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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Semillas voladoras

Obra de María Cueto en su exposición “Semillas voladoras”

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“Semillas voladoras” es el título de la exposición de la artista María Cueto que desde el pasado 27 de junio y hasta el próximo 15 de septiembre se puede visitar en el Centro de Recursos Ambientales de Donostia-San Sebastián (parque Cristina Enea). Y, concretamente, dentro de las actividades relacionadas con la citada exposición, el pasado 20 de julio participé en la mesa redonda “Arte y Naturaleza”, en compañía de Rita Unzurrunzaga, de la galería Ekain, el gestor cultural Santi Eraso, y la propia María Cueto. 

La artista María Cueto, asturiana pero afincada desde hace unos cuantos años en la localidad guipuzcoana de Berastegi, lleva varios años utilizado para su obra gran variedad de elementos vegetales (hojas, ramas, musgos, hierbas), y hoy en día emplea cada vez más las semillas, que le sirven de permanente inspiración, además de lo interesantes que le resultan por su durabilidad, su diversidad y riqueza de formas, y, por ser, a su vez contenedoras y promesa de vida. La obra de María Cueto y el título de la exposición “Semillas voladoras”, me da paso a hacer algunas reflexiones sobre la importancia de las semillas en el planeta Tierra y qué estamos haciendo con la naturaleza.

Si queremos hablar de lo que ha sido la historia de las plantas para conocer su evolución biológica, es obligado comenzar por las primeras plantas terrestres como los musgos y líquenes, que nacieron hace ya más de 500 millones de años, y que se reproducían a través de esporas.

Después, se dio una gran transformación con la aparición de las plantas vasculares como los helechos, llegando hasta el desarrollo de una mayor complejidad que se observa en las plantas con flores, que se reproducen a través de las semillas.

Las semillas nos proporcionan un sinfín de cosas, aunque desgraciadamente van desapareciendo de forma acelerada en los últimos tiempos, empobreciendo la vida, reduciendo la biodiversidad, afectando a todos los seres vivos, las plantas, los animales y los seres humanos. Por ejemplo, a pesar de ser la base del sistema alimentario, el modelo industrial ha fomentado la concentración de semillas en manos de pocas empresas y la desaparición de muchas de ellas, en aras de la productividad.

La Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el año 2020 publicó la primera evaluación de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura que reveló la grave escala global y multidimensional de la pérdida de variedades y especies cultivadas y silvestres. Más del 80% de las variedades de semillas cultivadas hace un siglo se han perdido para siempre.

Hace ya muchos años que se utilizaban los bancos de semillas. En el Neolítico se empezaron a guardar semillas. En muchas escuelas, por citar algún ejemplo, no hace tantos años, en los pueblos, más bien rurales, existían semilleros, ahora hay que ver en los medios de comunicación como una cosa extraordinaria el Banco de Semillas de Svalbard en Noruega, que funciona como la caja de seguridad de un banco, pero para semillas, al que no le quiero restar importancia, ni mucho menos.

Se trata de un depósito donde resguardar un ejemplar de cada semilla existente en los bancos genéticos de todos los países para ser replicada en caso de desaparición a causa de catástrofes naturales, conflictos bélicos u otro tipo de calamidades. Y, es que, de las semillas, dependemos muchísimo. Si hay un empobrecimiento de las semillas se está matando la biodiversidad, las aves, los pájaros, los insectos, ...Las semillas son las que mantienen la vida en el planeta, los alimentos dependen de ellas, la salud y muchas más cosas. Cuanta más diversidad de semillas haya, mejor nos irá.

¿Qué sucedería si no hubiera semillas? ¿Qué sucedería si no hubiera insectos polinizadores para garantizar la multiplicación de la vida?, cabe preguntarse. Es para reflexionar. Aquí, citaría a las abejas, entre otros animales polinizadores. Como señala el histórico informe de 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), “los textos sagrados sobre las abejas en todas las principales religiones del mundo destacan su importancia para las sociedades humanas a lo largo de milenios”.

Y, ¿qué estamos haciendo con la naturaleza? Uno de los referentes de la ecología del siglo XX, Ramón Margalef, al que le conocí en las Jornadas Zumardi que se celebraban en mi pueblo natal, Tolosa, denunciaba que “el hombre se veía frente a la Naturaleza sentado como un rey, explotándola y dirigiéndola sin formar parte de ella”. ¿La razón? Según este biólogo, nos desagrada pensar que nuestra vida se halla unida a otras en un destino común vinculado al de la Tierra, en un complejo mecanismo de ataduras íntimas. Cabe citar también al premio Nobel de Química, Paul Crutzen, que si hace veinte años propuso el término antropoceno para nombrar la actual época geológica marcada por la incidencia de la actividad humana en el planeta, hoy define mejor la realidad el nombre Idioceno, del griego idiotes, entendiendo por tal quien con su actitud hace que nos dirijamos hacia el colapso climático ecológico.

Mucho se ha hablado por parte de los botánicos y científicos en general, de la importancia del mundo vegetal, y en muchos casos a las plantas se les relacionan con la capacidad de sentimiento, de inteligencia, o incluso de otorgarles derechos. Quizá en estas atribuciones podemos tener opiniones diferentes, aunque creo que estaremos de acuerdo en que debemos de mostrarnos agradecidos con el mundo vegetal y reconocer que nuestra vida depende de él. Sin las plantas, no existiríamos. 

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