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Quien no vota no sale en la foto

Santiago (y cierra España) Abascal lo tiene claro. Y empieza la carrera electoral proclamando, con plena autoridad: “España ha sido más fuerte que sus enemigos”. Porque España no es una España auténtica, si no tiene un enemigo contra quien luchar y a quien escarmentar. Que es Cataluña, como sabe todo “español de bien”. Y como lo sabe Pablo Casado, que, en perfecta sintonía con el jefe de la ultraderecha, ha puesto de relieve cuál es la alternativa que se le ofrece al país: o diálogo con Torra (con Sánchez) o aplicación, (con el PP en el Gobierno) del artículo 155 a Cataluña; que es lo que, por otra parte, quiere el delegado en Cataluña del señor de Waterloo.

Y ya luego viene Albert Rivera, que “no descarta” un pacto futuro con Vox, como si el pacto andaluz no existiera, ni el líder de Ciudadanos (ante la mirada inquieta de Manuel Valls) no se hubiera sacado la foto en Colón con el jefe del nuevo Movimiento Nacional. Un Movimiento Nacional que ya no es lo que fue en sus días de gloria. El anterior tenía al menos el gancho de la “revolución pendiente”, mientras que el actual no pasa de ser un falangismo vergonzante y neoliberal, sin concesión retórica alguna a las reivindicaciones sociales.

A lo mejor todos ellos tienen razón y es necesario que “España gane” a quienes, según dicen, quieren romperla. Lo que no entiendo bien es por qué para que gane España tiene que perder una mayoría de españoles, que se quedan sin los Presupuestos más sociales que ha tenido este país desde el comienzo de la crisis económica; por qué, para que España siga unida, tienen que mantenerse las políticas de austeridad que la han empobrecido alarmantemente; por qué, en definitiva, España, ¿o la grandeza de España?, le tiene que sentar tan mal a una gran parte de sus habitantes.

No dejo de preguntarme, además, en qué España viven las derechas que quieren “echar” a Sánchez. ¿En qué España vive Pablo Casado, su líder nominal? No lo tengo muy claro; y es muy posible que sea el presidente del PP quien menos claro lo tenga, a juzgar por el muy escaso éxito de sus ocurrencias. Un día dice que la estrategia política del presidente del Gobierno es la de ETA, y le sale Consuelo Ordóñez pidiéndole que no manosee a las víctimas del terrorismo. Al siguiente, basa el futuro del sistema de pensiones en cargarse la Ley del Aborto y, en vista de cómo se acoge su propuesta, asegura que no tiene intención de volverla a tocar en toda la campaña electoral. Y ahora nos habla de su gran “revolución fiscal”, que consiste en que “el dinero de los españoles se quede en el bolsillo de los españoles”. Se entiende que en el bolsillo de los que tengan dinero que guardar.

¿Y los que no lo tengan o tengan lo justito? ¿Son o no son españoles de bien? Porque resulta que, para que España gane, como aseguran las derechas, los jubilados tienen que seguir abonando el copago farmacéutico; y las personas afectadas por situaciones de dependencia no verán aumentadas (en un 60 %) las prestaciones que preveían los Presupuestos arrumbados; y los desempleados de más de 52 años se quedarán, igualmente, sin los subsidios presupuestariamente previstos; y a las mujeres se les retirará la subida en la financiación de planes contra la violencia de género; y a los niños afectados por la pobreza se les negarán los recursos que el Gobierno del “okupa” Sánchez les iba a proporcionar; y a las parejas se les arrebatará la ampliación a ocho semanas del permiso de paternidad… Y lo mismo va a ocurrir con tantos colectivos sociales afectados por la “victoria nacional” de Ciudadanos, PP y Vox.

¿Forman todos ellos parte de los enemigos de España? A juzgar por la épica que la derecha le ha echado a la derrota del Gobierno de Sánchez en el debate sobre Presupuestos, no cabría albergar duda alguna. Pero no parece ser éste el mejor de los reclamos electorales; aunque sólo sea porque, hasta que no se legalice el voto de los robots, quien deposita el voto en las urnas no es otro que el ciudadano vulgar y corriente (además de doliente y cabreado). Y me da que ese ciudadano va a tener muy escasas razones para votar a quienes escamotean sus derechos y tratan de cargarse el Estado de bienestar. Y seguro que tendrá bastantes más para dar su voto a quien aseguró que “algunas derrotas parlamentarias pueden convertirse en victorias sociales”.

Sobre todo, teniendo en cuenta que, tras el triunfo de la “España unida” en Andalucía, empiezan a soplar con fuerza los suspiros de España. Los que se lamentan de que, gracias a que 700.000 votantes de izquierda se quedaron en casa en las elecciones andaluzas, sea la derecha más involucionista la que gobierne su Comunidad. Visto lo visto, no parece que esté el ambiente como para que quienes han podido ver las orejas al lobo opten por refugiarse en la abstención. A veces es verdad que “la letra con sangre entra”. Y el ejemplo andaluz, si algo revela es que quien no vota no sale en la foto.

Santiago (y cierra España) Abascal lo tiene claro. Y empieza la carrera electoral proclamando, con plena autoridad: “España ha sido más fuerte que sus enemigos”. Porque España no es una España auténtica, si no tiene un enemigo contra quien luchar y a quien escarmentar. Que es Cataluña, como sabe todo “español de bien”. Y como lo sabe Pablo Casado, que, en perfecta sintonía con el jefe de la ultraderecha, ha puesto de relieve cuál es la alternativa que se le ofrece al país: o diálogo con Torra (con Sánchez) o aplicación, (con el PP en el Gobierno) del artículo 155 a Cataluña; que es lo que, por otra parte, quiere el delegado en Cataluña del señor de Waterloo.

Y ya luego viene Albert Rivera, que “no descarta” un pacto futuro con Vox, como si el pacto andaluz no existiera, ni el líder de Ciudadanos (ante la mirada inquieta de Manuel Valls) no se hubiera sacado la foto en Colón con el jefe del nuevo Movimiento Nacional. Un Movimiento Nacional que ya no es lo que fue en sus días de gloria. El anterior tenía al menos el gancho de la “revolución pendiente”, mientras que el actual no pasa de ser un falangismo vergonzante y neoliberal, sin concesión retórica alguna a las reivindicaciones sociales.