Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Radiografía
La fe más intensa y más extendida en este siglo es la servidumbre. Somos obedientes. Mucho más obedientes de lo que lo fueron nuestros antepasados. Mediocres y obedientes. Por eso seguramente todos tenemos un coche, un teléfono móvil, un ordenador portátil, una cuenta de correo en Internet, deudas contraídas con el banco y amores de telenovela o pornográficos; dependiendo esto de cuál sea nuestra inclinación a la hora de elegir una película con la que distraer las solitarias sobremesas del lluvioso invierno que, como suele ser habitual, comienza en estos navideños días de diciembre...
Nada hay tan inmutable como este mes. Nada. El resto de los meses, menos el tórrido agosto, tienden a diluirse en la mediocridad de unos días rutinarios que por lo general tiene mucho de naderías, madrugones, esclavitudes impuestas, disgustos, derrotas y una fatiga provocada por las muchísimas malas noticias que son retransmitidas o aparecen impresas en los diferentes medios de comunicación.
Nunca ha habido una radiografía exacta de este mes, el mes de diciembre, que no este condicionada por la religión. Pero, bueno, habiendo nacido en España, con perdón, uno desde la cuna ha de hacerse a la idea de que la religión católica además de marcarnos para el resto de nuestros días con el pecado original ha sido dispuesta desde el principio de los tiempos para impregnarlo todo con su sacro santa doctrina. No solo el trágico paisaje de nuestra geografía sino también nuestras costumbres, nuestras voluntades, nuestros discursos políticos, nuestras guerras civiles y hasta la manera que tenemos de relacionarnos con todos los sexos que nos son contrarios.
Este mes, gracias a la santísima trinidad, es un mes de fiestas. Los que no somos calvinistas ni entusiastas del trabajo celebramos este mes como si de una recompensa bíblica se tratara. No por su marcado sentido religioso. Tampoco por toda esa retórica hueca de los buenos deseos y las otras muchas sandeces que se escuchan, sino porque durante estos festivos días, disfrutando de una saludable holgazanería, percibimos con una inusual claridad que el problema de nuestra sociedad tiene su origen en una filosofía de la vida según la cual nuestra existencia ha de ser una competición productiva en la que solo el vencedor merece respeto, provocando que la mayoría de los habitantes de este planeta se dediquen al cultivo exagerado de su voluntad a expensas de su sensibilidad y de su inteligencia y porque, además, todas estas celebraciones religiosas tienen una única virtud. La virtud de distraernos durante unas cuantas horas, unos cuantos días o unas cuantas semanas, entre copas de champagne, villancicos, petardos, cabalgatas de los Reyes Magos y langostinos congelados, de tantos crímenes, tanta corrupción, tantos insultos, tanto tedio laboral, tanta televisión basura y tantas declaraciones políticas que, por lo general, no son promulgadas por hombres de buena voluntad sino más bien por dirigentes estúpidos, políticos dementes, burócratas codiciosos, funcionarios imbéciles o caudillos chiflados que son, a fin de cuentas, los que casi siempre nos han gobernado a lo largo de la historia...
La fe más intensa y más extendida en este siglo es la servidumbre. Somos obedientes. Mucho más obedientes de lo que lo fueron nuestros antepasados. Mediocres y obedientes. Por eso seguramente todos tenemos un coche, un teléfono móvil, un ordenador portátil, una cuenta de correo en Internet, deudas contraídas con el banco y amores de telenovela o pornográficos; dependiendo esto de cuál sea nuestra inclinación a la hora de elegir una película con la que distraer las solitarias sobremesas del lluvioso invierno que, como suele ser habitual, comienza en estos navideños días de diciembre...
Nada hay tan inmutable como este mes. Nada. El resto de los meses, menos el tórrido agosto, tienden a diluirse en la mediocridad de unos días rutinarios que por lo general tiene mucho de naderías, madrugones, esclavitudes impuestas, disgustos, derrotas y una fatiga provocada por las muchísimas malas noticias que son retransmitidas o aparecen impresas en los diferentes medios de comunicación.