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¿Soberanismo y de izquierdas? ¡Venga ya!

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Parecía, en nuestro anterior proceso electoral, que EH Bildu se había vuelto socialdemócrata. De hecho llegó a admitir que las urgencias de la sociedad vasca marchaban por derroteros distintos a los identitarios. Los problemas de la sanidad y la educación se hallaban en el centro de todos sus discursos; hasta el punto de que sus máximos dirigentes no sabían cómo encajaba en ellos su ansia soberanista, una especie de compañía molesta con la que era inevitable cumplir, pero que había que mantener en sordina para impedir que incordiara demasiado. Arnaldo Otegi hasta se inventó la posibilidad de rebajar la reivindicación soberanista, transitando políticamente por “situaciones intermedias”.

Era la crónica de un espejismo anunciado. Tras los comicios, una vez comprobados sus espectaculares resultados electorales, la autodenominada izquierda abertzale se ha venido arriba, volviendo a lo de siempre: a su prioridad absoluta, que no es otra que la “transformación nacional” de Euskadi y la acumulación de fuerzas nacionalistas. Sus objetivos sociales de campaña han quedado, así, como algo subordinado al objetivo principal: que es la obtención de la “soberanía vasca” como corresponde a una “identidad nacional diferenciada”. ¡Nada que no hayamos visto ya bajo el cielo abertzale de Euskadi!

Hemos vuelto, pues, al mantra inicial de Arnaldo Otegi: “La izquierda vasca será soberanista o no será”. Y en eso parece estar Pello Otxandiano, a juzgar por su intervención, como candidato a lehendakari, en el reciente debate de investidura. Y yo me sigo preguntando qué tiene que ver la izquierda con una obsesión soberanista que nunca ha formado parte de su patrimonio y que en el entorno europeo en que nos movemos no está en boca de las fuerzas progresistas, sino en la de las de la extrema derecha de Le Pen, Meloni, Alternativa para Alemania, Orban, Farage y todo ese conjunto de líderes y movimientos inquietantes que se han propuesto romper con la unidad de Europa y con todo lo que Europa aún representa como referencia mundial en la defensa de los valores democráticos y de los derechos políticos y sociales de los pueblos.

Y, más allá de Europa, estamos viendo lo que dan de sí tantas soberanías nacionales (Rusia, Irán, Arabia Saudí, Corea…) con creciente y peligrosa influencia en el panorama internacional. Yo, si he de ser sincero, prefiero, vivir en una Euskadi autonómica, con mis derechos democráticos en regla, que en países que se toman abundantes “libertades nacionales” que nada tienen que ver con las libertades y derechos de ciudadanos reducidos a la condición de súbditos.  

Aquí, en Euskadi, los empeños soberanistas —cuando ETA mataba para “liberar a Euskadi— no nos han aportado los mejores años de nuestra vida. Mientras la izquierda vasca de siempre (léase Partido Socialista) promovía el entendimiento político entre diferentes y la construcción de la Euskadi social (Osakidetza, Sistema Educativo, Ley de Vivienda…), una organización terrorista decidía qué vascos podían seguir viviendo o tenían que morir, en función de la mayor o menor aceptación de una determinada causa nacional. Fue lo que, de manera eufemística, Pello Otxandiano ha dado en llamar el ”anterior ciclo político“. Aquel en que se dio por muerta la legalidad estatutaria y hubo intentos de sustituirla desde el Gobierno vasco por sucesivos planes del lehendakari Ibarretxe que nadie hoy, ni siquiera el PNV, echa de menos. Una época, pues, en que las obsesiones nacionalistas monopolizaron abusivamente el debate político, marginando los problemas reales de la ciudadanía vasca.

No parece, pues, razonable albergar la más mínima nostalgia por esa época nefasta. Aunque lo razonable no parece abundar en el espacio del radicalismo abertzale. Prueba de su falta de lógica es que quien nos ha venido anunciando que ahora estamos en otro ciclo político, ha sido también el que puso, en el debate de investidura, especial empeño en volver al ciclo anterior: al de los “tiempos de Lizarra”, al de los “derechos nacionales” y al del “legado de Ibarretxe”. Con lo que ha costado situar la agenda social en la primera fila de la política vasca, y ahora viene Pello Otxandiano a decirnos que hay que poner el foco en nuestro nuevo “estatus jurídico-político”. Para que sigamos en el raca-raca del Euskotema. ¿Y qué pinta la izquierda vasca, la de siempre, en todo este verdadero planazo?

Parecía, en nuestro anterior proceso electoral, que EH Bildu se había vuelto socialdemócrata. De hecho llegó a admitir que las urgencias de la sociedad vasca marchaban por derroteros distintos a los identitarios. Los problemas de la sanidad y la educación se hallaban en el centro de todos sus discursos; hasta el punto de que sus máximos dirigentes no sabían cómo encajaba en ellos su ansia soberanista, una especie de compañía molesta con la que era inevitable cumplir, pero que había que mantener en sordina para impedir que incordiara demasiado. Arnaldo Otegi hasta se inventó la posibilidad de rebajar la reivindicación soberanista, transitando políticamente por “situaciones intermedias”.

Era la crónica de un espejismo anunciado. Tras los comicios, una vez comprobados sus espectaculares resultados electorales, la autodenominada izquierda abertzale se ha venido arriba, volviendo a lo de siempre: a su prioridad absoluta, que no es otra que la “transformación nacional” de Euskadi y la acumulación de fuerzas nacionalistas. Sus objetivos sociales de campaña han quedado, así, como algo subordinado al objetivo principal: que es la obtención de la “soberanía vasca” como corresponde a una “identidad nacional diferenciada”. ¡Nada que no hayamos visto ya bajo el cielo abertzale de Euskadi!