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Opinión - El polvorín mundial y la pluralidad informativa. Por Rosa María Artal

Un respiro frente a la guerra

Asociación Chernobil Elkartea —

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Un portazo. El paso de una avioneta. Los fuegos artificiales. Un tractor. Estos sonidos eran sinónimo de algarabía, de vacaciones, de descanso para algunos niños y niñas de Ucrania hasta hace dos años. Ahora ya no.

“Shasha es un niño tranquilo y alegre -contaba hace unos días Maite, que se estrenó como ama de acogida el pasado verano-, eso sí, un día se levantó y, asustado, cerró todas las persianas de la casa. Yo le expliqué que no, que era mejor levantarlas porque hacía un día precioso y así entraba el sol”.

La anécdota de Shasha no es aislada. Esta situación, y similares, se repiten de forma frecuente entre las familias de acogida de nuestra asociación desde hace algo más de dos años. Y no, tampoco es una mera anécdota. Este comportamiento es un reflejo del daño callado que está provocando la guerra de Ucrania en los niños y niñas de ese país. Porque la guerra son explosiones, drones cruzando el cielo, cortes de luz y gas, hambre, heridas, muerte… Pero también es tensión, miedo, incertidumbre, la duda de “si eso que suena explotará sobre nuestras cabezas”, “por qué ama llora tanto”, o la pregunta reiterada de si aita volverá algún día a casa. 

Hace más de 30 años que nuestra asociación, la asociación Chernobil Elkartea, promueve la acogida temporal de menores afectados por el desastre nuclear más grave de la historia. Un accidente que va a camino de cumplir su 39.º aniversario y cuya fecha, quién nos lo iba a decir, casi ya ni rememoramos.

Hasta la invasión rusa, trabajábamos con el único objetivo de intentar dar un futuro mejor a niños y niñas que están débiles por la radiación y una alimentación deficiente, y que viven en familias empobrecidas porque en su entorno no hay lugar para el desarrollo social ni económico. Una dieta saludable, el sol, aire limpio y distracciones (poder disfrutar de su infancia) eran más que suficientes para que, tras pocos veranos en nuestro entorno, crecieran como personas adultas sanas. Pero ahora ya no.

Estos niños y niñas necesitan ahora más abrazos, más cariño. Necesitan que les expliquen que esos cohetes del cielo son para divertirnos, que ese uniforme es para trabajar y que volveremos en unas horas, que es normal que nos sobrevuelen aviones. Pero, ante todo, necesitan que alguien les explique que la guerra no es cosa de niños, que no es su responsabilidad. Y por ello, ahora más que nunca, seguimos necesitando familias de acogida. 

Por este motivo, la campaña del Programa de Acogida de este próximo curso vuelve a pedir colaboración para poder dar un respiro para estos niñas y niños. Porque, como recuerda, en Ucrania “hoy ha vuelto a sonar la alarma antiaérea”. Hoy ha sonado, lo hizo ayer y volverá a sonar mañana, rompiendo una rutina que no existe hace tiempo. Porque las clases se suspenden cada pocas semanas, porque no hay lecciones en los colegios que no tienen refugio y porque cuando suena esa maldita sirena, sí, hoy de nuevo, hay que permanecer encerrados en casa, sin siquiera poder jugar en la calle. 

A la preocupación por la salud física de los niños y niñas del entorno de Chernóbil, en Ucrania, sumamos ahora la preocupación por su salud mental. Es el motivo por el que nos hemos sentido apelados por el Día Mundial de la Salud Mental, este 10 de octubre. Porque estos menores son los ciudadanos de la Ucrania del futuro, quienes tendrán que levantar el país cuando esta maldita guerra termine.

Un portazo. El paso de una avioneta. Los fuegos artificiales. Un tractor. Estos sonidos eran sinónimo de algarabía, de vacaciones, de descanso para algunos niños y niñas de Ucrania hasta hace dos años. Ahora ya no.

“Shasha es un niño tranquilo y alegre -contaba hace unos días Maite, que se estrenó como ama de acogida el pasado verano-, eso sí, un día se levantó y, asustado, cerró todas las persianas de la casa. Yo le expliqué que no, que era mejor levantarlas porque hacía un día precioso y así entraba el sol”.