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Tiempo de monstruos
Parece un momento idóneo para recordar una de las ideas más difundidas del político italiano Antonio Gramsci, apuntada en relación con la aparición del fascismo. El señaló que “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos”.
Un siglo después de esas palabras el mundo se debate en un tiempo no de claroscuros, sino directamente de oscuros, de monstruos. Israel ha desatado lo que el sionismo podría definir como la ira divina contra el pueblo palestino y practica un genocidio que se parece más al apocalipsis bíblico. Mientras, el mundo asiste a una masacre televisada y contada por quien la ejecuta, que ya se ha convertido en una segunda Nakba palestina. Es decir, se repite la catástrofe vivida en 1948 cuando Israel arrasó cientos de aldeas y expulsó de sus tierras a cientos de miles de personas, obligándoles en gran medida a concentrarse en Gaza y Cisjordania, o dispersarse por el planeta. Hoy, esta segunda Nakba parece dirigirse a una expulsión explícita de Gaza de los supervivientes que queden tras el genocidio en curso. Y mientras, los dirigentes europeos y norteamericanos se miran el ombligo y aplauden y alimentan nuevos monstruos, como el sionista, al justificar y permitir esta brutal agresión. Embestida inhumana de uno de los mayores y más preparados ejércitos del mundo contra un pueblo que no tiene refugio posible en el campo de concentración que hoy es Gaza, convertido ya en uno de los mayores cementerios de la historia.
Se habla del derecho de Israel a defenderse, mientras se niegan todos al pueblo palestino; se habla de que en algún momento habrá que sentarse en una conferencia de paz, mientras se desata la guerra criminal y se cuentan por miles los muertos.
Por otra parte, al otro lado del océano, pero inmersos en el mismo tiempo de monstruos, las recientes elecciones en Argentina colocan al frente del país a un ultraliberal. Una gran parte del mundo tiene pocas dudas sobre algunos de los calificativos dados a Javier Milei en relación con su salud mental y sus ideas políticas, pero asiste atónito a su elección por el pueblo argentino y, en gran medida, no le encuentra explicación. En paralelo, todas las derechas y extremas derechas del mundo se muestran alborozadas por la elección, aunque en determinados círculos reconocen que es muy posible que Argentina camine hacia el abismo.
Quizá una de las explicaciones a esta nueva realidad en América Latina, Europa o Israel reside en entender que el fracaso del neoliberalismo ha alumbrado y abierto la senda a sus hijos bastardos, llámense ultraderecha, neofascismo o anarcocapitalismo. Las políticas neoliberales supusieron, entre otras, el arrinconamiento de muchas de las funciones del Estado hasta limitarlo, en gran medida, a encargarse de aprobar las leyes necesarias para su expansión y a administrar aquellas políticas que los mercados (las élites económicas) dictaban. Esto se tradujo en privatizaciones de sectores estratégicos y de aquellos otros que, siendo del ámbito social, se podían convertir también en negocio. Consecuencia directa de todo ello la concentración de la riqueza en una minoría, mientras se producen los recortes, y consiguiente deterioro, en todos los escenarios que deben de proveer bienestar social y vida digna a las grandes mayorías. Pero esas políticas pronto se demostraron fracasadas y el libertinaje de los mercados y la ambición sin medida por multiplicar la acumulación de riqueza provoca toda una sucesión de crisis económicas mundiales que evidencian la inviabilidad del neoliberalismo.
Toda esta situación genera frustración y agotamiento en las mayorías y desde ahí se desprenden y amplifican postulados como aquellos que hablan del fin de la política, del desapego de la gente, del “todos son iguales”, o hay que acabar con la casta. Y en este último calificativo se incluirá no solo a los gobernantes o dirigentes políticos de la derecha tradicional, sino también a gran parte de un centro izquierda que rápidamente tomó para si el orden neoliberal. Esa aparente izquierda asume, de forma ortodoxa o maquillada, las recetas neoliberales y cuando el modelo fracasa se ve también arrastrada a la descalificación, colaborando así en la puesta de alfombra roja al ultraliberalismo, ultraderecha o neofascismo. Momento ideal para generar nuevos tiempos de monstruos.
Pero este tiempo no es consecuencia de la aparición de liderazgos incontrolables, excéntricos, populistas. Ese es el ropaje con el que la misma derrota del orden neoliberal pretende adornar y alargar su tiempo. Bolsonaro en Brasil, Meloni en Italia, Trump en Estados Unidos o Milei en Argentina no son sino los últimos y más duros representantes del final del neoliberalismo, ahora renombrado con otros apelativos. Milei habla de dolarizar la economía argentina, cuando el dólar está en su momento de máxima debilidad desde que se impuso como centro de la economía después de la II Guerra Mundial. Propone clausurar el Banco Central como instancia reguladora, así como privatizar la totalidad de las empresas públicas, incluyendo la salud y la educación, o realizar un recorte gigante del gasto público, afectando directamente incluso al ejercicio de los derechos humanos. Se puede decir también que Milei aborrece la existencia del Estado como salvaguarda del bienestar social y de la economía, aunque va a ser su máximo representante, y deja por ello todo en manos de los mercados. Esto cuando a Argentina, de alguna forma, se le puede denominar como el país de la eterna crisis económica y lo que necesita es precisamente medidas desde el Estado para afrontar y resolver las múltiples necesidades de su población, derechos incluidos.
Y a todo ello, ya sea en Argentina, Italia, estado español, Israel, Francia o Estados Unidos, se suman con alegría infinita las derechas tradicionales. Porque las élites políticas y económicas conservadoras y centristas siempre que vieron en la historia peligrar sus intereses y privilegios apostaron, sin duda alguna, por monstruos autoritarios, se denominen fascismo, anarcocapitalismo o ultraliberalismo.
Parece un momento idóneo para recordar una de las ideas más difundidas del político italiano Antonio Gramsci, apuntada en relación con la aparición del fascismo. El señaló que “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos”.
Un siglo después de esas palabras el mundo se debate en un tiempo no de claroscuros, sino directamente de oscuros, de monstruos. Israel ha desatado lo que el sionismo podría definir como la ira divina contra el pueblo palestino y practica un genocidio que se parece más al apocalipsis bíblico. Mientras, el mundo asiste a una masacre televisada y contada por quien la ejecuta, que ya se ha convertido en una segunda Nakba palestina. Es decir, se repite la catástrofe vivida en 1948 cuando Israel arrasó cientos de aldeas y expulsó de sus tierras a cientos de miles de personas, obligándoles en gran medida a concentrarse en Gaza y Cisjordania, o dispersarse por el planeta. Hoy, esta segunda Nakba parece dirigirse a una expulsión explícita de Gaza de los supervivientes que queden tras el genocidio en curso. Y mientras, los dirigentes europeos y norteamericanos se miran el ombligo y aplauden y alimentan nuevos monstruos, como el sionista, al justificar y permitir esta brutal agresión. Embestida inhumana de uno de los mayores y más preparados ejércitos del mundo contra un pueblo que no tiene refugio posible en el campo de concentración que hoy es Gaza, convertido ya en uno de los mayores cementerios de la historia.