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Vidas ejemplares hechas con alcornoque (tercera parte): los calzoncillos dentro pero las ideas fuera

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Me encantan las películas de vaqueros con el bueno, el malo, el feo, la chica guapa, caballos, cuatreros, salón con mucho whisky, más humo que en una Sanjuanada y un duelo a revólver en la arenosa calle principal. Y, si actúa John Wayne, me muero del gusto. Y al final, “The End”.

Pero esa imagen del bueno con su mano en la cartuchera, sus pantalones en su sitio y su ceñido chaleco se cae al suelo en esa escena clásica a la orilla del río donde el bueno está lavando la ropa incluyendo esos calzoncillos largos, rosas y flojos. Le quita solemnidad y épica al personaje. Horrible, sí. Para colmo, si tiene a su lado al viejo amigo con una rama entre los dientes y, asimismo en calzoncillos, el mundo se me cae al suelo. Prefiero en este caso la imagen del bueno fuera, elegante, y con la pistola a punto de disparar. Igual viene de ver estas escenas la expresión de que los trapos sucios se lavan dentro de casa.

A mediados de junio, concretamente el día 18, Txema Montero, al final de un brillante y comentadísimo artículo, venía decir algo así: “Nunca me ha convencido eso de que los trapos sucios se lavan en casa cuando de política se trata”. Y es que, en una sociedad abierta, la política debe ser igualmente abierta, bien sea la política interna de un partido (con las naturales reservas para no convertirla en un gallinero), como la política institucional. “La transparencia no es ni debe ser un slogan, es una obligación democrática y una necesidad para una política eficiente”.

Totalmente de acuerdo con Txema Montero, que le da toda una lección de sindéresis democrática al señor Ortuzar y a las señoras Atutxa y Sacristán (perdón, Araneta, ya que se cambió el orden del apellido y anda diciendo que no se irá de su “burukidato” sin llevar a más de uno a los tribunales internos que, como es más que sabido, los componen amigos de la casa).

Pues sí, acierta Montero pues un partido con auriculares en la calle es básico mientras que un partido con esa escucha inactiva del gurú Barandiaran resulta estar del todo desconectado de la acera, de la sociedad a la que representan. Y, menos como actualmente, donde los representantes de la militancia (la dura y la blanda) acude a las asambleas a aplaudir, perdiendo contacto con la realidad. Como he comentado en alguna ocasión, algo así le ocurrió a la señora Atutxa cuando, consecutivamente, impuso dos candidaturas perdedoras para el Athletic Club desconociendo el ABC del fútbol y de una masa social plural que ni gusta de los tutelajes tipo Cruela de Ville.

A este cogollo de poderosos a los que no les gusta la confrontación de ideas sino el control del aparato se le ha unido Oriol Junqueras, líder de ERC. A diferencia del PNV, donde todos aplauden, desde el president Aragonés hasta Marta Rovira y pesos pesados de ERC le han enseñado la puerta de salida. Y, públicamente, le piden que se vaya como hizo Yolanda Diaz como coordinadora de Sumar antes de que se lo dijeran. Pero, curiosamente, dos mandarines (Junqueras y Ortuzar), lo que realmente quieren es que desaparezca lo digital del pensamiento propio y se convierta todo en analógico a pedales, es decir, exactamente lo contrario de lo que dijo el de San Fuentes que iba a hacer ante la sociedad blandengue… Que se deje de digitales y opine en casa.

Pero poco o nada se puede hacer bajo la atenta mirada de los miembros de la nomenklatura mirándoles fijamente a la cara por si tienen alguna veleidad de pensamiento propio porque, como dice el refrán, “Donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”. Sabio dicho popular, de los que tanto le gustan a Koldo Mediavilla, que subraya la importancia de la diversidad de pensamiento y la crítica constructiva en la toma de decisiones (y el desarrollo de ideas) destacando que la unanimidad en el pensamiento puede llevar a la falta de reflexión y análisis.

Pues eso… Que desde el mismo Alderdi Eguna del próximo 29 de septiembre se convocará la Asamblea General a seis meses vista. Es lo que tiene el Loctite así que, lo que iba a ser en enero, ya va a ser en marzo porque -Ortuzar dixit- no hay elecciones a la vista. ¿Seguro que no hay elecciones a la vista? No tengo yo eso tan claro, pero, en cualquier caso, mejor que no las haya. En primer lugar, por el bien de todo el mundo y, en segundo lugar, porque unos que yo sé harían coincidir su Asamblea General con el Olentzero.

En lugar de conjeturar, es mucho más práctico, simple y sencillo pillar una silla y esperar, lógicamente, sentados. No vaya a ser que nos volvamos a herniar.

Me encantan las películas de vaqueros con el bueno, el malo, el feo, la chica guapa, caballos, cuatreros, salón con mucho whisky, más humo que en una Sanjuanada y un duelo a revólver en la arenosa calle principal. Y, si actúa John Wayne, me muero del gusto. Y al final, “The End”.

Pero esa imagen del bueno con su mano en la cartuchera, sus pantalones en su sitio y su ceñido chaleco se cae al suelo en esa escena clásica a la orilla del río donde el bueno está lavando la ropa incluyendo esos calzoncillos largos, rosas y flojos. Le quita solemnidad y épica al personaje. Horrible, sí. Para colmo, si tiene a su lado al viejo amigo con una rama entre los dientes y, asimismo en calzoncillos, el mundo se me cae al suelo. Prefiero en este caso la imagen del bueno fuera, elegante, y con la pistola a punto de disparar. Igual viene de ver estas escenas la expresión de que los trapos sucios se lavan dentro de casa.