Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Redondo, un profesional
Iván Redondo es un profesional de la consultoría política. Alguien que vende sus conocimientos y su experiencia a quien pueda y quiera pagárselos. No es un representante político. No fue elegido por los ciudadanos por unas determinadas ideas expuestas previamente a la sociedad; no lo une ningún contrato a esta, por lo que no está en la obligación de rendir cuentas ante ella. Su función es asesorar al representante político o institucional que lo contrate y tratar de —analizando el mercado electoral, el panorama político, las encuestas y las características y las potencialidades de su cliente— cumplir los objetivos marcados: incrementar el número de votos obtenidos, mejorar la imagen de su cliente ante la sociedad, pulir a un líder, perfeccionar su política de comunicación, lograr una alcaldía o hacerse con el gobierno. Lógicamente no a cualquier precio, pero aquí cada cual tiene sus límites, como en el resto de profesiones.
En el pasado ayudó a Xavier García Albiol, candidato del PP, a lograr la alcaldía de Badalona, cosa que finalmente alcanzó con una campaña con tintes xenófobos que logró convencer y atraer el voto de un número considerable de residentes en Badalona. En el caso de Pedro Sánchez, lo contrató con un primer objetivo: llegar a la Moncloa. Y se obró el milagro. Pedro Sánchez lo contrató como profesional de la consultoría política y, visto sus antecedentes, sin tener en cuenta sus principios o sus ideas, irrelevantes para lo que se pretendía. Es más, incluso es posible que el hecho de carecer de ideas o principios o saber dejarlos al margen de su labor profesional animara a Pedro Sánchez a hacerse con sus servicios. Y se juntaron el hambre y las ganas de comer.
Sus ideas personales no importan. Son irrelevantes. Y no importa tanto que Iván Redondo tenga pocos o muchos escrúpulos sino que el presidente del Gobierno no los tenga en absoluto
Los políticos son (o deberían ser) ciudadanos comprometidos que, en un momento determinado, deciden involucrarse en los asuntos públicos, afiliarse a un partido político, militar activamente en él y, llegado el caso, formar parte de sus listas electorales (si finalmente se lo ofrecen) para defender en las instituciones las ideas del partido al que representan. Si logran ser cargos representativos del partido o cargos públicos, deben explicar sus principios, sus ideas o sus propuestas. Y, en caso de que las incumplan, rendir cuentas por ello. Los ciudadanos, a través de las distintas citas electorales, y los periodistas, esenciales para dejar en evidencia o retratar al político que traiciona las ideas que dijo que defendería, a través de su crítica periodística, sus columnas, sus análisis y sus entrevistas. Si el político de turno tiene habilidad bastante o razones de peso que justifiquen su cambio de criterio o la imposibilidad de lograr lo que prometió, podrá dar las explicaciones solicitadas e incluso salir indemne. Si está preparado para ello, lo tendrá más fácil.
Los partidos políticos, los representantes de los partidos políticos y los cargos públicos necesitan el asesoramiento de un profesional de la consultoría política. No para darles la razón o dorarles la píldora sino para, desde fuera y en base a sus conocimientos objetivos, saber corregirlo, aconsejarlo y guiarlo. El político necesita a alguien que, desde fuera, le diga toda la verdad que no ven los más sectarios o no se atreven a verbalizar los más afines. Quien decide y el último responsable de sus decisiones es el representante político, no el profesional encargado de su asesoramiento. En general, las ideas que pueda tener el profesional son irrelevantes. Como profesionales que son, se adaptan. Al político no imponen tanto sus ideas como su estrategia y la forma de comunicarse con el público objetivo. Todo esto con los límites que la democracia impone: fundamentalmente, cumplimiento estricto de la legalidad vigente y defensa de ideas democráticas, ya que algunas ni son democráticas ni, por lo tanto, son respetables (bajar o subir impuestos es perfectamente legal y democrático; sin embargo, atentar contra los derechos de la mujer o suprimir el derecho a voto de los negros no lo es en absoluto).
El político necesita a alguien que, desde fuera, le diga toda la verdad que no ven los más sectarios o no se atreven a verbalizar los más afines. Quien decide y el último responsable de sus decisiones es el representante político, no el profesional
Teniendo en cuenta, por tanto, estos límites, el profesional de la consultoría política asesora a su cliente en base a sus conocimientos técnicos, su experiencia, los datos que maneja, la información de la que dispone, su intuición y su inteligencia. Es por ello que hay consultorías políticas que prestan servicios a distintos partidos políticos, a distintos cargos públicos de distintos partidos o a distintas instituciones en manos de diferentes partidos políticos. Todo esto es lo que Iván Redondo debería haber explicado a Jordi Évole. Y este, haber entendido que sus ideas nos importan más bien poco, ya que no fue elegido por los ciudadanos. Jordi Évole insistió sin embargo por ahí y estuvo bien para conocerlo mejor y comentarlo después, pero nada más.
Iván Redondo, por su parte, no fue a la entrevista con los deberes hechos. Si hubiera tenido un asesor, ay, se lo habría explicado. En demasiadas ocasiones Iván Redondo no sabía qué responder: si lo que él pensaba realmente, si lo que se supone que se esperaba de él o si aquello que no le impidiera tener nuevos clientes en el futuro. Un lío. Deslizar que Iván Redondo piensa como su cliente Albiol o como su cliente Sánchez es no entender de qué va la cosa. O contraponer una cosa con la otra buscando contradicciones. Es posible que Iván Redondo no defienda ni una cosa ni la otra. O que incluso no sepa realmente qué defiende. Y, desde luego, no nos importa. No antepone sus ideas políticas a su carrera profesional. Los consultores políticos se sienten más cómodos con aquellos con los que comparten ideas, pero no es necesario que así sea. Y no suele ser.
El éxito de Iván Redondo fue ayudar a Pedro Sánchez a llegar a la Moncloa (como años antes hacer a Albiol alcalde de Badalona). Cumplió el objetivo por el que se le contrató. Y después lo asesoró a la hora de tomar decisiones de las que el único responsable es Pedro Sánchez; o, en todo caso, el gobierno de España en su conjunto.
Sus ideas personales no importan. Son irrelevantes. Y no importa tanto que Iván Redondo tenga pocos o muchos escrúpulos sino que el presidente del Gobierno no los tenga en absoluto.
Iván Redondo es un profesional de la consultoría política. Alguien que vende sus conocimientos y su experiencia a quien pueda y quiera pagárselos. No es un representante político. No fue elegido por los ciudadanos por unas determinadas ideas expuestas previamente a la sociedad; no lo une ningún contrato a esta, por lo que no está en la obligación de rendir cuentas ante ella. Su función es asesorar al representante político o institucional que lo contrate y tratar de —analizando el mercado electoral, el panorama político, las encuestas y las características y las potencialidades de su cliente— cumplir los objetivos marcados: incrementar el número de votos obtenidos, mejorar la imagen de su cliente ante la sociedad, pulir a un líder, perfeccionar su política de comunicación, lograr una alcaldía o hacerse con el gobierno. Lógicamente no a cualquier precio, pero aquí cada cual tiene sus límites, como en el resto de profesiones.
En el pasado ayudó a Xavier García Albiol, candidato del PP, a lograr la alcaldía de Badalona, cosa que finalmente alcanzó con una campaña con tintes xenófobos que logró convencer y atraer el voto de un número considerable de residentes en Badalona. En el caso de Pedro Sánchez, lo contrató con un primer objetivo: llegar a la Moncloa. Y se obró el milagro. Pedro Sánchez lo contrató como profesional de la consultoría política y, visto sus antecedentes, sin tener en cuenta sus principios o sus ideas, irrelevantes para lo que se pretendía. Es más, incluso es posible que el hecho de carecer de ideas o principios o saber dejarlos al margen de su labor profesional animara a Pedro Sánchez a hacerse con sus servicios. Y se juntaron el hambre y las ganas de comer.