'Voces para ver. Testimonios de violencia contra la mujeres, una injusticia normalizada' es un libro que recoge las historias comunes de dolor de las mujeres víctimas de malos tratos. El libro ha sido editado por el Departamento de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación de Bizkaia.
No supe ver
Nunca hubiera imaginado que se pudiera dejar de existir en vida hasta que comprobé que eso fue exactamente lo que le pasó a Garbiñe, mi mejor amiga. Ella y yo entramos en el colegio a la vez. Las dos estudiamos lo mismo y las dos empezamos a trabajar inmediatamente en la misma empresa de Erandio. Aunque ella tenía muchas hermanas con las que se llevaba muy bien -era una familia muy unida-, Garbi y yo éramos, fuimos, durante muchos años como uña y carne. No había secretos entre nosotras y cuando el amor empezó a llamar a nuestra puerta, no existía intimidad de la una que no la compartiera con la otra. Los domingos en el baile de la plaza sabíamos exactamente dónde teníamos que ubicarnos o por dónde pasear para que la una o la otra se dejara ver por el chico que más le gustaba. Con aquellos poderosos 15 años, nos dijimos que aquella amistad jamás se rompería. Nos prometimos el ramo de boda de la primera en casarse, amadrinamientos de nuestros primeros hijos, vacaciones en familia todos juntos... Parecía como si nuestras vidas sólo pudieran crecer a partir de un tronco común que formábamos las dos juntas.
Siempre teníamos gente muy cerca, la familia, la cuadrilla de amigas, compañeras del colegio… con quienes disfrutábamos de la vida, pero ‘nuestros secretos’ sólo eran compartidos entre nosotras con una complicidad que es posible que no volviéramos a tener con nadie el resto de nuestra existencia. Unos años más tarde, conocimos a Edu. Estábamos a un disco-bar celebrando los 23 años que cumplía una amiga de la cuadri. Garbi y yo nos acercamos a la barra y allí coincidimos con él. Era un tío muy guapo y se ganaba a la gente. Nos invitó a la consumición y, a modo de despedida, nos deleitó con una seductora sonrisa y un cómplice guiño de ojo. Edu era un poco mayor que nosotras y que los chicos con los que solíamos vernos y su madurez no hacía sino añadirle más encanto aún. Iba bien vestido, tenía un coche potente, etc. y, además, era evidente que controlaba la situación, el entorno, los tiempos... El fin de semana siguiente, volvimos al mismo disco-bar y se dirigió a nosotras con confianza y seguridad, como si fuéramos antiguas amigas. Nos recibió con dos besos y enseguida se prestó a pedir en la barra lo que quisiéramos tomar. Venía con otro chico que parecía más su ‘comparsero’ que un verdadero amigo. El pobre hablaba poco. Bueno, nunca llegamos a saber si habría hablado en caso de que hubiera tenido opción de pronunciar algo más que monosílabos acompañantes del discurso de Edu. En algún momento me fui al baño y, cuando volví, me di perfecta cuenta de que Garbi estaba abducida. No podía ser tan rápido, pero parecía que se había enamorado. Tenía una mirada que no había visto antes y era incapaz de cambiar la sonrisa permanente que se le había instalado en la cara.
Por su parte, Edu estaba exultante y el despliegue de sus encantos iba en aumento según pasaba la noche. Ya a cierta hora, decidí retirarme y Garbi se sumó a la iniciativa, aunque era evidente que su deseo era que nunca terminara aquella noche. Huelga decir que Edu nos acercó en su flamante Audi hasta casa. No se le escapaba ni un detalle.
Enseguida se hicieron novios y, como es lógico, tuve que empezar a compartir con Edu, el tiempo con Garbi. Como mandan los cánones de un noviazgo clásico, los jueves y los fines de semana, Edu y Garbi quedaban y paseaban formalmente su compromiso por todo el pueblo. Un año y dos meses después, se casaron. Fui a la boda y, tal y como nos habíamos prometido, me entregó su ramo. Nunca la había visto tan feliz. Habría hecho cualquier cosa para que aquello no cambiara nunca para ella.
Tras el baile de los novios, la gente empezó a ocupar la pista y, en un momento dado, Edu se acercó a mí y pidió que bailara con él. Entonces, me dijo:
- A partir de ahora, me toca a mí cuidar de Garbi. - Y espero que lo hagas muy bien. Si no... Nos reímos y no le di más importancia al comentario, pero ahora creo que no supe entender lo que aquello significaba. Pasaron los días y ya estaba impaciente porque volvieran de Italia. Quería saber con pelos y señales todo y disfrutar como siempre de nuestra complicidad. Les fui a buscar al aeropuerto y subí a su casa. Me estuvieron contando todo lo que habían visto, el tiempo que les había hecho, las comidas novedosas que habían degustado… Se les veía felices. No era el momento para nosotras, así que me marché y le dije a Garbi que le llamaría un día de esos. Y así fue, quedamos poco después y me hizo partícipe de la felicidad que estaba viviendo con Edu. Yo, por mi parte, le informé del máster que empezaba en la Universidad en septiembre. Toda la cuadrilla comentaba lo felices que se les veía siempre. Y, realmente, era así. Un día me llamó salimos a tomar algo. Le noté prácticamente igual que antes, pero… algo ¿distante? Hablamos de ella, de ellos, de su casa, de los muebles nuevos, de los viejos, de las comidas que preparaba que le volvían loco a Edu y, al final de la tarde, me dijo que iba a dejar el curro. - ¡¿Que dejas de trabajar?! ¡Con lo difícil que es encontrar un trabajo fijo como el que tienes! No me lo puedo creer. ¿Por qué? - Mira, Edu no quiere que trabaje fuera de casa. La verdad es que él gana una pasta y no necesitamos mi sueldo. De esta manera, si tenemos hijos que lo estamos intentando, podré dedicarme a ellos que… no creas que es poco, ¿eh? - Ya me lo imagino, Garbi, pero… no te entiendo. Tu trabajo es tu independencia, tu libertad… te costó un montón currártelo… No sé, piénsalo bien antes de… - Ya lo hemos decidido. De hecho, ya lo he comunicado a la empresa. El viernes es mi último día de trabajo. - No sé qué decirte. No entiendo nada. Espero que todo sea para bien… no sé, Garbi, no sé. A partir de entonces, la dejé de ver a diario y, debido a la ampliación de mis estudios, hasta los fines de semana me resultaba difícil quedar con ella. Edu ocupaba cada minuto de su vida. Empezaron a salir con otras parejas -todas provenientes de amistades de Edu- y cada vez se fue alejando más de mí y de toda la 'cuadri'. Las pocas ocasiones que nos veíamos estábamos con Edu o con toda la cuadrilla de parejitas o, ¡por fin!, quedábamos tranquilamente y tras 20 minutos de conversación, sonaba en su móvil una llamada de Edu el omnipresente. Una de esas ocasiones en las que me sumé a esos encuentros de parejas, me incomodó el reparto de posiciones. Ellos estaban en la barra bebiendo, charlando animadamente, a gusto consigo mismos y las mujeres quedamos en una mesita que, enseguida, llenaron de vasos, platos de aceitunas, raciones… ¡Ya estábamos servidas, hala! y, ante aquel abrevadero, pasamos dos horas y veinte minutos. Era evidente que entre los hombres había un vínculo de amistad, pero entre las mujeres el único vínculo de unión era la relación de amistad de sus respectivas parejas. Claro, las conversaciones eran del nivel del tipo de cercanía que tenían entre ellas. Otras veces, me sumaba a los previos de las celebraciones de la familia de Garbi. Ahí, me encontraba mucho mejor porque yo era ‘como de la familia’ y porque estábamos todos mezclados y cambiábamos de interlocutor cada cinco minutos. Sin embargo, Edu era el que no estaba tranquilo en ese ambiente. Necesitaba en exceso que Garbi estuviera pegado a él y, en más de una ocasión, fui testigo de tensas discusiones especialmente con los hermanos mayores. Cuando nació Ainara, fui a Cruces a visitar a Garbi. En aquel momento, estaba sola y, sobre todo, estaba exhausta. Supuse que el parto la había dejado derrotada. Le di un fortísimo abrazo y lloramos juntas de emoción. La niña era preciosa y todo había ido bien, ¿qué más se podía pedir? Me dijo que se alegraba muchísimo que hubiera ido a visitarle, que me echaba de menos, que le encantaría que nos viéramos más, que no olvidaba las promesas que nos habíamos hecho entre las que figuraba que yo sería la madrina de la criatura. Pero cuando llegó el día del bautizo, ni siquiera me invitó. Al parecer, Edu había decidido hacerlo en estricta intimidad porque ‘no es un acto social como una boda, no tiene sentido tanta celebración’. Sólo asistieron los familiares directos. Bueno, casi todos, porque tres hermanos de Garbi decidieron no asistir. Al parecer, algo había pasado entre Edu y ellos. Un día Garbi me llamó para tomar algo. Cuando llegó con la niña al bar donde habíamos quedado, me pareció notar que había perdido fuerza aquella cara de felicidad que solía lucir. Supuse que la maternidad la estaba consumiendo. Le pregunté cómo iba todo y el ‘bien’ que me dio me convenció de lo contrario. Salimos a pasear para hablar más tranquilas. Me contó que hacía dos noches Edu había vuelto a casa de noche muy enfadado. Había discutido con alguien en algún bar y venía encendido. No sabía cómo calmarle. Gritaba insultos contra el individuo del bar y contra el mundo en general. Le pedí que no levantara la voz porque despertaría a la niña y su reacción fue ir al cuarto de la niña y llevar la cuna a la sala para seguir gritando. La niña empezó a llorar. Le pedí que dejara de hacer esas cosas. No le reconocía. Los llantos de la niña y... y yo misma, le encendíamos más y más. Al final, empezó a insultarme a mí y terminé convirtiéndome en la causa de su enfado y el objeto de su ira. Conseguí que me dejara llevar a la niña al cuarto, pero me tuvo así hasta casi las tres de la madrugada: el chillando y yo callada para no molestarle más. Al día siguiente por la mañana me pidió perdón. Se le veía fatal. Estuvo llorando y todo el pobre. Nunca le había visto llorar. Me juró que jamás volvería a pasar nada igual y nos enrollamos. Hacía tiempo que no hacíamos el amor con ese cariño y fue estupendo. Me sorprendió aquel relato y, más, la cara de ‘felicidad’ que me quería ‘vender’ Garbi. ¡Con ese cariño después de estar hasta las tres de la madrugada y de despertar a la niña! No daba crédito al panorama que me ponía delante. Le pregunté si todo iba bien, si la relación con Edu iba bien. Insistí una y otra vez hasta que me dijo que las cosas cambiaban, como es normal, que todo no puede ser de color de rosa como al principio, que ahora con la niña pues que la vida era distinta… Al parecer, desde que quedó embarazada, a Edu se le había cambiado el carácter. Los detalles que tenía con ella fueron disminuyendo. Había dejado de gustarle cómo cocinaba y hasta cómo se vestía o se arreglaba. Los enfados por cuestiones a veces absurdas eran cada vez más frecuentes, pero cuando nació la niña, recuperó un poco la normalidad. Y, palabras textuales “De lo que estoy segura es de que Edu me quiere muchísimo”. No pude evitar preguntarle: - Y lo que me acabas de contar, ¿crees que lo hace alguien que te quiere, que os quiere, mucho? - No lo entiendes. Claro que me quiere y a la niña, ni te cuento, pero a veces, está cansado o nervioso por el trabajo o por algo y… claro… Le recomendé que hablara con él, que no le permitiera volver a hacer nada similar, que pensara en ella y también en su hija... Nos despedimos en la puerta de su casa con un fuerte abrazo. - Ánimo, Garbi, estoy contigo. Un día, me encontré con ella en Eroski y me quedé muy sorprendida de lo delgada que estaba. Siempre había sido fina, pero, ahora, su delgadez era especialmente llamativa. Parecía famélica e, incluso, tenía mala cara. Le di un abrazo y le pregunté a ver qué tal iba todo, a ver si quedábamos porque ya no la veía por ningún sitio… pero ella parecía no estar muy cómoda hablando conmigo. Me entristeció verla así y me prometí llamarla y quedar con ella con más frecuencia, pero no fue fácil. Por mi parte, estaba preocupada y ocupada por los reajustes de personal que estaban haciendo. Tenía que buscar una alternativa. Por su parte, tampoco lo ponía fácil: las dos veces que quedamos las suspendió pocos minutos antes de la cita por distintas razones, todas ellas con cierto tufillo a excusa. Meses más tarde, me salió un trabajo en Madrid. Era una oportunidad para adquirir una experiencia valiosísima y no me lo pensé dos veces. Entonces le llamé a Garbi y le dije que quería quedar para celebrar mi nuevo destino y para despedirme de ella. Esta vez sí apareció, pero sorprendentemente quiso quedar en un bar que estaba a las afueras de Erandio. ¿Nos escondíamos de alguien? Y, a modo de celebración, se pidió una copa de pacharán. - Pero ¡si tú no bebes alcohol! - Bueno, anda, que es tu despedida. Estuvimos hablando más de mí que de ella. En primer lugar, porque yo estaba ‘espitosísima’ con mi cambio de vida y, en segundo lugar, porque me dejó clarísimo, desde el primer momento, que no quería hablar de ella ni de su familia. Cuando ya el alcohol empezó a hacernos su efecto, sentí que volvíamos a ser las mismas de siempre, que estábamos a punto de volver a entrar en aquel mundo de complicidad que habíamos tenido, pero… Edu llamó. Se le oía por el móvil el tono malhumorado y de mal genio que tenía. Garbi se separó y luego me contó que la niña tenía fiebre, así que Garbi volvió a casa. Al despedirnos, me miró a los ojos, su boca dibujó una sonrisa triste y me cogió las manos con una mezcla de firmeza y cariño: - Hasta siempre, Chabe. Me fui a casa antes de lo previsto. No puede evitar que me acompañara un punto de tristeza.. Me resultaba imposible quitarme de la cabeza a Garbi y el estado abatido en que la había encontrado. ¿Dónde había quedado su alegría? Era evidente que algo pasaba. Algo no iba bien. No podía dejar de darle vueltas. Antes de marchar a Madrid, llamé a Nekane, una de sus hermanas, para saber qué pasaba. - En casa estamos preocupados. Garbiñe prácticamente ya no pisa la casa de mis padres. Ni siquiera trae a Ainara para ver a sus abuelos. Es Edu. No quiere que Garbiñe esté con nosotros. ¿Contigo suele quedar? - ¿Conmigo? Muy poco, la verdad. ¿Qué pasa ahí dentro? - No lo sé. Creo que Edu es el que manda y manda mucho. Demasiado. Mi nuevo trabajo y mi nueva vida en Madrid me alejaron mucho de Garbi, de la cuadri, de mis aficiones… de casi todo lo que había sido mi mundo hasta entonces. Un fin de semana, mi hermano aprovechó para visitarme en Madrid. Salimos a comer al ‘económico’ de Lavapiés que tanta gracia me hace. Estuvimos hablando de lo divino y lo humano y, en un momento dado, me habló de Garbi. Me dijo que no la solía ver muy a menudo, pero que, casualmente, hacía poco se había cruzado con ella. La había encontrado muy cambiada. Por lo visto, seguía extremadamente delgada, siempre iba con gafas oscuras y hasta le pareció que se tambaleaba un poco, que andaba de una manera extraña. - Si no es porque tú siempre has dicho que no bebía, habría dicho que iba pedo. - Ya, las últimas veces que la vi estaba realmente cambiada. - No sé. Yo creo que hay mar de fondo. Mira, la hermana de Carlos es vecina suya y le ha debido de comentar que se oyen unas broncas tremendas en la casa de Garbi. - ¿Discuten mucho? - Bueno, no debe ser discutir. Parece algo más serio. Se oyen golpes y parece ser que es Edu el que grita. Una vez llamaron a una ambulancia a la casa, pero no saben si fue porque él le dio o porque le pasó algo. Desde luego, a la que atendieron fue a ella. - Joder, ¿qué me dices? ¿Lo sabe la familia de Garbi? - No tengo ni idea. Yo esto lo sé por Carlos. Hombre, lo que sí sé es que prácticamente no ve a su familia y yo poco la veo por el pueblo. Creo que no sale nada de casa. Se me encogió el corazón. ¿Qué podía hacer por Garbi? Estaba tan lejos… Ese mismo lunes la llamé por teléfono. Quería saber qué pasaba, si se había repetido aquella historia que me contó, si... ¿le pega? No, eso no podía ser. De todas formas... si lo que me ha contado mi hermano es cierto, esa casa debe ser un infierno. ¡Pobre Garbi, con lo enamorada que estaba! Sonó y sonó el teléfono hasta terminar la llamada, pero nadie descolgó. Estaría liada con la niña o en el mercado. Decidí seguir llamando. Una y otra vez llamé y no conseguí hablar con nadie. Lo podía haber intentado por la noche, pero, entonces, Edu ya estaría en casa y me podía coger él la llamada. Y él era el último ser de la tierra con el que yo quería hablar. Una Navidad, antes de tomar unos potes con la cuadrilla, fui a casa de Garbi. No anuncié la visita para evitar una excusa o una negativa rotunda. Pero nadie me abrió la puerta. Cuando me encontré con ‘la peña’ no pude disimular la preocupación que tenía por Garbi. Pregunté por ella y, para variar, nadie sabía nada. Hacía mucho tiempo que no la veían. En el siguiente bar nos encontramos con Edu. Como siempre, guapo, bien arreglado y con su sonrisa perfecta. Estaba solo. Terminó su pote y se marchó. Le saludé de lejos y sin ningún entusiasmo. La siguiente vez que volví a Erandio fue en agosto. Nada más bajar del coche, me encontré con Nekane. Me acerqué enseguida a saludarla. Pero ella me abrazó fuertemente y… apenas podía hablar. Enseguida, me di cuenta de que la razón de ese abrazo debía ser Garbi. Le pregunté a ver qué pasaba y, cuando se tranquilizó, me empezó a contar que Garbiñe estaba muy mal. Entonces, fui yo la que se vio de repente llena de angustia. Al parecer, hacía unas semanas sus tres hermanos, los tres chicos, fueron a casa para sacarla de allí de una vez por todas. Cogieron las cosas mínimas y se la llevaron. No estaban dispuestos a permitir que siguiera en esa situación. Entonces, me relató todo lo que sabía sobre lo que había sufrido Garbiñe en aquella casa. No la reconocerías. Cuando la sacamos de allí apenas pesaba 39 kilos. Ahora ha empezado un tratamiento psicológico en Bilbao en un gabinete especializado que trabaja con víctimas de violencia de género. Tiene que empezar a reconstruir su vida y, para ello, necesita recuperar su autoestima y la confianza en sí misma. Nosotros ya sabíamos que había malos tratos, porque Garbiñe había abandonado su casa un par de ocasiones antes. Entonces, nos contaba que no podía seguir viviendo con aquel hombre y que quería dejarle. Sin embargo, en las dos ocasiones, se presentó el cabrón de Edu y con buenas palabras, acompañadas de lágrimas y propósitos de enmienda, consiguió que volviera. Mira que le decíamos que era un hijo puta, que no la quería, que iba a volver a repetir todo… pero, en cuanto aparecía él con ese tono conciliador, no había manera de que entendiera nada. Se olvidaba enseguida incluso de lo que ella misma había dicho. Finalmente, tomamos la decisión de ir a por ella cuando nos llamó un vecino suyo y nos dijo que se la había encontrado tirada en el felpudo de su casa prácticamente inconsciente oliendo muchísimo a alcohol y, al menos, con un ojo morado. El no se había atrevido a hacer nada por si el otro… pero quería informarnos para que lo supiéramos e hiciéramos algo, si lo considerábamos oportuno. Para cuando llegamos a la casa, Garbi estaba dentro con la niña y Edu se había marchado a trabajar. Le costó abrir la puerta, pero, cuando vio a mis hermanos, comprendió que tenía que salir de allí definitivamente. Isabel, aquello era tremendo. Estaba todo el día borracha o drogada por las pastillas que tomaba. No sonreía. Bueno y sigue sin sonreír. Sabe que la vamos a proteger, pero tiene mucho miedo de que Edu le haga algo por la calle, a ella o a la niña. No hace más que repetir que es una mierda, que no vale para nada y que para qué va a seguir viviendo. Luego se acuerda de Ainara y empieza a llorar. No sabemos cómo consolarla, cómo ayudarla, como acercarnos a ella para que vuelva a sentir apoyo y calor. Simplemente, para que recupere la confianza en el ser humano. Parece que la terapia puede resultarle de ayuda. Está con otras mujeres que han sufrido lo mismo que ella y quizás… Al manos, sería un gran avance que se librara del sentimiento de culpa Desde que la sacamos de aquella casa, no la dejamos beber alcohol ni tomar pastillas. Nos hemos hecho cargo de Ainara y solemos turnarnos para que alguien esté siempre con ella. Sólo le permitimos que fume, porque está muy nerviosa y agitada. No le vamos a quitar todo de golpe ¿Sabes lo que me contó? Me dijo que a Edu no le gustaba que fumara, a pesar de que él es un fumador empedernido. Un día, cuando él llegó a casa, se la encontró en la cocina. Se había quedado medio dormida apoyada en la mesa y se despertó cuando Edu le cogió del pelo y le levantó la cabeza hacia atrás, mientras no dejaba de gritar y mostrar un paquete de tabaco como objeto amenazante. Al principio, no entendía muy bien lo que le decía, pero, enseguida, le pareció discernir la palabras de Edu: ‘como veo que sigues fumando, te vas a comer este paquete de tabaco. Enterito. No te vas a dejar nada. Verás cómo, así, aprendes’. Luego, la obligó a comerse todos los cigarros que aún le quedaban en el paquete. En su amargura, pensó que, si se hubiera fumado más, ahora no se tendría que tragar tantos. Ya sólo era capaz de pensar dentro de la lógica de aquella situación. Un día estaba preparando ama la comida y le dijo que le ayudara. Ya sabes que Garbiñe cocinaba muy bien. Pues le dijo que ella no sabía hacer nada y contó lo que le pasó la última vez que hizo una paella. Aquel día, iban unos amigos a comer a casa. Garbi compró un buen marisco y se quedó media mañana preparando la dichosa paella. Cuando entraron en casa olía a unos torreznos que había puesto a freír. Como a Edu no le gustaban los torreznos, vino a la cocina y tiró la paella a la basura diciendo ‘Esta puta paella huele a cerdo. Nos vamos a comer por ahí’. Y se marchó. Lo peor de todo es que ella se sentía culpable por haber frito aquellos torreznos y, realmente, piensa que lo hace todo mal. Nos dijo que no recuerda cuándo empezó a beber, pero que como la niña ya no era un bebé, lo hacía en cuanto podía porque era la única manera de sobrellevar aquel infierno en el que se había convertido esa casa. Ese mal nacido también la ha pegado, pero los golpes no son la peor secuela que le ha dejado. Lo peor es en qué ha convertido a mi hermana. No reacciona a ningún estímulo. Lo único por lo que siente que tiene que agarrarse a la vida es por su hija y eso que, en muchas ocasiones, repite que ha sido una mala madre, que no ha cuidado de Ainara como debiera, que no… No es capaz de hacer nada porque cree que todo lo hace mal. No se arregla. A veces, ni se lava siquiera. Le da todo igual. Cree que aunque lo haga, seguirá oliendo mal y que nunca estaría guapa hiciera lo que hiciera. Es como si hubiera dejado de existir. ¿Dónde estuve yo? ¿Para dónde miraba? ¿Por qué no le ayudé a abrir los ojos cuando yo ya sospechaba que algo no iba bien? ¿Por qué permití que sufriera todo lo que sufrió? ¿Por qué le abandoné si era mi mejor amiga?
Nunca hubiera imaginado que se pudiera dejar de existir en vida hasta que comprobé que eso fue exactamente lo que le pasó a Garbiñe, mi mejor amiga. Ella y yo entramos en el colegio a la vez. Las dos estudiamos lo mismo y las dos empezamos a trabajar inmediatamente en la misma empresa de Erandio. Aunque ella tenía muchas hermanas con las que se llevaba muy bien -era una familia muy unida-, Garbi y yo éramos, fuimos, durante muchos años como uña y carne. No había secretos entre nosotras y cuando el amor empezó a llamar a nuestra puerta, no existía intimidad de la una que no la compartiera con la otra. Los domingos en el baile de la plaza sabíamos exactamente dónde teníamos que ubicarnos o por dónde pasear para que la una o la otra se dejara ver por el chico que más le gustaba. Con aquellos poderosos 15 años, nos dijimos que aquella amistad jamás se rompería. Nos prometimos el ramo de boda de la primera en casarse, amadrinamientos de nuestros primeros hijos, vacaciones en familia todos juntos... Parecía como si nuestras vidas sólo pudieran crecer a partir de un tronco común que formábamos las dos juntas.
Siempre teníamos gente muy cerca, la familia, la cuadrilla de amigas, compañeras del colegio… con quienes disfrutábamos de la vida, pero ‘nuestros secretos’ sólo eran compartidos entre nosotras con una complicidad que es posible que no volviéramos a tener con nadie el resto de nuestra existencia. Unos años más tarde, conocimos a Edu. Estábamos a un disco-bar celebrando los 23 años que cumplía una amiga de la cuadri. Garbi y yo nos acercamos a la barra y allí coincidimos con él. Era un tío muy guapo y se ganaba a la gente. Nos invitó a la consumición y, a modo de despedida, nos deleitó con una seductora sonrisa y un cómplice guiño de ojo. Edu era un poco mayor que nosotras y que los chicos con los que solíamos vernos y su madurez no hacía sino añadirle más encanto aún. Iba bien vestido, tenía un coche potente, etc. y, además, era evidente que controlaba la situación, el entorno, los tiempos... El fin de semana siguiente, volvimos al mismo disco-bar y se dirigió a nosotras con confianza y seguridad, como si fuéramos antiguas amigas. Nos recibió con dos besos y enseguida se prestó a pedir en la barra lo que quisiéramos tomar. Venía con otro chico que parecía más su ‘comparsero’ que un verdadero amigo. El pobre hablaba poco. Bueno, nunca llegamos a saber si habría hablado en caso de que hubiera tenido opción de pronunciar algo más que monosílabos acompañantes del discurso de Edu. En algún momento me fui al baño y, cuando volví, me di perfecta cuenta de que Garbi estaba abducida. No podía ser tan rápido, pero parecía que se había enamorado. Tenía una mirada que no había visto antes y era incapaz de cambiar la sonrisa permanente que se le había instalado en la cara.