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Nuestra principal amenaza es la inseguridad climática
“Ser científico es ser un ingenuo. Nos obcecamos tanto en discutir la verdad que olvidamos que muy pocos quieran que lo hagamos. Pero la verdad siempre está ahí, la veamos o no, la elijamos o no.
A la verdad no le importa lo que necesitamos, no le importan los gobiernos, ni las ideologías, ni las religiones… (La verdad) nos esperará eternamente, y este es le regalo de Chernóbil. Antes tenía el precio de la verdad, ahora solo me pregunto, cuál es el precio de la mentira“.
Este es el legado que Valery Legasov, científico que participó en la comisión de investigación del accidente de Chernóbil, dejó antes de suicidarse dos años después del desastre nuclear.
Los cerca de 50.000 habitantes de Prípiat, la población situada a solo tres kilómetros de la planta, fueron evacuados 36 horas después del accidente. Durante las siguientes semanas se procedió a la evacuación de 67.000 personas que vivían en todo el perímetro contaminado y los efectos de la radiación. Los efectos psicológicos derivados del accidente siguen haciendo estragos 38 años después provocando numerosos casos de suicidio, problemas de alcoholismo y casos de depresión.
El 26 de abril de 1986 se priorizó ocultar la tragedia frente a alertar a una población que en muchos casos desconocía la existencia de una central nuclear junto a sus casas y mucho más el impacto y dimensión de la tragedia.
Los bulos, la desinformación, las mentiras son hoy un arma que nos deja desprotegidos como sociedad ante una catástrofe. Son elementos que pretenden distorsionar la realidad para priorizar intereses partidistas y que dejan a la población indefensa y sin capacidad para poder tomar decisiones dirigidas a la prevención.
La emergencia climática es una evidencia científica, una verdad que la ciencia lleva años discutiendo y alertando. Sin embargo, no es una alerta que suene en nuestros móviles.
Al contario, vivimos enganchados a nuestros dispositivos, mirando videos en Instagram o leyendo menajes que nos llegan por WhatsApp sin ser consientes de que en ellos se libra una batalla, una guerra cultural polarizante en un tema como es la crisis climática. Una crisis que al igual que una enfermedad nos afecta a todas las personas por igual y que sin embargo algunos han decidido que prefieren mantenerlo como caballo de batalla pese a que eso suponga desproteger a la sociedad.
Que el pasado 29 de octubre la alerta por DANA no sonara a tiempo en los teléfonos de los 1,8 millones de personas de los 75 municipios afectados en la provincia de Valencia, no solo está sujeta a la incompetencia declarada de sus gobernantes. Tiene que ver con esa disonancia cognitiva que sufren quienes de repente tienen que aceptar que el cambio climático es una verdad que está ahí y que no se puede tapar.
El precio de la mentira tiene nombres y apellidos, pero también constata que no tomar medidas ante las consecuencias del cambio climático pone en riesgo la seguridad de las personas. Nadie puede negar ya la existencia de la crisis climática, no porque esa verdad nos la cuente la ciencia, sino porque no hay nada más empírico que sufrirlo en nuestras propias carnes.
Los gases de efecto invernadero son los principales causantes del calentamiento y los automóviles a motor generan el 60% de esa contaminación. No los vemos, no los sentimos y pocas veces los olemos, pero como la verdad, están ahí y no hacer nada nos desprotege. Porque las mentiras no nos aseguran la salud, nos desprotegen y generan desigualdad entre iguales.
Ahora sólo necesitamos que quienes gobiernan sepan tomar medidas que protejan nuestra salud, nuestras vidas, nuestras ciudades, nuestro campo, nuestra economía… porque en esta guerra todas las personas estamos en el mismo bando y nuestra principal amenaza es la inseguridad climática.
“Ser científico es ser un ingenuo. Nos obcecamos tanto en discutir la verdad que olvidamos que muy pocos quieran que lo hagamos. Pero la verdad siempre está ahí, la veamos o no, la elijamos o no.
A la verdad no le importa lo que necesitamos, no le importan los gobiernos, ni las ideologías, ni las religiones… (La verdad) nos esperará eternamente, y este es le regalo de Chernóbil. Antes tenía el precio de la verdad, ahora solo me pregunto, cuál es el precio de la mentira“.