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Lo que predicen las reglas
Hay veces que conviene sacar un poco la cabeza del fragor de la batalla y, en lugar de analizar la realidad desde las preferencias de valor de cada cual, recurrir a la reflexión sobre los problemas concretos desde un punto de vista más desapasionado y técnico. Por ejemplo, pensar sobre el sudoku de cómo hacer un gobierno en España como si fuera tan sólo un juego entre varios actores, que deben ponerse de acuerdo para obtener ese resultado. Para ponerlo en marcha hay que precisar cuáles son las reglas de ese juego, porque las reglas determinan en gran manera la distinta probabilidad de los resultados posibles. Es lo que les propongo hacer en las líneas que siguen acerca del problema real en que están inmersos nuestros partidos políticos a la hora de formar gobierno. Analizarlo como un juego, para lo cual es esencial tener en cuenta las reglas que lo regulan.
Para simplificar, tenemos a cuatro partidos (A, B, C y D) que ocupan sucesivamente un espacio monotónico que va del extremo derecho al izquierdo. Para formar gobierno, dados los votos que posee cada uno, se precisa en primera instancia la conjunción de tres de ellos (mayoría absoluta) o, en segunda votación, que a esa conjunción de dos de los jugadores se una la abstención voluntaria de los otros dos (mayoría relativa).
En nuestro caso, la solución más fácil, que es la conjunción de tres de estos partidos se revela en principio imposible pues cada uno de los jugadores más centrados (B y C) excluye tajantemente compartir gobierno con otro de los extremos (A o B). En nuestro caso, C odia a A, y B es incompatible con D.
En estas condiciones, la solución más probable, en principio, es un gobierno por mayoría relativa de unión de los dos partidos centrales (B y C) puesto que en ellos se encuentra el votante mediano (el que divide exactamente el universo ideológico) y las reglas de la elección social nos dicen que ese votante mediano es el que tiende a imponer sus preferencias. En efecto, tanto A como D estarán en último término dispuestos a abstenerse y permitir como solución menos mala el gobierno de B+C puesto que (de todos los conjuntos de dos) es el que menos alejado se encuentra de sus posiciones particulares. Es un gobierno centrado, preferible siempre a un gobierno que incluya al extremo contrario y por ello se escore hacia éste.
La respuesta se complica, sin embargo, si incorporamos al juego una nueva regla, que es la que establece las condiciones para terminar con el gobierno. En efecto, si la regla para terminar con un gobierno es la misma que para formarlo (mayoría relativa), A y B aceptarán que gobiernen juntos C y D sabiendo que, en último término, pueden derribarlos cuando quieran si no cumplen sus expectativas, y volver así a la situación inicial.
Pero aquí es donde la cuestión se complica, pues la regla constitucional española sobre cómo se puede provocar la caída de un gobierno es fuertemente asimétrica con respecto a la regla que se usa para investirlo. En concreto, resulta que para derribar a ese gobierno de B+C sería necesario que A y D no sólo se pusieran de acuerdo en derribarlo, sino que tendrían que ponerse de acuerdo en un nuevo gobierno alternativo formado por ellos (moción de censura constructiva). Vamos, que la regla de entrada (actual) es menos exigente que la de salida (futura).
En estas condiciones, la predicción del comportamiento actual cambia mucho: porque A y D difícilmente permitirán con su abstención que se forme un gobierno de B+C sabiendo que, una vez investido, ya no van a poder derribarlo y que va a seguir en el poder por mucho que a ambos les disguste su futuro comportamiento. Es un riesgo muy elevado al que difícilmente accederán. La regla de salida, aunque hipotética y lejana, acaba por influir fuertemente sobre el juego de entrada, hasta el punto de alterar su normal funcionamiento y hacer muy improbable que A y D toleren un gobierno de B+C.
En estas condiciones, el único resultado aceptable para los jugadores del extremo del arco es el de un gobierno a tres, que incluya alternativamente a alguno de ellos dos en su composición: es decir, o bien A+B+C o bien B+C+D. Es la única composición que garantiza a los extremos control suficiente del futuro gobierno. Es la solución más difícil políticamente, pero es la que predicen las reglas combinadas de entrada y salida.
Y si no hay forma de hacer una mayoría que incluya tanto al centro como a uno de los extremos, la predicción es que los jugadores darán por terminado el juego y pedirán nuevo reparto de cartas.
Hay veces que conviene sacar un poco la cabeza del fragor de la batalla y, en lugar de analizar la realidad desde las preferencias de valor de cada cual, recurrir a la reflexión sobre los problemas concretos desde un punto de vista más desapasionado y técnico. Por ejemplo, pensar sobre el sudoku de cómo hacer un gobierno en España como si fuera tan sólo un juego entre varios actores, que deben ponerse de acuerdo para obtener ese resultado. Para ponerlo en marcha hay que precisar cuáles son las reglas de ese juego, porque las reglas determinan en gran manera la distinta probabilidad de los resultados posibles. Es lo que les propongo hacer en las líneas que siguen acerca del problema real en que están inmersos nuestros partidos políticos a la hora de formar gobierno. Analizarlo como un juego, para lo cual es esencial tener en cuenta las reglas que lo regulan.
Para simplificar, tenemos a cuatro partidos (A, B, C y D) que ocupan sucesivamente un espacio monotónico que va del extremo derecho al izquierdo. Para formar gobierno, dados los votos que posee cada uno, se precisa en primera instancia la conjunción de tres de ellos (mayoría absoluta) o, en segunda votación, que a esa conjunción de dos de los jugadores se una la abstención voluntaria de los otros dos (mayoría relativa).