Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Social democracia
Una vez pasadas las fiestas navideñas el mundo vuelve a discurrir en su vertiente más común y cotidiana, que es precisamente lo primero que se sacrifica en estas fiestas. Las bombillas se descuelgan de los árboles. Los nacimientos se retiran. Los abetos artificiales se guardan en los armarios trasteros y así, poco a poco, los adornos navideños van desapareciendo de nuestras vidas del mismo modo que las felicitaciones navideñas desaparecen de los buzones para dar paso de nuevo a las facturas, los extractos bancarios, las multas, las recomendaciones urbanas y los folletos publicitarios.
Casi siempre entramos en estas festividades con la intención de no sucumbir a su término, con el vago propósito de no perdernos finalmente en un melancólico laberinto de recuerdos borrosos, paquetes deshechos, deseos frustrados, despedidas, viajes de regreso y demás distancias. Pero lo cierto es que ahora, en la memoria, ya solo quedan restos de las celebraciones lo mismo que en las bandejas de algunos frigoríficos aún quedan lonchas de jamón desperdigadas junto a pequeños racimos de uvas, latas de paté, tartas desmigadas, trozos de turrón, botellas descorchadas y langostinos sobrantes...
Nunca resulta fácil reencontrarse de nuevo con la rutina. En estos días, muchos de nosotros tenemos que hacer un pequeño esfuerzo mental para recordar quienes somos, para percibir, de nuevo, el material del que realmente estamos hechos. Por eso, tras el paréntesis navideño, no parece que esté de más detenerse un instante frente el espejo tratando no solo de certificar el nuevo volumen adquirido por nuestro cuerpo sino también de reconocerse, de nuevo, en alguna de nuestras certezas. Un servidor, por ejemplo, por hablar de alguien de quien tengo algún conocimiento aunque sea mínimo, es una persona plenamente convencida de que los grandes beneficiados de la crisis catalana son los periodistas catalanes que tan buen rendimiento económico le están sacando y que siendo España, con perdón, un país de localistas - Josep Pla decía que también somos un país de hambrientos, onanistas y perturbados - aún no hemos entendido bien que somos los ciudadanos los que tenemos derechos, cada vez menos, eso sí, no los territorios.
Nuestra izquierda política, por ejemplo, parece que aún no ha comprendido que los nacionalismos, todos, incluso los que se adornan con tirabuzones en el pelo, arco iris en las pancartas, porros colgando de la comisura de los labios, canciones de Bob Marley en los mitines y estribillos de Lluis Llach entonados en pretendidas juergas patrióticas, son profundamente contrarios al humanismo del que se deriva la social democracia entendida esta como una visión del mundo que rechaza las supersticiones, las pseudociencias y los fanatismos. En resumidas cuentas una social democracia que rechaza todo aquello que se constituye con el único propósito de diferenciarse de los demás mediante una religión propia, una raza, una patria, una lengua o una manera particular de estar en el mundo mientras, distraidamente, se cocinan coles de Bruselas, se menosprecia a quienes no comulgan con nuestros mandamientos identitarios o se enarbolan banderas en los balcones de Madrid, en los batzokis del País Vasco o a las puertas de la cárcel de Extremera.
Una vez pasadas las fiestas navideñas el mundo vuelve a discurrir en su vertiente más común y cotidiana, que es precisamente lo primero que se sacrifica en estas fiestas. Las bombillas se descuelgan de los árboles. Los nacimientos se retiran. Los abetos artificiales se guardan en los armarios trasteros y así, poco a poco, los adornos navideños van desapareciendo de nuestras vidas del mismo modo que las felicitaciones navideñas desaparecen de los buzones para dar paso de nuevo a las facturas, los extractos bancarios, las multas, las recomendaciones urbanas y los folletos publicitarios.
Casi siempre entramos en estas festividades con la intención de no sucumbir a su término, con el vago propósito de no perdernos finalmente en un melancólico laberinto de recuerdos borrosos, paquetes deshechos, deseos frustrados, despedidas, viajes de regreso y demás distancias. Pero lo cierto es que ahora, en la memoria, ya solo quedan restos de las celebraciones lo mismo que en las bandejas de algunos frigoríficos aún quedan lonchas de jamón desperdigadas junto a pequeños racimos de uvas, latas de paté, tartas desmigadas, trozos de turrón, botellas descorchadas y langostinos sobrantes...