía de los de abajo? Y cuando todos coinciden en afirmar que, con Zerolo, este país ganó en libertad e igualdad, me pregunto si podría hacerse extensiva esta afirmación al partido que, con Rodríguez Zapatero, gobernó España y, además de la puesta en marcha del Sistema de Atención a la Dependencia, nos trajo la Ley de Matrimonio Homosexual.

Tras hacerme éstas y otras preguntas, me ha quedado la duda sobre si el homenaje público que se le ha tributado a Zerolo ha ido dirigido tanto a su persona y a su calidad humana, como a su condición política. Y la duda se acrecienta cuando muchas de las muestras de reconocimiento que hemos escuchado estos días se han visto acompañadas por coletillas que dan a entender que se trataba de un socialista atípico y peculiar. Nadie parece plantearse públicamente que quizá algo bueno, con todos sus defectos, ha podido tener el PSOE, para que en sus filas milite gente tan reconocidamente ejemplar. Por el contrario, quedar a bien con el difunto impone aislarle, rodearle de prevenciones e individualizarle de tal modo, que pueda decirse de él: “Era una bellísima persona, a pesar de ser socialista”.