Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
A Sortu no le gusta la democracia
A los que no vivieron los tiempos de ETA en los que esta organización terrorista tildaba de “txakurra” a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, incluyendo a la Ertzaintza, quizás les extrañe este tipo de pintadas en batzokis y sedes del PNV, bozales incluidos. ETA se esfumó en 2011, pero no por una reflexión ética, sino, fundamentalmente, tras un inmenso fracaso y por pura estrategia. Perdió la batalla pero mantuvo sus categorías. No lo digo yo, lo han dicho reiteradamente ellos. Y he ahí la madre del cordero de lo que está sucediendo. Se puede pasar de “socializar el sufrimiento” como decían en sus ponencias a “socializar la frustración”, sin mover un músculo, como estrategia de desgaste a un PNV que ven con fijación y gran frustración como el espejo de su fracaso. Su perestroika no pasa por la menor autocrítica ni por una acción inteligente. Las pintadas sobre los perros y su incapacidad de sujetar mínimamente a sus juventudes muestran esa fea cara de unos dirigentes sin la brújula bien imantada. Su acción no pasa por realizar una política seria y civilizada de construcción de un país en crisis sanitaria, sino por poner en primer término las vísceras.
Y digo lo de fracaso. Aquella ETA que nos iba a liberar política y social y militarmente de España como decían, solo sembró desolación. Era el Movimiento de Liberación Nacional Vasco, pero tras un reguero de 835 muertos, secuestrados, extorsionados, enviando fuera del país a centenares de empresarios, intimidando con lo que llamaban el “impuesto revolucionario”, su impotencia terminó en un comunicado con tres encapuchados diciendo como Van Clausewitz que iban a hacer política por otros medios, pero eso sí, sin cambiar de mentalidad ni acabar con una tabla de valores donde no había en la declaración la menor emoción humana y democrática para trabajar en democracia como un sistema de mayorías y de valores, ni mucho menos la asunción como ADN del nuevo proyecto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De todos los derechos para todas las personas.
Su acción no pasa por realizar una política seria y civilizada de construcción de un país en crisis sanitaria, sino por poner en primer término las vísceras
Sortu no es pues una organización democrática al uso y soporta muy mal los modos y costumbres democráticos. Sortu no es pues una organización que considera que la persecución de los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Nicaragua o cualquiera de estos países de su referencia han de ser sometidos a crítica alguna porque al parecer tienen dos varas de medir. La libertad de expresión, las elecciones libres, la economía libre y social de mercado solo lo exigen hemipléjicamente. Cuando son oposición. Cuando les afecta a ellos.
Tenemos pues varios elementos para ir sabiendo qué le pasa a una Bildu que se engulló a EA después de desmovilizarla y después de que sirviera su bandera socialdemócrata e independentista como un señuelo de venta de un producto falso. A los hechos me remito. Una parte de EA, comenzando por su fundador, está en los tribunales. No quieren pasar de compañeros de viaje a tontos útiles. Eso solo nos demuestra el engaño con el que Bildu nació. Ese es otro dato y no el menor.
Paralelamente a esto tenemos el mundo sindical que actúa como un auténtico contrapoder. Lo de sus cúpulas, y lo dicen, no es la defensa de los trabajadores, asistir a las mesas de concertación o ir a huelgas reivindicativas. Lo de ellos es ejercer un contrapoder sindical de desgaste que sin presentarse abiertamente a las elecciones actúan en clave de erosión gubernamental. La huelga por la huelga, la primavera roja, el llevar a los tribunales a la sanidad vasca en época de pandemia y la confrontación por la confrontación en estrecha sintonía con una IA que cree tiene que llegar a gobernar Euskadi cuanto antes, sin saber que los cementerios están repletos de gentes impacientes y con valores muy relativos.
A este coctel añádasele el poner en cuestión lo que llaman “el régimen del 78”. Nunca lo aceptarán porque su “régimen del 78” y programa de acción fue acabar con el menor atisbo de transición democrática en el estado español. Dueños absolutos del dogma todos los demás éramos unos tibios que mendigábamos migajas, las mismas migajas que reivindican ahora ellos sin tener el menos interés en reconocer el daño causado a una sociedad y sin querer reconocer absolutamente nada de lo hecho por los demás. Me pasé treinta años yendo y viniendo a Madrid con la música de fondo de un coro que nos afeaba nuestra supuesta pusilanimidad.
Para colmo el PNV y el PSE lograron hace un año, tras unas elecciones que nunca quisieron Bildu y Podemos, la mayoría absoluta en una época dura de incertidumbre, de pandemia, de muerte, desolación y tensión y, en lugar de hacer una oposición constructiva, argumentada, con alternativas viables, la estrategia ha sido poner palos en las ruedas, exagerar hasta lo inverosímil fallas lógicas en una situación inédita, pedir dimisiones, acusar con el dedo por todo, decir que las pintadas de sus chicos se quitan con acetona, tratar de debilitar a una institución como la Ertzaintza y celebrar con cohetes el regreso a casa de sus presos porque nunca admitirán que su acción, además de delictiva, fue un rotundo fracaso. Ante eso y para no reconocerlo organizan con flores esos recibimientos humillantes para las víctimas, no entendiendo, o no queriendo entender, que algo así denota una calidad humana deleznable.
Finalmente, hay que poner en el punto de mira al PNV y al lehendakari porque su enemigo, que no adversario, no es un Podemos que actúa como ellos, ni un PSE con el que aspiran a gobernar, ni un PP inexistente, sino, vuelvo a repetir, al espejo de su fracaso, el EAJ-PNV, creyendo que al decir que “el mito de la buena gestión del PNV se desmorona” tiene la suficiente credibilidad para servir de ariete, entrar en la fortaleza y lograr la tan deseada y necesaria joya de la corona como entrar en una Ajuria Enea a la que tildaron en su día de la caseta del perro del doberman madrileño.
No se busque en el PNV ni un cambio de estrategia, ni hacer cosas que no ha hecho en cuarenta años. Solo lamentar la pérdida de tiempo y esfuerzo que supone tener una oposición político-sindical de tierra quemada, de amnésicos y de gentes que siguen pensando con sus hechos, que el fin justifica todos los medios, sean o no lícitos y creíbles.
Eso, en dos platos, es lo que está pasando. No busquemos más patas al gato.
A los que no vivieron los tiempos de ETA en los que esta organización terrorista tildaba de “txakurra” a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, incluyendo a la Ertzaintza, quizás les extrañe este tipo de pintadas en batzokis y sedes del PNV, bozales incluidos. ETA se esfumó en 2011, pero no por una reflexión ética, sino, fundamentalmente, tras un inmenso fracaso y por pura estrategia. Perdió la batalla pero mantuvo sus categorías. No lo digo yo, lo han dicho reiteradamente ellos. Y he ahí la madre del cordero de lo que está sucediendo. Se puede pasar de “socializar el sufrimiento” como decían en sus ponencias a “socializar la frustración”, sin mover un músculo, como estrategia de desgaste a un PNV que ven con fijación y gran frustración como el espejo de su fracaso. Su perestroika no pasa por la menor autocrítica ni por una acción inteligente. Las pintadas sobre los perros y su incapacidad de sujetar mínimamente a sus juventudes muestran esa fea cara de unos dirigentes sin la brújula bien imantada. Su acción no pasa por realizar una política seria y civilizada de construcción de un país en crisis sanitaria, sino por poner en primer término las vísceras.
Y digo lo de fracaso. Aquella ETA que nos iba a liberar política y social y militarmente de España como decían, solo sembró desolación. Era el Movimiento de Liberación Nacional Vasco, pero tras un reguero de 835 muertos, secuestrados, extorsionados, enviando fuera del país a centenares de empresarios, intimidando con lo que llamaban el “impuesto revolucionario”, su impotencia terminó en un comunicado con tres encapuchados diciendo como Van Clausewitz que iban a hacer política por otros medios, pero eso sí, sin cambiar de mentalidad ni acabar con una tabla de valores donde no había en la declaración la menor emoción humana y democrática para trabajar en democracia como un sistema de mayorías y de valores, ni mucho menos la asunción como ADN del nuevo proyecto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De todos los derechos para todas las personas.