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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Tiempos inciertos

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Ahora que, al parecer, no hay ninguna Revolución pendiente que nos urja cumplir, aunque sean tantos los problemas que nos agobian. Ahora que las ideologías han dejado de ser un servicio para los ciudadanos o un código de actuación para quienes nos gobiernan desde las Instituciones o Gobiernos. Ahora que los partidos políticos no dudan en dejar a un lado a las ideologías en que dicen sustentarse, y a las que dicen deberse, para instalarse obscenamente en el poder y, de ese modo, llevar la voz cantante aunque traicionen buena parte de los principios éticos en los que, como papagayos, pregonan que se apoyan… Ahora que ocurre todo esto, la provisionalidad se ha instalado en nuestras vidas de tal modo que la Política —es decir “el arte de gobernar a los pueblos, y a quienes los ocupan que son los ciudadanos”— prefiere mandar, mejor que gobernar, prefiere perdurar, aunque no se note demasiado, que intervenir y arriesgarse. El ejercicio de gobernar va abandonando las ideologías paulatinamente según sea la conveniencia de quien ostente el Gobierno, aunque para ello sea necesario abandonar en los archivos ya herrumbrosos de la Historia lo que los ideólogos fueron construyendo para ponerlo en el frontispicio de las ideologías y de los partidos políticos que, al parecer, son sus depositarios.

Ahora mismo a los partidos, de cualquier ámbito (regional o nacional), les obsesiona el poder. No solo les preocupa llegar al poder y ejercerlo, lo cual es lógico y normal, sino que les obsesiona hasta tal punto que están dispuestos a gobernar con altanería tan vil que bien poco se parece lo que pregonan o hacen cuando están en el Gobierno en relación con las propuestas que mostraron a los ciudadanos para que les votaran. Y bien, todos sabemos que un programa electoral contiene medidas que requerirían mayorías aplastantes para que pudieran ser aplicadas en su totalidad, pero suele ocurrir con excesiva frecuencia que un programa electoral llega a convertirse en una barrera incluso para el partido político que lo ha propuesto porque, como anuncia el dicho o refrán popular “no es lo mismo predicar que dar trigo”. Vivimos en un tiempo enrevesado, muy difícil de programar y, por tanto, igual de difícil de interpretar.

Alcanzar una mayoría electoral, que es lo que se debe perseguir cuando se es fiel a un compromiso social y político, puede conseguirse de distintos modos, y son precisamente las diferentes maneras de lograr el poder las que convierten el ejercicio de gobernar en un arte noble, un compromiso indiscutible o una chapuza. Vivimos una época en que las ideologías clásicas están siendo cuestionadas, pero los grupos que han venido a sustituirlas, -que no a recuperarlas-, adolecen de una falta total de ideología o ideario, lideradas por atrevidos “pseudolíderes” que, a las primeras de cambio, abandonan las naves y se integran en las estructuras capitalistas que decían aborrecer y pretendían domeñar. Léase Rivera, de Ciudadanos, o Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, que no dudan en impartir doctrinas, exponer ideas y mostrar comportamientos en los medios de comunicación, después de haber abandonado sus respectivas naves en el proceloso mar de la Política a las primaras de cambio, a la menor dificultad.

Y, sin embargo, la Política es tan necesaria como imprescindible. Los viejos ideólogos necesitaban que pasaran algunas generaciones para convertirse en leyendas. Actualmente, amoldan sus ideas a aquellos modos que, previamente, han comprobado que la gente acoge y digiere con mayor facilidad. Es muy cierto que las ideologías antiguas no se han modernizado lo suficiente, pero lo es también que los políticos y los gobernantes han abandonado el didactismo y el didacticismo para no impacientar ni incomodar a los ciudadanos, para no exigirles el más mínimo esfuerzo superfluo, ni hacerles responsables de construir una sociedad tan desigual e injusta como esta en la que vivimos ahora mismo. ¿Por qué luchan las formaciones políticas: por el poder o por el gobierno? Son dos —Poder y Gobierno— instrumentos imprescindibles para conformar una sociedad justa… Y no resulta fácil dar preferencia a uno de los dos. ¿Se trata de “poder para gobernar”, o de “gobernar para poder”?... O la Política recupera su esencia y la cordura, y educa a los ciudadanos, o se va a quedar en un mero instrumento para ejercer el poder y el dominio, lo cual constituye un riesgo tan antidemocrático como inmoral.

Ahora que, al parecer, no hay ninguna Revolución pendiente que nos urja cumplir, aunque sean tantos los problemas que nos agobian. Ahora que las ideologías han dejado de ser un servicio para los ciudadanos o un código de actuación para quienes nos gobiernan desde las Instituciones o Gobiernos. Ahora que los partidos políticos no dudan en dejar a un lado a las ideologías en que dicen sustentarse, y a las que dicen deberse, para instalarse obscenamente en el poder y, de ese modo, llevar la voz cantante aunque traicionen buena parte de los principios éticos en los que, como papagayos, pregonan que se apoyan… Ahora que ocurre todo esto, la provisionalidad se ha instalado en nuestras vidas de tal modo que la Política —es decir “el arte de gobernar a los pueblos, y a quienes los ocupan que son los ciudadanos”— prefiere mandar, mejor que gobernar, prefiere perdurar, aunque no se note demasiado, que intervenir y arriesgarse. El ejercicio de gobernar va abandonando las ideologías paulatinamente según sea la conveniencia de quien ostente el Gobierno, aunque para ello sea necesario abandonar en los archivos ya herrumbrosos de la Historia lo que los ideólogos fueron construyendo para ponerlo en el frontispicio de las ideologías y de los partidos políticos que, al parecer, son sus depositarios.

Ahora mismo a los partidos, de cualquier ámbito (regional o nacional), les obsesiona el poder. No solo les preocupa llegar al poder y ejercerlo, lo cual es lógico y normal, sino que les obsesiona hasta tal punto que están dispuestos a gobernar con altanería tan vil que bien poco se parece lo que pregonan o hacen cuando están en el Gobierno en relación con las propuestas que mostraron a los ciudadanos para que les votaran. Y bien, todos sabemos que un programa electoral contiene medidas que requerirían mayorías aplastantes para que pudieran ser aplicadas en su totalidad, pero suele ocurrir con excesiva frecuencia que un programa electoral llega a convertirse en una barrera incluso para el partido político que lo ha propuesto porque, como anuncia el dicho o refrán popular “no es lo mismo predicar que dar trigo”. Vivimos en un tiempo enrevesado, muy difícil de programar y, por tanto, igual de difícil de interpretar.